Cuando se alcanzan noventa años, vividos intensamente, y se tiene lucidez suficiente para mirar hacia el pasado con los ojos anclados en el presente y ... la visión esperanzada en el futuro, a la muerte, inevitable, pero siempre injusta y traicionera, se le añade una insoportable dosis de crueldad: la de las ilusiones que, por no debilitarse con la edad, se mantienen incólumes e incluso acrecentadas. Así sucedió el 5 de abril con Enrique Sánchez de León, al que sus amigos y familiares rinden un merecido homenaje de despedida la tarde de hoy viernes, 9 de mayo. Se celebrará en la Catedral de Badajoz, una ciudad con la que mantuvo vínculos sentimentales, que le distinguió con el nombramiento de Hijo Predilecto, y a la que, procedente de Campillo de Llerena, se trasladó para estudiar el bachillerato y los primeros cursos universitarios como alumno libre, en la década de los 40 del pasado siglo.
Enrique Sánchez de León fue, según sus propias palabras, uno de esos «impertinentes reformistas de la Transición» que protagonizaron la transformación de un régimen dictatorial y autoritario, en otro constitucional y democrático. Un proceso de transición política que sigue recibiendo contradictorias interpretaciones, no siempre rigurosas, y que él siempre defendió con entusiasmo, sin escatimar elogios, pero señalando también carencias y defectos. Y con el conocimiento de causa inherente a su condición de ser uno de sus principales protagonistas, tanto a escala nacional como extremeña: no sólo desde la muerte de Franco, sino también durante los últimos años del franquismo. Le gustaba autodefinirse como aperturista en el franquismo y reformista en la transición. Alardeaba de su talante de «socialdemócrata no procedente del marxismo», y de su natural ubicación en el centro político; aunque, eso sí, siempre receloso de las elites políticas, liberales y democristianos, que confluyeron en UCD y se convirtieron —aunque internos— en sus principales rivales políticos, entre 1979 y 1982. En esta última etapa de la Transición, o, mejor dicho, en esa primera fase de la democracia, Enrique Sánchez de León afrontó un sinnúmero de dificultades, como consecuencia de su decreciente peso político en Madrid, y del afianzamiento en UCD de potentes corrientes anti-suaristas, lideradas separada y a veces conjuntamente por Leopoldo Calvo Sotelo y Landelino Lavilla. Así se produjo la defenestración de Suárez, y la postergación política del propio Sánchez de León que, lejos de amilanarse, conseguiría retomar las riendas y dirigir el partido en Extremadura desde mediados de 1981 hasta los prolegómenos electorales de 1982.
Con anterioridad a esos intensos años crepusculares no cabe dudar de que Enrique Sánchez de León fue el político más importante e influyente de Extremadura en la década de los setenta. En el primer quinquenio, tras ganarle unas elecciones corporativas nada menos que al general franquista Pérez Viñeta, accedió al Consejo Nacional de Movimiento y a las Cortes, para desde allí participar en un sinnúmero de iniciativas de corte aperturista. En la segunda mitad de los setenta concibió e impulsó el nacimiento de AREX, el primer partido regionalista en Extremadura, integrado antes de las elecciones de junio de 1977 en la coalición electoral de UCD. Fue también uno de los promotores y firmantes de esa coalición electoral, convertida poco después en partido político unificado que lideró en Extremadura, y específicamente en la provincia de Badajoz, hasta la cristalización de desgarradoras disidencias. A su actividad parlamentaria y éxitos electorales cosechados durante esos años, debe añadirse su condición de director general de Ordenación y Asistencia Sanitaria de la Seguridad Social, en el primer semestre de 1976, de director general de Política Interior, en el primer gobierno Suárez. Y, sobre todo, su labor como primer ministro de Sanidad y Seguridad Social entre junio de 1977 y abril de 1979.
En ese tiempo, de auge y esplendor, Enrique Sánchez de León se mostró como un político con proyecto —nunca fue un proyecto de político—, como un pragmático con ideales, vitalista, entusiasta, incansable, combativo, curioso y exigente. Y también como un personaje controvertido, invocando siempre la democracia interna de los diferentes órganos territoriales, que controlaba, para que fueran ellos los que marcaran directrices y orientasen la actuación de los representantes del partido en los asuntos, cada vez más relevantes, vinculados con la preautonomía extremeña. Tuvo también que encarar la creciente debilidad de sus amigos políticos, y la progresiva fortaleza de los disidentes, amparados por los dirigentes nacionales que desde principios de 1981 lograron encaramarse a la cúspide del partido y del gobierno. Durante el periodo de decaimiento y resiliencia que se prolongó hasta octubre de 1982 —cuando se alejó, nunca definitivamente, de la vida política— siguió acreditando, agudizada, su fuerte personalidad: la de un de tímido orgulloso, inconformista, algo soberbio, pero no vanidoso; en suma, un impertinente reformista, como quiso calificarse en su libro de Memorias.
No quiero concluir esta disertación sin proclamar que en estos últimos años tuve la fortuna de compartir con Enrique Sánchez de León un tiempo considerable, con el objetivo de elaborar un libro donde conversamos y contrastamos nuestras percepciones de político e historiador sobre la Transición política en España y Extremadura. Con el proyecto culminado, y en proceso de publicación, sucedió el fatal acontecimiento que le privó de disfrutar de lo que para él suponía un anhelado homenaje: el de poder presentarse ante sus potenciales lectores para dialogar y debatir con ellos sobre juicios e impresiones. Ese homenaje compartido ya no sucederá, aunque quepa pensar, por qué no, que bien pudiera producirse en la atemporal e insondable eternidad; ya saben, allí donde al parecer ni existe el tiempo ni hay lugar. Pero donde puede, quizás, que sí habite la memoria.
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