Gorbachov y el fin de una era
EL ZURDO ·
La muerte de Mijaíl Gorbachov simboliza el fin de una era de esperanza que comenzó con otro final, el de la Guerra Fría, y un ... inicio, el del desarme nuclear de las dos superpotencias en liza. El papel de Gorbachov en ambos acontecimientos fue decisivo y, por ello, es aplaudido en Occidente. Por el contrario, muchos rusos lo tachan de traidor, al responsabilizarlo de lo que Vladímir Putin ha calificado como «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX», la desintegración de la URSS.
Gorbachov, mucho más cerca del socialismo utópico y libertario de su compatriota decimonónico Alexander Herzen que del marxismo-leninismo, fue lo que Hans Magnus Enzensberger definió en 1989 como héroe de la retirada. Como dice Enzensberger, «el 'non plus ultra' del arte de lo posible consiste en abandonar una posición insostenible (...). Cualquier cretino es capaz de arrojar una bomba. Mil veces más difícil es desactivarla».
Más de tres décadas después, el mundo se ve inmerso en una nueva escalada armamentística –el último informe del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo advierte que el arsenal nuclear mundial aumentará durante la próxima década– y en una Segunda Guerra Fría, recalentada por Rusia con su invasión de Ucrania. Mas no es Rusia quien ocupa el rol de la Unión Soviética como principal antagonista de EE UU, sino China. Hace más de 200 años ya lo vaticinó Napoleón: «China es un gigante dormido. Dejadlo dormir porque, cuando despierte, el mundo temblará». Y ha despertado. En cambio, Rusia es un gigante con pies de barro, un actor secundario, aunque con afán de recuperar el protagonismo perdido, razón (o sinrazón) por la que, respaldado entre bastidores por Pekín, trata de reconstruir el imperio perdido por las buenas o por las malas. Pérdida de la que Putin culpa a Gorbachov, por ello le ha negado unos funerales de Estado.
Sin embargo, no fue Gorbachov quien se cargó la URSS, sino el predecesor y mentor de Putin, el ubuesco Boris Yeltsin, un precursor de Donald Trump. Yeltsin aprovechó el golpe de Estado de los ultramontanos del régimen soviético en agosto de 1991 para, subido a un tanque, erigirse en héroe poniéndose al frente de la revuelta popular que lo abortó. Meses después, en diciembre, finiquitaría la URSS con la firma del Tratado de Belavezha junto a sus homólogos de Ucrania y Bielorrusia, pese a que en marzo del mismo año el 78% del electorado había votado a favor de su conservación. en un referéndum. Gorbachov se vio forzado a dimitir y sus herederos, el ambicioso Yeltsin y el taimado Putin, se encargarían de deshacer todo su legado. Así lo lamenta en el documental 'Conociendo a Gorbachov' (2018), dirigido por Werner Herzog y André Singer: «Queríamos tener democracia en nuestro país, y trabajamos por ello, pero no pudimos terminar el trabajo ya que ciertas fuerzas tomaron el control del poder y se adueñaron del Estado. Esas fuerzas no querían democracia; no les venía bien».
De resultas, la muerte de Gorbachov también simboliza la muerte de la democracia en Rusia. Con la guerra en Ucrania, Putin ha completado la reconversión de su país en una autocracia o peor, una cleptocracia.
La web del Fondo Gorbachov está encabezada con una cita suya premonitoria: «O bien el siglo XXI será el siglo del agravamiento total de una crisis mortal, o bien será un siglo de purificación moral y recuperación espiritual de la humanidad». Me temo que está siendo lo primero.
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