UGT y CC OO han convocado mañana, Primero de Mayo, manifestaciones bajo el lema 'Subir salarios, bajar precios, repartir beneficios' y con la amenaza de ... una huelga general si la CEOE se sigue negando a un acuerdo. Los datos les dan la razón. España es de los grandes países de la eurozona donde más bajaron los salarios reales en 2022, un 5,3%, según un informe de la OCDE, pues mientras los sueldos brutos aumentaron un 2,9%, los precios subieron un 8,6%, el triple. Por el contrario, según el Banco de España, las empresas casi duplicaron sus beneficios.
No obstante, los sindicatos obvian otra reivindicación creciente, sobre todo entre los jóvenes: un horario que permita conciliar vida laboral y personal. De hecho, el origen de la celebración del 1 de Mayo son las protestas de 1886 en Chicago para reclamar la jornada de ocho horas. Ahora se plantea la semana laboral de cuatro días, para lo que el Gobierno ha puesto en marcha un programa piloto que dará ayudas a las pymes que la apliquen sin recortar retribuciones.
Y es que, cada vez más, las nuevas generaciones priman un buen horario sobre un buen salario y es frecuente que rechacen ofertas laborales por no garantizarles suficiente tiempo libre. Es significativo que llamemos así al que no trabajamos; denota que tácitamente consideramos al trabajo una actividad esclava. De hecho, 'trabajo' viene del latín 'tripaliare', que es torturar con un 'tripalium', un yugo con tres palos cruzados a los que se ataba al reo o esclavo para azotarlo o someterlo a cualquier sevicia. En el mismo Génesis, Dios condena a Adán por su pecado a ganarse el pan con el sudor de su frente. A esta concepción judeo-católica del trabajo como castigo se impondría la ética protestante del trabajo, que lo considera un signo de gracia divina. Max Weber vería en esa ética el origen del capitalismo.
En la economía capitalista, nuestras vidas giran en torno al trabajo, que condiciona hasta nuestro tiempo no laboral, pues descansamos para rendir más y mejor. También era así en la socialista que hemos conocido. Ambas son productivistas. El sociólogo Anthony Giddens define al productivismo como «un ethos en el que el factor trabajo asalariado que se desempeñe justifica otros ámbitos de la vida» y determina «si los individuos sienten que valen la pena o son socialmente valorados». Estar en paro es un estigma y el parado es visto como un parásito. Por si fuera poco, en nuestro capitalismo de vigilancia el tiempo de ocio y de negocio acaban confundiéndose por el uso de tecnologías digitales que dificultan la desconexión laboral. Como consecuencia, vemos las máquinas como una amenaza, ya que tememos ser reemplazados por ellas y quedarnos sin lo que da sentido a nuestras vidas: el trabajo. Hasta ahora, los operarios fabriles o de baja cualificación eran los grandes perdedores de las revoluciones tecnológicas, pero el desarrollo de la inteligencia artificial pone en peligro también los empleos intelectuales y de alta cualificación.
Mas, para Diego Rubio, director de la Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia País de la Presidencia del Gobierno, «la tecnología siempre crea más empleos de los que destruye» y «la clave está en plantear cómo vamos a gestionar esa convivencia con los robots». Pone el ejemplo de los luditas: «No protestaban contra la automatización de la Revolución Industrial, sino contra las condiciones laborales que generaba. Por eso no debemos hablar del futuro del trabajo, sino del futuro de los trabajadores». En definitiva, la nueva rebelión obrera no debe ser contra las máquinas, sino contra los hombres grises que nos roban el tiempo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión