Vivimos tiempos en los que la única certeza es que no hay certezas. El futuro se atisba como amenaza. Y el presente se vive aceleradamente ... hasta la extenuación, hasta que, como clamara Baudelaire, «la Esperanza vencida, llora, y la Angustia atroz, despótica, sobre mi cráneo prosternado planta su bandera negra». Así, cada vez más gente víctima del esplín y la ansiedad recurre a evadirse a paraísos artificiales, aunque, de nuevo parafraseando al autor de 'Las flores del mal', no puede hallar entre esas pálidas rosas una flor que se parezca a su rojo ideal.
Las prosaicas cifras lo confirman: el 13,1% de los españoles de entre 15 y 64 años (unos tres millones de personas) consumió algún hipnosedante (ansiolíticos, benzodiacepinas o hipnóticos) en los últimos 12 meses, según la encuesta sobre alcohol y otras drogas (Edades) publicada esta semana por el Ministerio de Sanidad. Este porcentaje duplica el de hace 18 años. Los tranquilizantes son la droga cuyo consumo sigue una tendencia alcista más sostenida y se inicia mucho más tarde que el de otras sustancias psicoactivas, a los 35 años, es decir, cuando se deja de ser joven. Y es que su uso no es recreativo sino paliativo, alivian los dolores del alma, pero no curan. Una efectiva psicoterapia puede ser tomarse la vida con filosofía. Ya lo prescribía Lou Marinoff en su célebre ensayo 'Más Platón y menos Prozac', donde se sirve de 60 filósofos para enseñarnos a resolver problemas cotidianos y alcanzar un mayor equilibrio. «Vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia del hombre», decía Epicuro.
Hay especialmente tres escuelas filosóficas más preocupadas por la ética que por la metafísica y que, por tanto, pueden resultarnos más útiles: el epicureísmo, el cinismo y el estoicismo. Las tres surgieron en un contexto que guarda similitudes con el actual: en un momento de decadencia de la hegemonía de Atenas (al igual que la de EE UU hoy) y en el que la democracia sucumbía a los populismos. Como explica el divulgador filosófico Javier Correa Román (Filosofía & Co, 3 de febrero de 2022), este clima político aumenta la preocupación por el individuo y su felicidad, mientras declina el interés por la polis y la justicia. La pregunta sobre cómo llevar una vida buena es el denominador común de las tres.
No les voy a aburrir detallando sus semejanzas y diferencias. Para simplificarlas, y a riesgo de ser simplista, echaré mano de la premisa de la que parte la película 'El test': si le ofrecieran 100.000 euros ahora o un millón dentro de diez años, ¿qué escogería? El epicúreo, siguiendo la máxima horaciana 'carpe diem', probablemente elegiría los 100.000 euros; el estoico, que no persigue el placer, se guía por la razón y la templanza y acepta la ley universal de la naturaleza (el destino), optaría por el millón; y el cínico, que desprecia el dinero, los bienes materiales y las convenciones sociales, rechazaría ambas ofertas.
Como sintetiza Correa, «el epicureísmo muestra los límites del placer corporal, el estoicismo nos previene de un concepto de libertad demasiado poderoso y el cinismo nos ayuda a desnaturalizar actos y gestos que, en realidad, son meras convenciones sociales». Por ello, abogo por aplicar en nuestras vidas posmodernas un estoicismo aderezado con un buen chorro de epicureísmo y una pizca de cinismo, pues, como recetaba Epicuro, «no hay que simular filosofar, sino filosofar realmente, porque no necesitamos aparentar estar sanos, sino estar sanos de verdad».
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