Daños colaterales de la pandemia
EL ZURDO ·
Dos han sido las noticias que han copado el interés informativo esta semana. Una, de transcendencia regional: la filípica lanzada por mi admirado Luis Landero ... contra los políticos «canallas» por no haber traído a Extremadura «el tren que se merece», si bien al día siguiente matizaría que no se refería a los políticos extremeños. En esto difiero, porque su parte alícuota tienen, aunque sea por omisión, en que en pleno siglo XXI aún tengamos comunicaciones decimonónicas que nos mantienen desenganchados del tren del progreso y nuestra región parezca el lejano oeste. Otro gallo nos cantaría si nuestros políticos fueran tan impertinentes como los del País Vasco y Cataluña o la madrileña Ayuso. Ya saben, quien no llora, no mama. Pero, tranquilos, esto va a cambiar, nos prometen nuestros próceres autonómicos, porque Extremadura es una mina del nuevo oro negro: el litio. Quiera la Providencia que no seamos víctimas de la maldición del oro azteca.
La otra gran nueva de la semana, esta de transcendencia global, ha sido la muerte de la reina Isabel II de Inglaterra y con ella, quizás, del siglo XX, ya que lo que hemos vivido hasta ahora acaso haya sido su prórroga.
Estas dos noticias han opacado otras dos muy preocupantes, dos daños colaterales de la pandemia de covid: el aumento de los delitos de odio y de los suicidios e intentos.
Según recoge la memorial anual de la Fiscalía General, los delitos de odio y discriminación aumentaron un 27% en 2021 por el confinamiento y la «polarización y radicalización» del debate político. Los motivos más comunes fueron el racismo y la xenofobia, la orientación e identidad sexual y de género y la ideología. El Ministerio Público advierte que estos ilíticos ponen en cuestión los principios y valores constitucionales y el modelo democrático de convivencia pacífica. También alerta de que la experiencia acumulada «permite comprobar que la palabra precede a la acción, que la creación de un clima de hostilidad, odio o rechazo hacia los colectivos favorece que, más tarde, se ejecuten acciones violentas contra las personas individuales».
En definitiva, España está que arde, pero, lejos de apagar el incendio antes de que se propague tanto que sea incontrolable, nuestros políticos no dejan de echar leña al fuego. Y eso sí es de canallas. La falta de consenso entre los dos grandes partidos (esos que se llaman de Estado) para renovar el Consejo General del Poder Judicial o implementar medidas para paliar los efectos de la crisis energética e inflacionaria agravada por la guerra en Ucrania, como vimos en el cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en el Senado, contribuyen a polarizar y radicalizar más aún el debate político en un momento en que la crispación y la desesperación de los ciudadanos crecen al mismo desbocado ritmo que los precios.
Esas crecientes crispación y desesperación se traducen en más casos de ansiedad y depresión y, por ende, de suicidios. En 2020, según el INE, casi 4.000 personas se quitaron la vida en España (92 en Extremadura, un 14% más que en 2019). Pero lo más alarmante es que durante la pandemia se han disparado los suicidios e intentos entre los jóvenes. El mundo que por el momento le estamos dejando a las nuevas generaciones no ayuda a alimentar su esperanza, sino todo lo contrario. El deterioro de la salud mental de la sociedad corre parejo con el de nuestra democracia y nuestro Estado de bienestar.
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