Los Pirulfos de Extremadura
La exactitud de las comparsas. Carnaval y Semana Santa o cómo si queremos, no fallamos
El domingo de Carnaval estaba comiendo en Barbaño. En el salón, una gran pantalla de televisión encendida. El restaurante estaba lleno y cada grupo andaba ... a lo suyo: el queso, el jamón, las gambas, la carne... Pero, de pronto, empezó a correrse una voz por la sala: «Los Pirulfos, ya salen Los Pirulfos». Yo no sabía qué era eso de Los Pirulfos. Debía de ser el único ignorante porque los camareros dejaron de servir y los clientes dejaron de comer. Todos pusieron sus cinco sentidos en la televisión, donde apareció una comparsa numerosísima ataviada con trajes azules y montando por las calles de Badajoz un espectáculo fenomenal.
Pregunté tímidamente, con complejo de extraterrestre, de qué iba aquello y me aclararon que Los Pirulfos eran la comparsa carnavalera de Barbaño. Un camarero me explicó que este año aspiraban a todo y, efectivamente, al día siguiente me enteré de que habían quedado en cuarto lugar, un puesto que es todo un premio tratándose del formidable desfile pacense.
Pero lo importante no era quedar primeros o cuartos, sino el orgullo que sentían en Barbaño al comprobar la destreza de sus Pirulfos desarrollando sus coreografías, la gracia de sus trajes y, sobre todo, que teniendo Barbaño 600 habitantes, un tercio de la población, alrededor de 200 vecinos, participaba en el desfile.
La expectación que reinaba en esos momentos en Barbaño se extendía a decenas de pueblos de los alrededores de Badajoz. Para ser exactos, no solo de los alrededores, sino también de lugares tan alejados de la capital como Quintana de la Serena. El Carnaval de Badajoz se ha convertido en un fenómeno que da carácter a toda una provincia y lo que más me emociona no son las coreografías, los trajes, los cánticos ni los artefactos, sino la capacidad organizativa que demuestra cada grupo participante.
En el desfile que veíamos mientras comíamos había una sincronización absoluta. Cada comparsa era el resultado de un trabajo de organización, exactitud y perfección. Allí no podía fallar nada y se notaba que cada detalle, cada imprevisto estaba controlado. No había lugar para el error y si se erraba, allí estaba el equipo de intendencia de cada comparsa para solucionarlo. Si de los engranajes perfectos se dice que son exactos como un reloj suizo o que son fruto de una férrea organización alemana, yo añadiría que funcionan con tanta precisión como una comparsa del Carnaval de Badajoz.
Pero regresemos al restaurante de Barbaño para acabar el postre, tomar el café, volver a Cáceres, sentarme ante la televisión y seguir disfrutando con las imágenes del desfile, admirando colores, movimientos y detalles y concluyendo que en Extremadura, cuando algo nos entusiasma, confiamos en nosotros y nos dejan ser como somos, sin tutelas ni proteccionismos, somos capaces de funcionar como una maquinaria efectiva, implacable, sin fallos, organizados y haciendo la verdadera revolución: siendo los mejores, cada uno en nuestro cometido.
Y lo que digo para el Carnaval, sirve también para la Semana Santa de Cáceres, cuando durante los diez días que van del Vía Crucis a la Resurrección, 12.000 cofrades organizan de manera eficiente, metódica y disciplinada decenas de desfiles procesionales en los que la estética y la organización vuelven a sustanciarse en un ejercicio implacable de coordinación y exactitud en el que nada se deja al azar ni a la improvisación.
El Carnaval de Badajoz y la Semana Santa de Cáceres son la señal de que cuando queremos, nos dejan y nos la jugamos, no fallamos.
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