Apropiación cultural
La fiebre por lo extranjero ha conseguido que haya gente vistiendo camisetas del Che sin conocer ni donde está Cuba
ANA ZAFRA
Lunes, 21 de noviembre 2022, 07:48
Han oído hablar de la apropiación cultural? Servidora, últimamente, ya sea por casualidad ya porque me estaré fijando, lo oye por todas partes. Quizás por ... ser noviembre.
Digo lo de noviembre porque, en mi ignorancia, pensaba que apropiación cultural era lo que los «jalogüinistas» hacían al empezar el mes frente al purismo de los «todos-los-santeros». Temía que con la manía del «truco o trato» estuviésemos usurpando una costumbre foránea, rematándola, para mayor delito, con la adopción del inminente Black Friday y su invitación a gastar dinero como si no hubiese un mañana (un saturday, en este caso).
«Dios me libre de coger lo que no es mío», pensé, «ya sea un millón de dólares o un retazo cultural». Así que decidí informarme al respecto.
La susodicha «apropiación cultural» viene definida como «adopción inadecuada de las prácticas de un grupo social o étnico por parte de otra comunidad normalmente dominante».
Por ejemplo, las rastas. En occidente las asociamos al estereotipo antisistema y solo con verlas ya nos huele a marihuana. Sin embargo, en la religión rastafari representan la melena del león de Judá, el Mesías cristiano, simbolizando fuerza y pureza.
Otro ejemplo: Rosalía. La catalana, que canta flamenco-latino en japonés, podría estar faltando al respeto, además de al mundo nipón, a los flamencos puros, los que cantan con el corazón y no con el bolsillo. Es como si Beyoncé, bailase –lo que sea que baile, pero siempre con el culo como protagonista– vestida, pongamos, de montehermoseña.
Fusión lo llaman. El problema es cuando, ignorando su significado simbólico, se banaliza o, peor aún, se usa con fines lucrativos. En 2012, la firma Urban Outfitters comercializó unas petacas con diseños navajos, lo que resultó bastante ofensivo para un pueblo, anteriormente despojado de su tierra, que se sintió, además, despojado de su cultura, en la que tanto el alcohol como la ostentación están prohibidos.
Pero volvamos al Black Friday y demás costumbres ajenas a las que tan alegremente nos hemos enganchado. Es apropiación cultural, sí, pero a la inversa. Es decir, la cultura dominante –léase la del capitalismo atroz– se está enriqueciendo a costa de las autóctonas. Así, además del chollo de imponernos a Papa Noel sin que renunciemos a los Reyes, Halloween, por ejemplo, es ya la segunda celebración –después de Navidad– que más dinero mueve en España, donde solíamos conformarnos con empezar noviembre con castañas, ya sean asadas ya de Anís del Mono.
La fiebre por lo extranjero ha conseguido que haya gente vistiendo camisetas del Che sin conocer ni donde está Cuba o que una invasión de tatuajes con caracteres chinos –que a saber lo que dirán– destronen a los castizos «Amor de madre».
Lo peor es que algunos, débiles, seguimos viviendo en la dualidad. Preferimos las perrunillas sin despreciar las cookies, mojamos madalenas en el desayuno y muffins en la merienda y comemos jamón de bellota cuando invitan, pero compramos el de york para el bocata dominguero.
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