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Diario de fronteras

Elogio del aburrimiento

La tribu del pulgar ligero y el like enfermizo continúa arrimándose al precipicio de la inopia, evitando el descanso mental y la reflexión

Viernes, 25 de noviembre 2022, 10:30

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Vale, lo reconozco. Me aburro profundamente. Suena entretenido, quizás. Que un aburrido venga a hablar sobre el aburrimiento puede antojarse la pimporrada del año, pero ... tiene su aquel: la máxima exaltación de la improductividad y el suspiro. ¡Qué maravilla! Porque, es que hasta para aburrirse hay que saber hacerlo. Es un arte, como todo lo que conlleva cierta maña y dedicación. Yo soy un aburrido profesional, de los de título con el garabato del Rey. Me gradué en Estudios de Tediología en la Universidad de Massachusetts, porque allí hay de todo, pero no lancé el birrete al cielo porque no tenía ganas. La pereza, por el orden natural de las cosas, tiene mucho que ver con el aburrimiento. La combinación del éxito del desganao. Es como la historia del huevo y la gallina o Pedro Sánchez y la ambigüedad. ¿La pereza va antes que el aburrimiento? Digo más, hay que tener un par bien puesto para aburrirse como Dios manda, porque ocurre algo que me resulta intrigante: el personal siempre está ocupadísimo y te fusila, sin el favor de la pregunta, si mencionas que eres de esos que tienen tiempo para contar moscas. No habrá, a bien de todos, respuesta sana y razonable, a un «pff, me aburro, compañero». «Pues, yo tengo un taco de exámenes para corregir. ¡Te los cedo gustoso!», o mi favorita: «¡Ponte a hacer cosas, hombre!». Porque es de común acuerdo que si te aburres, eres un vago. Con la de cosas que hay para hacer. El parricidio se entiende mejor que el aburrimiento de un fulano. «¡Pero, como te vas a aburrir!». Oiga, que no es mentira: trabajo, libros, videojuegos, Netflix, HBO, Amazon, Disney Plus, Instagram, Facebook, Telegram, Twitter, Youtube y el grupo de Whatsapp de superpapis del cole. Han conseguido convertir en pecado social la noble disposición de rascarse la barriga sin hacer daño a nadie. La RAE define el aburrimiento como cansancio del ánimo y, de la misma forma, al ánimo como actitud, disposición, temple, valor, energía, esfuerzo, voluntad y carácter, entre otras. La suma se hace sola. Así, pues, paren las máquinas. ¡Abúrranse!, es indoloro. Palabra. Newton, que una tarde ociosa practicaba la vida contemplativa, bucólica-pastoril, se relamía en su desgana cuando una manzana topó con su coronilla, chascarrillo que terminaría sentando las bases de alguna que otra cosa sin importancia. Stukeley lo escribió en su biografía: «Fue algo ocasionado por la caída de una manzana mientras estaba sentado en actitud reflexiva». La veracidad de esta anécdota sigue aún a debate, pero como dicen los irlandeses: «No dejemos que la verdad arruine una buena historia». Mientras algunos nos disfrutamos en el silencio pacífico de nuestro aburrimiento, la tribu del pulgar ligero y el like enfermizo continúa arrimándose al precipicio de la inopia, evitando el descanso mental y la reflexión como al compañero de oficina que huele a cerrado.

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