El asesinato de la joven frutera en Cáceres
En 1949 un desalmado acabó con la vida de su mujer de 26 años en la calle Arco de España, asestándole 34 puñaladas. Se pretendió justificar el crimen invocando la defensa de su honor
Desde que hay recuento oficial, desde el año 2003, las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas en Extremadura son 13. Figura como la última ... la joven que murió en Valencia de Alcántara el pasado mes de noviembre; pero los crímenes machistas en Extremadura, por desgracia, han sido muchos más. Uno de ellos ocurrió en Cáceres en 1949. La víctima se llamaba Ramona.
Ramona había tenido una vida muy difícil. En 1933, después de haber ejercido la mendicidad con su padre, entró a servir como criada en una casa de Plasencia. Tenía 10 años. En Plasencia conoció a Urbano, un joven natural de Béjar (Salamanca), que tenía seis años más que ella y era espartero, se dedicaba a hacer con las hojas del esparto desde zapatillas a cestos. Dos años después, Ramona estaba sirviendo en una casa en Madrid, en donde también trabajaba su novio.
En 1937, cuando ella tenía 15 años, en un Madrid en guerra, la pareja se casó por lo civil. En 1939, en una España ultracatólica, se casaron por la Iglesia en Cáceres, ciudad en la que residía la hermana mayor de Ramona. Aquí vivieron en un piso, hasta que en 1941 se fueron a Béjar a estar con la familia de Urbano. Después volvieron a Madrid.
Urbano se convirtió en un hombre bebedor y violento. Maltrataba a su mujer, con la que había tenido dos hijos. Él abandonó Madrid para ir a trabajar a la frontera de Portugal con una hermana, mientras ella se ganó la vida con un puesto ambulante vendiendo, entre otros sitios, en la verbena de San Isidro. En 1946, cuando ella tenía 23 años, el matrimonio se separó definitivamente. Ramona decidió irse a Cáceres con sus dos hijos, buscando rehacer su vida. Su hermana, casada con un trapero, le ayudó a poner una frutería en el número 11 de la calle Arco de España, la hermosa calle que une la plazuela del Socorro con la Plaza Mayor.
Urbano no dejó de molestar a su mujer, según algunos porque la frutería iba bien. Ramona quería librarse de él y entabló una demanda de divorcio canónico, que se tramitó en el Obispado de Coria. Cuando parecía que por fin lograba rehacer su vida, todo se rompió.
La mañana del 4 de febrero de 1949 estaba en la frutería con uno de sus hijos. A las 11 de la mañana Urbano ya se encontraba frente a la tienda. Esperó a que se fuera una clienta, Guadalupe García Holgado, y entró al ver a su mujer sola en la frutería con su hijo. Empezó una discusión acalorada en la que Ramona le pidió que se fuera, que la dejara en paz.
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Un soldado cobarde
Ante los gritos, se asomó a la tienda un soldado que, desde luego, no actuó de manera valiente. Huyó aterrorizado cuando vio que Urbano sacaba de sus ropas una navaja de grandes dimensiones. También huyó el hijo menor de edad.
La primera puñalada fue en el cuello. Ramona salió a la calle para pedir ayuda, pero los vecinos atrancaron las puertas y cerraron las ventanas: no querían saber nada. La pobre Ramona fue recibiendo puñaladas desde su tienda, en el número 11, hasta que cayó muerta a la altura del número 32, frente a una casa que ya no existe al ser derribada para hacer la plazuela del Socorro. En su cuerpo tenía 34 puñaladas.
Urbano caminó por la calle hasta que se encontró con dos policías armados a los que entregó la navaja ensangrentada. Confesó que había matado a su mujer.
Fue juzgado en la Audiencia Territorial de Cáceres el 10 de noviembre de 1949, pocos meses después del crimen. El fiscal le acusó de asesinato y pidió para él la pena de muerte, mientras que el abogado de la defensa, José Ignacio Romero Carvajal, solicitó que fuera condenado a seis años de cárcel.
El informe del abogado defensor fue publicado por 'El Noticiero', y llama la atención que en aquella época se pudiera llegar a justificar un asesinato invocando la defensa del honor.
Un sacerdote en su defensa
Según la defensa, Urbano quería vivir con su mujer, pero ella rechazaba la convivencia con quien decía que la maltrataba. El defensor llevó como testigo a un sacerdote de Coria que habló maravillas del asesino, y presentó un informe de la Jefatura Superior de la Policía que decía que Ramona, en Madrid, había ejercido la prostitución y tenía antecedentes por reventa de tabaco. La defensa afirmó que ella en Madrid fue infiel a Urbano con un hombre que tenía un puesto de caballitos de feria, y que en Cáceres estaba con un dependiente llamado José.
La conclusión del informe del abogado es algo increíble, poco entendible en la actualidad. «Permitidme –dijo a los cinco magistrados del tribunal–, os refiera un episodio sucedido hará unos tres meses, en la Prisión Provincial. Este procesado tiene en su celda varias estampas sagradas. Entre ellas, una de Jesús Nazareno. Pues bien, en una ocasión otro recluso, al entrar en ella y verla, mofándose le preguntó quién era 'ese moro'. La respuesta del procesado fue inmediata y rotunda: le sacó a golpes de su celda. Y como de esto me enterase por otro conducto ajeno tiempo después, y le dijera por qué no me lo había referido, me contestó con sencillez admirable: 'Cumplí con mi deber'. Es decir, como cristiano cumplió con su deber al sentir herido sus sentimientos religiosos. Como hombre, cumplió con su conciencia, cuando recibió la más ultrajante de las ofensas».
Fue condenado a 23 años; pero según hemos podido descubrir en un documento oficial, le dieron la libertad condicional en septiembre de 1953.
¡El asesino solo estuvo preso cuatro años y medio!
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