Badajoz 1850
Jesús Galavís Reyes
Viernes, 21 de abril 2023, 08:09
Corre el año 1850. Badajoz apenas cuenta con unos 20.000 habitantes. Hoy sería poco más que un poblachón grande, como lo eran también Cáceres, ... Mérida, Plasencia…
Y, sin embargo, la vida fluía entre sus vecinos con mayor o menor intensidad. Sus habitantes fueron los tatarabuelos de muchos de los pacenses que hoy se asoman al Guadiana con sus 150.000 almas, aunque seguramente poco recordemos de ellos tras el paso de varias generaciones. A lo mejor uno de esos antepasados era de los que el gobernador de entonces, Ventura Díaz, denostaba por su afición al juego. Debió ser un problema importante, tanto que obligó al gobernador a publicar esta circular del 24 de mayo 1850. En ella se comenta cómo familiares de los jugadores se han dirigido a él para que ponga remedio «y se ponga un dique al mal proceder de estos». Se dice que en la ciudad no hay casa pública donde no se haya sorprendido alguna partida de juego prohibido, y por eso y otras razones, y los males sociales y familiares que acarrea, «si se les coge reincidiendo, tendrán que sufrir las amargas consecuencias a que se hacen acreedores por su tenaz desobediencia».
Se cometían delitos, cómo no. Los robos de animales, gallinas, asnos, caballos etc. eran abundantes, pero también se sustraía dinero y telas. La descripción de los presuntos delincuentes, curiosísimas: «Uno mediano de cuerpo y con patillas. Otro un poco más alto y sin patillas. Ambos con trajes de contrabandistas, armados con escopeta de pistón y cananas, a caballo uno en una jaca mediana, pelo algo bayo y el otro también en una jaca mediana, pelo castaño claro». Habían robado «23 napoleones, varias pesetas y lo demás en calderilla, y una capa de paño de grazalema a medio uso». Si estaba involucrado algún gitano en el robo, la descripción de los hechos era llanamente racista y hoy en día, gracias a Dios, sería repudiada e impublicable. Como ejemplo, valga este: se pide un mayor celo «para poner coto a los excesos que tan frecuentes son entre los gitanos que no tienen otro medio de vivir que el engaño y el robo…».
Pero había un lado más amable de la vida diaria: los pacenses podían acercarse hasta los Baños de Alange y aprovechar sus casi milagrosas aguas: «El agua mineral de Alange es diáfana, pura, suave y untuosa al tacto, de sabor parecido a cera, dejando luego un gusto ligeramente ácido y amargo» y con una temperatura de 30 grados centígrados en los baños. Su caudal se evaluaba en unas 1.600 arrobas diarias equivalentes a 10.400 pies cúbicos. Se indicaba principalmente para enfermedades «de los sistemas nerviosos cerebro-espinal y gangliónico (sic), (por ejemplo, histerismo y Baile de San Vito), enfermedades gotosas, las afecciones génito-urinarias tanto del hombre como de la mujer». La temporada del uso del agua abarcaba desde el 24 de junio al 20 de septiembre.
No me cansaré nunca de decir lo provechoso que resulta visitar las hemerotecas históricas para conocer nuestro pasado y conocernos mejor.
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