El pasado martes, Volodímir Zelenski se dirigió por videoconferencia a las Cortes españolas con un discurso calculadamente emotivo en el que evocó la matanza de ... Guernica para hacer una analogía con las masacres perpetradas por las tropas rusas en ciudades ucranianas como Bucha. «Estamos en abril de 2022, pero parece que estamos en abril de 1937, cuando el mundo conoció el ataque a Guernica», dijo el presidente de Ucrania aludiendo a una de las mayores atrocidades de la Guerra Civil española en la que murieron cientos de civiles víctimas de los indiscriminados bombardeos de las aviaciones de la Alemania nazi y la Italia fascista, que ayudaban al bando franquista y convirtieron España en un campo de pruebas antes de la Segunda Guerra Mundial. Ese luctuoso episodio de nuestra historia, inmortalizado por Picasso, se convirtió en un símbolo del horror, aunque su barbarie no tardaría en ser superada con creces.
Mas con su evocación del desastre de Guernica, Zelenski también quiso recordar las fatídicas consecuencias de la inacción de las democracias occidentales ante los atropellos de los tiranos, pues la decisión del Reino Unido, Francia o EE UU de lavarse las manos y no ayudar a la república española la dejó a merced de los totalitarismos: del agresor fascista, por un lado, y del 'amigo' estalinista, por otro, ya que la URSS fue la única potencia que se dignó a proveer de armas y asistencia militar al Gobierno republicano. Asimismo, la política de «apaciguamiento» practicada por británicos y franceses con Hitler no evitó una nueva guerra mundial y total aún más terrible que la primera; todo lo contrario, dio alas a las belicosas ansias imperiales del Führer.
De ahí que el mandatario ucraniano insista en todas sus intervenciones ante parlamentarios extranjeros en urgir más armas y sanciones más duras contra el régimen de Putin, como dejar de comprarle petróleo y gas, a lo que aún se resisten países de la UE tan dependientes de ellos como Alemania y amigos del zar ruso como la Hungría del nacionalpopulista Orbán. «En estos momentos en el territorio de Ucrania se está decidiendo no solo el destino de nuestro país, sino el destino de toda la comunidad europea, el destino de los valores que nos unen, de la democracia y los derechos humanos», reiteró Zelenski antes sus señorías españolas. Por ello, volvió a llamar a Europa a «dejar de tener miedo, dejar de ser débiles» y a «hacer más para que Rusia empiece a buscar la paz, para que Rusia empiece a respetar el derecho internacional».
En definitiva, Zelenski, cada vez que puede, pone a Europa ante el retrato de su pasado, que es como el de Dorian Gray, un recordatorio de los efectos de su envejecimiento y sus pecados en su alma. Y no hay mayor pecado que la indiferencia ante el horror de las víctimas. Un pecado de omisión en el que los europeos recaemos contumazmente, sobre todo cuando las víctimas vienen de Oriente o el Sur y no llegan cargados precisamente de oro, incienso y mirra. Pues más que de xenofobia pecamos también de aporofobia, como si temiéramos que los foráneos nos contagien su pobreza o nos arrebaten nuestra riqueza. Además, empatizar con las víctimas del horror, escucharlas, nos incomoda, remueve nuestra conciencia, al asaltarnos preguntas sobre nuestra responsabilidad: ¿qué hicimos los ilesos para evitarlo?, ¿qué hacemos para que no vuelva a ocurrir? Las víctimas de Ucrania, pero también de otros horrores olvidados pero aún presentes en otras esquinas del mundo, urgen nuestra respuesta.
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