Otra interpretación del Estatuto de Autonomía
TRIBUNA ·
Para competir y ganar algunas batallas, Extremadura necesita mucha más cohesión entre sus ciudadanos y, sobre todo, capacidad para activar el protagonismo de la sociedad civiljosé julián barriga bravo
Jueves, 2 de marzo 2023, 08:37
La mitad de los extremeños han nacido cuando la comunidad gozaba ya de un estatuto de autonomía (425.066, según datos de junio 2022) y ... a todos ellos les parecerá normal vivir dentro de un sistema administrativo y político del que nunca gozó Extremadura en toda su historia. Normal y hasta rutinario. Imagino que si se hiciera una encuesta solvente sobre la aceptación que la autonomía ha tenido en la ciudadanía extremeña, los datos arrojarían un resultado positivo abrumador. Recuerdo haber escuchado en alguna sesión del Club Sénior la iniciativa de realizar una encuesta sobre el sentimiento regional de los extremeños y sobre la calidad de la cohesión regional. Sería interesante pulsar, 40 años más tarde, el sentido autonomista de los extremeños.
Sobre este particular el protagonista principal del sistema autonómico de Extremadura ha dicho algo que, en la pluma o en la boca de cualquier otro, resultaría cuestionado. En este mismo diario, Juan Carlos Rodríguez Ibarra ha reconocido que la autonomía se nos impuso a los extremeños por arriba sin que los ciudadanos tuvieran nada que ver en ello y que costó mucho trabajo conseguir que entendieran que por primera vez en la historia Extremadura tenía la posibilidad de intentar escribir un futuro propio. Y yo, modestamente, estoy totalmente de acuerdo.
Aprovechando estas reflexiones de Ibarra, convendría, más allá del ruido oficial de las conmemoraciones, hacer algunas otras consideraciones. La primera es reconocer que la Extremadura actual, la que se enfrenta dentro de unos meses a la renovación de sus órganos de representación y de autogobierno, nada tiene que ver con la región que, en 1983, estrenó Estatuto de Autonomía. Es infinitamente más prospera y avanzada, independientemente del problema demográfico que padece. Pero advirtiendo al mismo tiempo que es más prospera y avanzada, como lo son el resto de las comunidades en una u otra proporción.
En segundo lugar, deberíamos evitar la demagogia de comparar la Extremadura de hace 40 años con la actual para llegar a la conclusión de que todo lo que ha progresado se debe a la autonomía. Y yo creo que no es del todo verdad, ni siquiera media verdad. Nos olvidamos de que el desarrollo de toda España se debe, en primer lugar, a la Unión Europea, es decir a los fondos europeos, y a los procesos de solidaridad y de progreso nacidos de la Constitución del 78. Lo mismo que ha sucedido en el resto de las CC AA. Sin Europa, los extremeños –y el resto de los españoles– no tendríamos el estado de bienestar del que gozamos.
Y a pesar de esas dos consideraciones hay que reconocer que la autonomía, en Extremadura y en el resto de las comunidades, ha sido un instrumento eficaz de desarrollo económico y social y ha servido para dar un mayor protagonismo al ciudadano y dotarle de la autoestima que los sistemas centralistas de siempre les negaron.
En mi opinión, el sistema autonómico de Extremadura tiene algunas otras particularidades derivadas en gran parte de la realidad que el propio presidente Ibarra reconocía. Una de ellas –y tal vez la más importante– es cómo el régimen autonómico ha heredado y traspasado a las siguientes generaciones, por la vía de una especie de paternalismo institucional, el sentimiento de dependencia de los extremeños, que ha sido a lo largo de la historia una de las principales características de la sociedad extremeña. Resultaría largo y prolijo desarrollar esta opinión, pero creo que está en el núcleo de muchos de los factores que han retrasado el desarrollo económico de Extremadura.
Y al mismo tiempo reconozco que, en los primeros tramos del autogobierno, desde el poder político que el presidente Ibarra ejerció durante 24 años se impulsó con decisión, y creo que también con eficacia, el sentimiento regional y la autoestima de los extremeños. Algo que desgraciadamente abandonaron sus sucesores, independientemente de la cansina retórica oficial.
Pero creo que perderíamos el tiempo si, 40 años más tarde del hecho autonómico, nos dedicáramos tan solo a examinar los tiempos pasados. Porque la encrucijada en la que está inmersa Extremadura requiere otro tipo de análisis desde el punto de vista de cómo gestionar su capacidad de autogobierno. En esta perspectiva de futuro convendría hacer una reflexión realista, es decir, fuera de toda consideración romántica y de fabulaciones fantásticas, de las capacidades que Extremadura tiene de cara a constituirse en un territorio autosuficiente, cosa que en modo alguno ha conseguido en estos cuarenta años de autonomía. Comenzando por reconocer que Extremadura compite en inferioridad de condiciones con otras sociedades más poderosas e influyentes, dentro de un mundo globalizado, sometido a colosales presiones públicas y privadas.
La conclusión es clara y concluyente: para competir y ganar algunas batallas, Extremadura necesita mucha más cohesión entre sus ciudadanos y, sobre todo, capacidad para activar el protagonismo de la sociedad civil. Porque, al fin y al cabo, el verdadero sentido de la autonomía que consagra el Estatuto es el de crear las condiciones para impulsar el desarrollo y el bienestar de los ciudadanos.
Un poeta extremeño casi olvidado, al menos en nuestra tierra, Angel Sánchez Pascual, publicó por aquellas fechas un ensayo muy crítico sobre la célebre decima del clérigo de Jaraicejo Francisco Gregorio de Salas. Son los versos tantas veces repetidos que dicen que a los extremeños nos domina un espíritu desunido, que jamás entramos en empeños solidarios, metidos cada cual en su rincón, y que, por pereza, venimos a ser los indios de la nación. Cuando escribió Sánchez Pascual aquella censura existía un ambiente de extraordinaria euforia y optimismo sobre el futuro del «pueblo extremeño». El entusiasmo y la vehemencia con los que la sociedad extremeña acogió su autonomía se evaporó tan pronto como el impulso institucional dio paso a la rutina administrativa. Me temo que el espíritu de la décima del cura de Jaraicejo no anda del todo muerto.
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