Los «nuestros» o los «otros»
Nunca he creído que existan «los nuestros» o «los otros». Si acaso, existimos nosotros y ellos, los políticos, a los que se debería exigir ejemplaridad
Carmen Clara Balmaseda
Jueves, 26 de junio 2025, 09:07
Como imagino que le ocurre a muchos españoles, la declaración de la renta, desde que empecé a trabajar, siempre me sale positiva. Cada vez pagamos ... más impuestos y la sensación es la de que con frecuencia buena parte de los mismos se emplean con fines espurios. No sé si este será también un sentimiento generalizado pero, con los recientes escándalos de corrupción abriendo los telediarios, me cuesta creer que la liquidación del IRPF de este año no haya generado un malestar mayor al habitual entre los contribuyentes, que ya saben para qué se ha usado una parte de ese dinero.
Ante estos acontecimientos, la política en España parece haber degenerado en esperpento. Por eso me sorprende escuchar que, por muchas corruptelas que salgan a la luz, estas siempre serán más soportables que un gobierno de los contrarios. La verdad, no acabo de ver qué hay de progresista en recurrir a la prostitución con el dinero de los contribuyentes o en referirse a las mujeres en términos tan denigrantes como los que hemos oído estos días. Llegados a este punto, no creo que podamos seguir diciendo que nos encontremos ante «el gobierno más feminista» de la historia sin que se nos ponga la cara colorada. A los votantes, quiero decir, porque ellos no solo no sienten vergüenza, sino que probablemente ni siquiera tengan problemas para conciliar el sueño.
Tengo la sensación de que, en España, este es un problema que se ha generalizado, gente que llega al poder sin vocación de servicio público y que no es capaz de resistir la tentación cuando se ve con acceso a fondos estatales. Lo casos de corrupción estallan con frecuencia en los partidos principales, y no parece que haya interés por poner solución. Tal vez porque es más sencillo resumir la situación en términos de «los nuestros» y «los otros»; como también nos resulta más cómodo ser benevolentes con los primeros cuando es, precisamente con estos, con los que tendríamos que ser más críticos. En realidad, nunca he creído que existan «los nuestros» o «los otros». Si acaso, existimos nosotros y ellos, los políticos, a los que se debería exigir ejemplaridad.
La frase de Charles de Gaulle en la que señala que «la política es un asunto demasiado serio como para encomendárselo a los políticos» cobra en los últimos tiempos más sentido que nunca. Quizá la clave de la cuestión resida en las personas que dirigen los partidos. Hace mucho que en este país no tenemos nada que se parezca a un gobierno de los mejores. Los más aptos, los más brillantes o los más honestos no se dedican a la política y, mientras ostenten el poder aquellos con mayor capacidad para engatusarnos, la ideología será solo un arma para seguir engañándonos. Solo cuando la honestidad recupere su lugar en la política, podremos volver a hablar de ideologías. De momento, la disyuntiva sigue oscilando entre si es mejor que nos defrauden los «nuestros» o que nos defrauden los «otros». Lo tenemos muy crudo.
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