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Judit Berrocal, Juana Marroyo, Filo Pacheco, María Domínguez y Arantxa Arjona en la San Francisco. Lorenzo Cordero

«Estamos trabajando como una piña, la situación nos ha unido aún más»

Auxiliares de enfermería de clínicas privadas como la San Francisco de Cáceres afrontan el cuidado de mayores positivos trasladados desde residencias

Miércoles, 25 de marzo 2020

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«Estamos trabajando como una piña, la situación nos ha unido a todos aún más». Judit Berrocal y Juana María Marroyo coinciden en la idea más poderosa que estos días les ronda por la cabeza, la de la necesidad de trabajar como si fueran una sola persona. «Nos echamos una mano en lo que podemos, todos estamos a una». Ellas dos, junto a Filo Pacheco, María Domínguez y Arantxa Arjona (todas las mujeres que salen en la foto que ilustra esta información), además de otras profesionales, trabajan como auxiliares de enfermería en la clínica San Francisco de Cáceres.

La expansión del coronavirus obligó a trasladar a este centro privado a cerca de una veintena de mayores positivos desde la residencia de Santiago de Alcántara. Hay un ala dedicada a estas funciones, mientras que otra parte del recinto mantiene, con las limitaciones lógicas, su actividad sanitaria.

Para estas mujeres se trata de un reto que viven echando mano de su profesionalidad y sus valores. «Los que nos dedicamos a la sanidad sabemos que nos debemos a los demás, y tenemos que hacer frente a estas situaciones», explica Juana Marroyo, que lleva 25 años de práctica profesional a sus espaldas. En la clínica San Francisco trabaja desde hace una década. Sus tareas como auxiliar de planta, tratando a pacientes con todo tipo de patologías ha quedado aparcada por ahora para ocuparse de lleno de estos mayores, es eslabón más débil de una crisis inclemente. «Estamos acostumbrados a tratar con ellos, porque en el día a día atendemos a pacientes de todas las edades», explica esta auxiliar, con experiencia en geriatría. Para las funciones que desempeñan con los mayores han sido formadas por el SES.

Las nuevas condiciones de trabajo, con equipos protectores que las tapan de los pies a la cabeza, ha convertido en un desafío para su práctica profesional. «Es complicado, ahí dentro sudas mucho pero quitando eso no hay mayor diferencia». En la fotografía ellas llevan la protección con la que trabajan fuera del área de infectados, ya que con el resto de los equipos no pueden salir al exterior.

«Psicológicamente estábamos preparadas, nuestro trabajo es vocacional y hay que echarse para adelante»

juana marroyo

Antes de saber que iban a recibir a estos pacientes estas trabajadoras ya estaban mentalizadas de que el coronavirus iba a colarse en su trabajo. «Psicológicamente ya estábamos preparadas, nuestro trabajo es vocacional, hay que echarse para adelante». Judit puntualiza un poco esta idea. «Es un poco difícil, quieres estar al 100% con los pacientes pero hay momentos en los que pensar en la carga viral hace que te vengas un poquito abajo, esto no ha pasado nunca y ha sido todo de golpe», indica.

Una de las grandes complicaciones para estas profesionales es volver a casa e intentar preservar a sus familiares de un posible contagio. Judit es madre de dos niños de 8 y 11 años. «Yo vivo en una casa, y estos días me estoy quedando en la buhardilla yo sola, me suben la comida y ellos no me pueden tocar, lo más difícil es renunciar al contacto, a los besos y abrazos con tu familia», señala esta trabajadora, que empezó a trabajar en esta clínica hace 14 años. Intenta no transmitir a sus hijos la sensación de angustia, pero entiende que es inevitable explicar a los más pequeños lo que sucede y a lo que se expone. «Ellos quieren saber, hacen preguntas, hay que explicarles lo que puede pasar, yo les he dicho a mis hijos que puedo ponerme mala y no verme en mucho tiempo, es algo histórico que nos ha tocado vivir y vamos a salir de esto», se emociona Judit.

Dentro del día a día laboral también se extraña ese contacto. «Hoy una compañera se ha venido abajo y es cuando le das importancia a los besos y abrazos».

«Lo más difícil es renunciar al contacto físico estos días para proteger a la familia»

judit berrocal

Pese a todo, esta auxiliar cree que no hay que dejar de lado la alegría. «Yo me vengo muy satisfecha del trabajo que hago, estas personas nos agradecen todo lo que hacemos estos días, cualquier gesto», indica.

Aislamiento

Juana también sufre esa sensación de desapego obligado. «Cuando voy a llegar la casa aviso a mis hijos para que se metan en sus habitaciones, me ducho, me pongo la mascarilla, ellos comen solos y yo después, evitamos el contacto, aunque el miedo no me lo puede quitar nadie». Ella cuida en solitario de sus hijos, de 10 y 17 años. «No tengo a nadie más, tengo a unos vecinos maravillosos puerta con puerta que siempre están pendientes de los niños, es muy de agradecer», apunta. «Ahora es cuando se tiene que manifestar la solidaridad, pero ellos siempre han sido así, con coronavirus y sin coronavirus».

Juana guarda los besos que durante estos días no puede dar a sus hijos para los momentos de luz que vendrán. «Son muy besucones los dos, mi hijo me pregunta si no me puede dar un beso aunque sea en la cabeza, les está costando un calvario».

En otros casos algunas de estas trabajadoras se han aislado de sus familias viviendo en casas disponibles durante estos días. «Cada una tenemos nuestra situación y es muy complicado, yo siempre pienso que habrá alguien que tenga una situación peor, reflexiona esta auxiliar, otra pieza básica para superar esta crisis.

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