Es quizá uno de los gestos más universalmente conocidos de la humanidad. Un gesto rara vez malentendido. Y, sin embargo, ese gesto, en concreto, también ... es susceptible de malinterpretación. Si en Tailandia le das a alguien el pulgar hacia arriba en señal de OK, la reacción que obtendrías puede ser inesperada, ya que es el equivalente a levantarle el dedo corazón a alguien.
Aquí, en España, estos errores de comunicación también han ocurrido. ¿Recuerdas la sorpresa de principios de los 80 cuando por primera vez Ronnie James Dio de Black Sabbath sacó sus manos cornudas al aire?
Incluso la afable efusividad con la que se dirige a los demás en España puede ser motivo de confusión. Más de una vez mi madre se ha preguntado al ver a la gente moviendo las manos en el aire de qué estaban discutiendo, cuando en realidad solo estaban hablando del fin de semana.
¿Pero dar la espalda a alguien?
Es un gesto tan lleno de significado que ha pasado del movimiento corporal a la metáfora en muchos idiomas. En las praderas de mi Canadá natal se consideraba grosero mirar a los ojos a los primeros nativos, pero a la hora de negociar, ambas partes entendían lo que significaba darse la espalda.
Y entonces pienso en una de tantas escenas del pasado sábado noche en Cáceres.
Un talentoso joven se encontraba en el escenario grande de la Plaza Mayor. Había escapado de la violencia en Burundi y había venido a contar su historia a través de su música. Acabada la canción, extendió los brazos e inclinó la cabeza hacia atrás. A juzgar por su postura, acababa de cantar algo muy significativo y lo había hecho con toda su fuerza.
Cerró los ojos, quizá esperando que el público le aplaudiera. Era el momento perfecto. Su banda había sonado con fuerza y perfecta.
Entonces abrió los ojos.
La imagen que tenía delante de sí debió de ser descorazonadora.
Es cierto que había un océano de gente frente a él, pero si mirabas más de cerca, alrededor del 40% de ellos estaba de pie alrededor de sus bolsas de plástico… de espaldas a él.
Su mensaje se había perdido. No es que yo fuera capaz de descifrar su mensaje, aunque lo hiciera en mi inglés nativo, pero el constante zumbido empeoraba la ya de por sí mala calidad del sonido, y enmascaró por completo su historia.
Los titulares de esta semana hablan del récord de asistencia del Womad, de los escasos incidentes y de la maravillosa labor de limpieza. Y sí, esto también hay que celebrarlo, pero ¿qué significa realmente el festival? ¿Qué representa?
Si en realidad es un intercambio intercultural, en el que podemos conocer las historias de otros pueblos, lo que parece es que pocos escuchan o incluso saben lo que se está contando.
Treinta años es mucho tiempo. Tiempo suficiente para alcanzar la mayoría de edad y evolucionar. Si el festival consiste en una foto de la Plaza Mayor llena hasta rebosar, misión cumplida. Pero si se trata de escuchar estas historias de todo el mundo, quizá sea el momento de dar la espalda al formato actual y atrevernos a imaginar algo más.
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