Antonio y Cleopatra: de la risa al llanto en 190 minutos
El segundo estreno del Festival de Mérida descansa en la habilidad oral de Ana Belén y Lluis Homar
Larga ovación para Ana Belén y Lluis Homar de madrugada. Pasaban las dos menos veinte cuando se encendían las luces del Teatro Romano y a ... menos cuarto aún saludaban avacionados.
Auditorio completo con todas las entradas vendidas para una representación noctámbula. Tres horas en las que desplegaron un texto exigente. Con la retórica que destila Shakespeare.
Riqueza verbal del guion con riesgo alto de atragantarse en la escena. Y una escenografía sobria. Dos pantallas transparentes en ángulo agudo bajo las columnas por la que entraban y salían romanos y egipcios. Doncellas y emperadores. Políticos corruptos y soldados insolentes.
Pero, sobre todo, el Antonio y Cleopatra que se vio anoche en el Festival de Mérida reposa en Lluis Homar y Ana Belén. Dos voces sincronizadas que ponen las dosis de comedia en los primeros pasajes. En esos en que la Cleopatra que hace suya Ana Belén se presenta burlona, descarada e irritante. «Mi serpiente del Nilo», como le llama su Antonio.
Pero según avanza la trama, se suceden monólogos de mucha carga emocional. La comedia pone el aperitivo al plato grande de la tragedia. De la risa al llanto en ciento noventa minutos.
Mutación también la de Marco Antonio. El anciano Homar de los primeros diálogos que viste pijama se torna luego un desafiante aspirante al sillón de César. Destaca por voz y presencia. Como el Mark Antony de Charlton Heston en la película del 72 junto a Carmen Sevilla.
El montaje merodea por las esquinas del escenario, juega con las sombras de la iluminación y termina sobre un podio. En mitad, un descanso de quince minutos, sobre las doce y media.
La última parte se desencadena las traiciones y las mentiras de personajes que parecen frágiles pero indómitos.«Me siento mal y enseguida bien según Antonio me ama». Difícil no empatizar con un periplo tan autodestructivo. «Soy la conquistadora de mi misma».
Para aligerar algo la exigencia verbal, la música acompaña algunas escenas. Aunque siempre de forma muy tenue. En ningún momento rompe el ritmo continuo de actos que se encadenan. Como si fuera un maratón de capítulos de una serie de televisión.
Juan Carlos Plaza muestra mucho más que una historia de amor. También de estrategia política en un Imperio en el que demasiados gobernantes se someten a la voluntad de los dioses.
Y para este contexto social y político que rodea la complicada relación de los dos protagonistas, la función se agarra en la coral interpretativa de Ernesto Arias, Javier Bermejoa, Olga Rodríguez y Elvira Cuadrapuni. Personajes tan ricos como Octavio César. Enobarbus, Lepidus o Pompeyo.
Los desafiantes encuentros entre César y Marco Antonio enriquecen la propuesta. Durante algunos pasajes Cleopatra se convierte en una mera espectadora entre dos estrellas opuestas y la función gana mucha voces distinta hasta el desenlace.
Muy propio de Shakespeare mostrar también a los servidores y doncellas como los personajes más hábiles e inteligentes que la reina y los gobernantes.
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