El mito España
La defensa e imposición del mito España, a través de leyes que intimiden a sus detractores, es urgente y necesaria, si es que deseamos mantenerlo vivo o evitar que se desmande. Porque, si los mitos no se imponen o defienden, tienden a disolverse
Germán Larriba
Catedrático de Microbiología (jubilado)
Sábado, 20 de enero 2024, 08:00
Desde la revolución cognitiva (ocurrida, según los antropólogos, hace unos 70.000 años) que afectó a su conducta y guio su evolución posterior, Homo sapiens ... ha destacado como creador de mitos, unas historias que le permiten vivir y colaborar como animal social. Uno de esos mitos se llama España. Es un mito robusto, no tan robusto como otros (i.e., Estados Unidos), pero, aun así, está sostenido por varios millones de personas y tiene más solera. Como todo mito, ha evolucionado a lo largo de su historia. A raíz de la definición de los límites de su territorio y de la identificación de los hombres que le servían, el mito España experimentó una expansión impredecible. Pero, tras su cenit, comenzó a declinar a medida que disminuyó el número de creyentes dispuestos a dar su vida por defenderlo. Allende los mares, descendientes de españoles crearon nuevos ámbitos de cooperación estrecha, nuevas naciones, nuevos mitos. Mientras tanto, los gobernantes y la aristocracia españolas, anclados en un pasado anacrónico, dejaban escapar el liderazgo de los cambios científicos y tecnológicos que permitirían el gradual empoderamiento de los países de nuestro entorno. Desde la pérdida de Cuba, el mito España, ya suficientemente costoso, se tornó más inestable y los habitantes de la propia «mainland» terminaron enfrentándose. En medio de la confusión, regiones periféricas intentaron independizarse al amparo de nuevas visiones de sus orígenes, cimentadas en supuestos acontecimientos pasados que, aunque falsos, proporcionaron a las respectivas tribus una razón para vivir aparte, con sus héroes y su historia desligada de la del resto, e incluso en conflicto bélico o racial con ellos. Hubo de producirse entonces una catástrofe para imponer el mito España y desactivar momentáneamente a sus destructores. Claramente, el trabajo quedó a medias. Larvados durante la dictadura, los adictos a los mitos regionales reaparecieron como moscas molestas tras la muerte del dictador que les sometió, y colaboraron en la redacción de la Constitución del 78, lo que aprovecharon para introducir en la misma varios gazapos. Y ahora, los aún creyentes tenemos que llorar como niños lo que los padres constitucionales no supieron en su momento defender como hombres.
Tal vez sea el pesimismo inherente a la vejez, pero a medida que se enturbia el clima político actual y se perfila en el horizonte un futuro borrascoso, es difícil sustraerse a la meditación sobre las causas que lo generaron. Muchos estarán de acuerdo si digo que, al igual que ocurrió con otros sucesos de la historia humana, el azar primero (si el 11-M fue azar) y la presión de selección orientada y mantenida después (desde Zetapé al Dr. Fraude) han encauzado el derrotero de nuestra reciente historia. Ideales considerados como parte integral del acervo cultural de sociedades comparables a la nuestra, tales como la unidad nacional, el control de la inmigración, y la igualdad de todos sus ciudadanos ante la ley son depreciados si es que no despreciados, y, desde luego, transgredidos por la izquierda radical. Ante la perplejidad de sus seguidores, los partidos que la representan pactan con todos los que quieren romper el mito España. Que incluyen partidos ultraderechistas, e incluso racistas como el PNV (retratado en su admiración a Hitler o en sus pactos con el fascismo, y promotor explícito del retorno a la ley antigua y organización tribal), o supremacistas, como JpC (apacentador junto al PSC de migrantes y usufructuario de su esfuerzo). Y los disfrazan de progresistas porque rechazan a sus «enemigos» de la derecha, más renuentes, si no intransigentes, a aceptar las exigencias diferenciales de los nacionalistas. Ahí tienen al jefe Ortúzar regurgitando las nueces etarras que el tragaldabas engulló en su día, ahora en forma de frases contradictorias con su propia ideología: «La derecha ha sido frenada». Sin tan siquiera molestarse en esconder sus ansias de seguir atiborrándose con los frutos que PSOE y Sumar arrancan del árbol de la soberanía y hacienda nacionales. El sainete protagonizado por Puchimón y el Dr. Fraude y sus marionetas merece comentario aparte.
Resulta curioso, por la extrema tergiversación y el engaño a sus votantes que conlleva, el presunto paralelismo entre el PSOE y el partido demócrata americano, frecuentemente difundido por el primero, especialmente en la época de Zetapé. Una de sus ministras, «de reconocido nivel intelectual», hablaba de una conexión planetaria entre la ascensión al poder de Obama, allí, y Zetapé, aquí. Cualquiera que haya vivido en Estados Unidos sabe que se trata de una falacia propagandista y que las políticas demócratas estarían a lo sumo entre las de una socialdemocracia a la europea y las del PP. Pero, además, ¿se imaginan a líderes como Barack Obama o Joe Biden, tan sacralizados por nuestros socialistas a juzgar por la veneración que les procesan, pactando con los herederos de los autores de los atentados del 11-S devenidos en partido político? Es obvio que en la cuna de la democracia representativa el promotor de tal infamia sería considerado un traidor y, posiblemente, juzgado severamente, mientras que su partido quedaría relegado a la oposición por décadas, si es que no desaparecía.
En España, el desconcierto es total. La gravedad del fondo es ocultada permanentemente tras la deformación y perversión del lenguaje. Hay que distraer la atención con sucesos que entretienen al vulgo y mensajes que reinciden en lo políticamente correcto. La mentira es tan grande, sus justificaciones pachilopezcas tan extravagantes, si no heladoras, que hieren el sentido común, mientras sus seguidores están tan estupefactos y esquizofrénicos que, amortizada su lógica, ya solo viven pendientes del enchufe o la subvención. Es el precio que debe pagar nuestra patocracia para mantenerse en el gobierno. Mientras tanto, los simbiontes de esta izquierda adulterada se preparan poco a poco y sin disimulo para dar un golpe definitivo. La defensa e imposición del mito España, a través de leyes que intimiden a sus detractores, es urgente y necesaria, si es que deseamos mantenerlo vivo o evitar que se desmande. Porque, si los mitos no se imponen o defienden, tienden a disolverse.
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