Al mundo se le está poniendo cara de precuela de 'Mad Max'. En el horizonte se vislumbra un bosquejo de futuro posapocalíptico en el que ... los combustibles fósiles y el agua serán bienes escasos y fuente de los siete males, porque pobres y ricos acabaremos luchando a muerte por ellos. El cóctel molotov de crisis climática y crisis energética amenaza con convertir nuestro planeta en un desierto moteado de oasis en los que vivirán bunkerizados los más pudientes, mientras que los menos afortunados, que serán la inmensa mayoría, sobrevivirán bajo un sol de injusticia. Si la caída del muro de Berlín nos despertó del sueño igualitario, tornado en pesadilla, del comunismo, la actual doble crisis climática y energética ha acabado con la ilusión capitalista del progreso infinito.
Olas de calor y sequías como las que estamos sufriendo, cada vez más frecuentes y extremas, son evidencias del cambio climático que desmienten los argumentos falaces de los negacionistas. Sequías que irán en aumento, según los estudios científicos, que pronostican que para 2050 entre 4.800 y 5.700 millones de personas sufrirán escasez de agua, al menos, una vez al mes. Y conflictos como la invasión rusa de Ucrania y la creciente tensión entre España y Argelia prueban que urge acelerar la transición ecológica y energética no solo por razones medioambientales, sino también para no depender de fuentes de energía como los hidrocarburos, que, amén de harto contaminantes y no renovables, están en manos de países inestables y poco fiables, con escaso aprecio por la democracia y sin escrúpulos para utilizar su petróleo o gas como arma diplomática e incluso bélica para chantajear a sus clientes.
Por ende, la lucha medioambiental es también una lucha en defensa de la democracia, la paz mundial y la justicia social, porque la crisis climática, amén de dañar la naturaleza, provoca empobrecimiento, hambrunas, inequidad, inestabilidad sociopolítica, migraciones masivas y guerras. Ingredientes todos ellos con los que se cocina a fuego lento el caldo de cultivo del que se alimentan los nacionalpopulismos. No es casual, por tanto, que el negacionismo de la crisis climática forme parte del miope discurso nacionalpopulista, que no ve más allá de las fronteras y receta soluciones particulares para problemas globales.
Sin embargo, «no estamos ante un problema local o regional, sino que debe ser tratado a nivel global», como dijo la ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, el pasado viernes con motivo del Día Mundial de la Lucha contra la Desertificación y la Sequía, siguiendo así las tesis ecopacifistas.
Frente a los dos modelos productivistas y depredadores que se disputaron la hegemonía planetaria en la segunda mitad del siglo XX, el socialismo de Estado y el capitalismo neoliberal, el ecopacifismo se presenta como el único modelo sostenible y capaz de evitar un futuro catastrófico para la humanidad.
En el ecopacifismo late la idea de Kant, expresada en su opúsculo 'Sobre la paz perpetua', de que el mayor garante de la paz estaría en la Naturaleza, cuya voz podemos escuchar a través de un uso recto de la razón, ya que, sea guiada por el azar o encaminada por la Providencia, siempre tiende hacia la armonía y la perfección, así que bastaría con no poner constantes obstáculos en su camino para encontrarnos más cerca de la perfección en las relaciones humanas.
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