Comprad, comprad, malditos
EL ZURDO ·
Hasta antes de ayer, como quien dice, no sabíamos por estos lares qué era eso del 'Black Friday' o su versión ampliada, la 'Black Week', ... pero, como Halloween y tantas otras cosas, hemos acabado importando del imperio de Occidente esta gran fiesta del consumismo en la que se rinde culto a Mammón y los comercios y grandes almacenes limpian sus 'stocks' con irresistibles ofertas, dando así el pistoletazo de salida a la campaña de compulsivas compras navideñas.
Este segundo año de la era covid, los 'stocks' están tiritando por aquello de la crisis de suministros y los descuentos no son tan generosos pues la inflación está por las nubes y los salarios crecen, si crecen, tres veces menos que los precios. Con todo, los españoles del bien, más que de bien, habremos gastado en esta semana fantástica unos 200 euros por barba, unos 40 más que en el 'annus horribilis' de 2020, según las estimaciones de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU). Desde 2015, durante este 'viernes negro' las ventas han aumentado entre un 10% y un 20% cada año y con el ritmo actual –acelerado por el comercio 'online'– son necesarios 1,7 planetas para cubrir la demanda mundial de consumo, según advierte Greenpeace.
Para más inri, mucho de lo que compramos en estas fechas realmente no lo necesitamos o no llegaremos a utilizarlo nunca, son útiles inútiles pero que contribuyen a mover la rueda de la economía. Y es que el consumo de los hogares es uno de sus motores en nuestras sociedades capitalistas, de ahí que se nos incite a la oniomanía, a comprar compulsivamente, con omnipresentes campañas de marketing y una publicidad cada vez más invasiva que nos meten por los ojos productos que nos venden como panaceas o bálsamos de Fierabrás capaces de curar todos los males del cuerpo y el alma y de darnos la felicidad eterna. Sin embargo, esa ansiada felicidad es tan efímera como la del yonqui tras el último chute, y consumada la compra, se apaga el placer y nos invade la desazón, la frustración y hasta un sentimiento de culpabilidad que solo logramos aplacar tirando otra vez de tarjeta de crédito, el gran invento del capitalismo para sostener el consumo sin subir salarios.
Solo un mandamiento nos da Mammón: comprad, comprad, malditos, porque por vuestros bienes (materiales) se os conocerá. Y así es como los seres humanos estamos pasando a ser tenedores humanos. Ya lo diagnosticaba el recientemente fallecido Antonio Escohotado, ese lúcido filósofo libertino, en este esclarecedor fragmento de su ensayo 'El espíritu de la comedia' (1991): «Entre las tragedias que se siguen de la codiciosa comedia puesta en práctica como Desarrollo está el desplazamiento de la riqueza desde el ser al tener. La riqueza que se tiene nunca desbordará un marco de herramientas y adornos, que podemos perder o ganar a golpes de pura aleatoriedad, mientras permanecemos asustados, mezquinos y débiles, valga decir rigurosamente pobres. La riqueza como ser es nuestro reino inviolable, del que extraemos arrojo, generosidad y salud por derecho propio. Crear una riqueza no ilusoria constituye el privilegio de los ricos al nivel del ser, que en vez de esforzarse por acumular cosas comprables custodian el don de la vida en su más alta intensidad, donde —silencioso o elocuente— rebosa alegría. La riqueza del tener, esa mera opulencia, supone siempre alguna escasez ajena y acompaña a los estériles como la sombra a algún cuerpo iluminado».
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