Color del cristal
MIDIENDO LAS PALABRAS ·
Quizás, dentro de un siglo, sean nuestros nietos quienes emigren al norte huyendo de una tierra baldíaAna Zafra
Lunes, 30 de octubre 2023, 07:56
Cierto es que sentí una punzada de orgullo cuando el alcalde de Mérida, cual Espartaco solidario, dio el primer paso por la zigzagueante cuerda floja ... del recibimiento a emigrantes. Cierto es, también, que, al no haberlos encontrado aún en la puerta de casa, de momento solo veo el brillo de su valentía.
Vale que, en el tema de la emigración es fácil hacer un alegato lacrimógeno, decir aquello de que son personas como nosotros, con madres, hijos y sentimientos, aunque, claro está, es igual de sencillo invocar el rechazo populista sobre el espacio que pueden quitarnos, la diferencia que podrían imponernos y todos los privilegios que les queramos atribuir.
No es menos verdad que, en un juego de contrarios, imaginamos su vida allá como el infierno, con hambre endémica, guerra constante y recursos erosionados por la corrupción y la mala gobernanza mientras, al parecer, ellos nos conciben aquí en un paraíso de frutos inagotables y gente rolliza, amable y feliz.
Acostumbrados como estamos a la dualidad, miramos allende el mar del Estrecho e intuimos oscuridad. La negrura de un velo que envuelve algo lejano y extraño. Sin embargo, atisbamos detrás de las montañas pirenaicas y presentimos un halo, tan irreal como codiciado, luminoso de riqueza y claro como los ojos que lo habitan. El norte de una Europa, fundada en un maniqueísmo limpia-conciencias, que no rebusca en el pasado por no remover su historia de pillaje y saqueo, de rapiña y opresión. Que durante el colonialismo esquilmó a sus vecinos del sur a quienes, una vez empobrecidos, abandonó a su suerte. Que hizo de África un vía crucis de estados fallidos, pobreza y conflictos donde no se puede vivir. O que sigue ignorando su explotación mientras ellos sigan proporcionándonos minerales para nuestros coches de lujo y móviles de última generación.
Pensamos que la línea en un mapa nos blinda de la miseria. Olvidamos que la frontera del desierto, la sequía y el erial también está migrando hacia nuestras tierras. Que el mismo sol que suministra dinero y diversión va abrasándonos lentamente y que, quizás, dentro de un siglo, sean nuestros nietos, blancos aunque excesivamente tostados entre los pálidos septentrionales, quienes emigren al norte huyendo de una tierra baldía.
Aceptamos una imagen, por ejemplo una barca oscilante transportando trescientos cuerpos, como un cuadro, ilusorio e inerte, pero hacemos de un ser humano un riesgo real, amenazante y peligroso, si ronda nuestros parajes.
Saturados de cifras, deshumanizamos y asignamos adjetivos y pronombres. Ellos, nosotros. Su limbo, nuestro purgatorio. Nuestro miedo palpable, el suyo ignorado. Su necesidad, nuestra inquietud. Su corazón, nuestro bolsillo.
¿Cómo opinar sin criterio claro ni solución?
Inhumano dejarles a la deriva de un mar voraz y truculento.
Cruel devolverles al averno del que arriesgaron la vida por salir.
Imposible recoger a todos sin saber qué podemos ofrecer.
Dice la canción «en la poderosa selva, el león duerme esta noche». Atentos, quizás esté empezando a desperezarse.
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