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«Sin la caza, igual en este pueblo ya no quedaba nadie»
Los bares sirven más cañas y comidas, las casas rurales se llenan, el pienso para las rehalas, el veterinario... En el municipio de Extremadura con más cazadores federados, hasta el cura agradece las monterías
La clave sobre el pueblo la aporta Mariana tras la barra de su bar. «Sin la caza, igual en este pueblo ya no quedaba ... nadie», afirma con la voz y con el gesto. Y lo confirma luego Alejandro, con dos hijos rehaleros que tienen comprometidas ya para esta temporada 97 cacerías. «Sí, una barbaridad», admite el padre orgulloso. Y la acaba de refrendar Antonio, el de la casa rural La Posada del 42, que calcula que un 45% de sus clientes se los debe a las monterías. Hasta el cura, don Abel, lo ratifica: efectivamente, hay domingos en los que el cepillo engorda. Y sobre todo, la realidad de Carrascalejo (Cáceres, comarca de La Jara, a tiro de piedra de Castilla La Mancha) la certifica la base de datos de la Federación Extremeña de Caza: son socios suyos el 40,61% de sus 230 vecinos. O sea, casi la mitad. Que seguramente serán bastantes más si se les suman los que no están federados. Es el municipio de la comunidad con más cazadores, lo que dado el alcance de la actividad cinegética en Extremadura, equivale a decir que es uno de los primeros de España en este capítulo.
Las pistas apuntan a ello antes de preguntarle a nadie. En la calle Verbena, que es la gran vía de Carrascalejo porque en veinte metros coinciden la panadería, el banco y el consultorio médico, hay un cartel en una puerta. Anuncia la 'Gran tirada al plato' celebrada el pasado septiembre y organizada por el Ayuntamiento. Son llamativos los premios: un cordero, 650 cartuchos, seis jamones, seis paletillas, seis lomos, seis salchichones ibéricos, seis chorizos ibéricos y un lote de hueso. Pero es más sorprendente la cara b del cartel, donde figuran las empresas colaboradoras. Son tantas que la imprenta tuvo que reducir la letra y a partir de cierta edad cuesta leerlos. El dato erizará el bello a un comercial de publicidad de la España rural: hay 114 anunciantes. Para una actividad en un pueblo de 230 vecinos. Hay en la lista constructoras, almazaras, rehalas, armerías, almacenes, asesorías, artesanos, asociaciones, bares, bodegas, bancos, cárnicas, cotos, distribuidores, ferreterías, fincas, fruterías, instaladores, casas rurales, pintores, talleres, transportistas...
«Esto es un círculo: al que viene a la montería le acompañan dos o tres o cuatro, y son gente que come y cena en los bares y restaurantes, y muchos acompañantes no cazan y entonces hacen turismo por la zona, y compran productos de aquí en las tiendas...». La lección práctica de economía local a baja escala es de Alejandro Sánchez Fernández, 82 años, cazador toda su vida hasta que le pegaron un tiro fortuito hace catorce años y le cogió miedo. Él sabe de lo que habla porque tuvo un almacén de materiales de construcción que ahora llevan sus hijos, que a su vez tienen cada uno una rehala. Y es el padre jubilado quien les cuida los animales a diario. En total, setenta perros: Pirata, Galván, Tizón, Brujo, Perla, Morante, Fandi, Lucera, Panda, Marisol, Parche, Camarón, Chocolate... «¡Y cómo no me voy a saber todos los nombres, si estoy con ellos cada día!», protesta y ríe a la vez el hombre mientras el chenil se revoluciona con cinco canes peleando por lamerle la mano.
«Entre el 40% y el 45% de nuestros clientes son por la caza»
Antonio Villegas
Casa rural La posada del 42 (4 estrellas)
Por tamaño y jerarquía, gana la partida Arrogante. «Nos costó 700 euros, es un perrazo», dice Sánchez, que lleva sus rehalas por toda Extremadura, pero también a cacerías en Cuenca o Teruel, a 250 euros el servicio.
«Es una exageración la gente que se junta»
«Los días de montería es una exageración la gente que se junta aquí, en esta calle no se coge desde el viernes por la noche», dice Miguel Cid (77 años), que adorna el patio de su casa con varias cornamentas de ciervo disecadas. «Vienen familias enteras, mucho matrimonio con los hijos», amplía su hijo José Miguel (44 años). «Casi todos los fines de semana –sigue el hijo– viene gente al pueblo a cazar. Muchos tienen casa aquí, ello o sus padres o abuelos».
«La sociedad local le ha arreglado al pueblo 14 caminos en el último año, y esto ayuda a prevenir incendios»
Sonia Cid
Alcaldesa de Carrascalejo (PP)
«Yo he servicio materiales de construcción durante años a muchos que viven en Madrid y vienen al pueblo por la caza, porque vienen tanto que les gusta tener la casa bien y la arreglan», cuenta Alejandro Sánchez, que aporta más cifras a esta rueda económica que gira gracias a la caza. «Los perros –detalla– se comen 32 euros en pienso cada día, y ese alimento hay que comprarlo en algún sitio, y en veterinario se va también una buena cantidad, entre microchips, vacunas, desparasitaciones, curas, urgencias...».
«Aquí la caza se nota muchísimo», afirma Mariana Ioana, a la que una clienta a la que acaba de servir un café con leche define como «una institución en el pueblo». Es rumana, llegó hace nueve años, y aunque al principio pensó que no sería capaz de vivir en un sitio tan pequeño, se ha hecho tan bien a Carrascalejo que su último cumpleaños lo celebró invitando a todo el pueblo. «Gente que estaba de paso y nos vio, decía que no había visto nunca algo así», se sonríe la empresaria, que no tiene un bar común. Es bar y cafetería y restaurante, y también una pequeña 'multitienda'. Vende, claro está, chorizo de venado y de jabalí.
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«Sin las monterías, yo no tendría ni el bar ni la tienda –resume Ioana–. Este pueblo no sobreviviría sin la caza. Cuando hay cacerías, viene gente el viernes a cenar y tomar algo, y luego el sábado a desayunar y a comer y a cenar. A veces me encargan comidas para grupos, para 30 ó 40 personas. Son los que caben en mi local. Si son más, a veces lo hemos hecho en el bar de la piscina municipal, que es más grande y tiene aparcamiento».
«Los fines de semana que hay montería, las colectas de la misa dominical aumentan»
Abel López-Mancera
Cura de Carrascalejo
Su competencia está a dos pasos. Es el Bar Mateos, famoso por sus migas las mañanas de montería. Y al lado hay otro, el bar Álvarez, aunque ahora está cerrado. En verano, la oferta de barras en las que acodarse o terrazas en las que olvidarse del tiempo crece con dos más: el chiringuito y la piscina.
Y para alojarse están Los chozos del Geoparque, a las afueras del pueblo, y la casa rural La Posada del 42, junto a la iglesia. Se llama así porque al lado está el hito kilométrico 42 del Camino Real Guadalupense, que tiene en Carrascalejo un punto clave porque marca el inicio del tramo más bonito y duro del sendero entre Madrid y Guadalupe.
La casa rural y la iglesia
Regentan el negocio Antonio Villegas y su hermano. «Los cazadores suponen entre el 40 y el 45% de nuestra clientela», calcula Antonio, que compagina su faceta empresarial –tienen también una marca de aceite– con su trabajo como informático para una multinacional japonesa. Su alojamiento tiene cuatro estrellas, y más comodidades que la mayoría: televisión con detector de presencia, interruptores para personas con discapacidad visual, persianas domotizadas que sube y baja desde su móvil, termo de agua caliente que usa la inteligencia artificial para adaptar los consumos, ducha efecto lluvia, calentador de toallas... Dormir en ella vale 150 euros la noche, y dice Villegas que están contentos con los datos de ocupación media anual.
«Aquí se respeta mucho al animal: la perdiz la cazamos un día al año, y el año pasado ninguno porque crio mal»
José Miguel Cid
Vecino de Carrascalejo
«En esto de la caza –explica–, hay fechas estrella que nos pasan los cotos, y sabemos que para esos días va a venir al pueblo mucha gente de fuera». «Viene el cazador, pero también sus acompañantes. Es habitual que el hombre se vaya a la montería y la mujer y los niños se den una vuelta por el pueblo, socialicen, hagan turismo por la comarca... El otro día tuvimos alojados a cuatro chicos de un pueblo de Badajoz, y mientras uno cazaba, los otros se quedaron por aquí. Y congeniaron tan bien con la gente del pueblo que vuelven para una montería que hay a final de mes». «La caza –condensa Antonio Villegas– tiene un impacto económico claro sobre el pueblo: en la casa rural, en los bares, en la quesería artesanal, en la tienda de alimentación, en la iglesia...».
Sí, también en la parroquia. «Los fines de semana que hay montería, ves caras nuevas los domingo y hay mucho ambiente en el pueblo», dice Abel López-Cortés Mancera, cura de Carrascalejo, Villar del Pedroso y Navatrasierra. ¿Y se nota en el cepillo, padre? «Sí que se nota, las colectas aumentan un poco», afirma el sacerdote, que agradece también que a veces cuenten con él para bendecir la jornada cinegética antes de su inicio.
«Una montería de 80 puestos puede atraer al pueblo hasta a 140 personas, entre cazadores y acompañantes, y toda esa gente da mucha vida al pueblo», concreta Javier Ocampos, presidente de la Sociedad Local de Cazadores de Carrascalejo, que tiene 81 socios que pagan 500 euros al año, y 800 los honoríficos. Su coto social abarca 3.400 hectáreas y dan cada año seis monterías, además de recechos y esperas muchos fines de semana. «Cuidamos al detalle la gestión del coto, con el control de alimañas, la siembra, el pago de una compensación a los ganaderos...», cuenta Ocampos.
La perdiz, un día o ninguno
«Aquí se respeta mucho la caza», afirma Miguel Cid. Al lado, su hijo lo explica con datos: «Caza menor solo la tenemos cinco días al año, y a la perdiz solo uno, y el año pasado ninguno porque crio mal». «Es que o respetas o exterminas a la especie», resume José Miguel Cid, que es hermano de la alcaldesa, quien además de la dimensión socioeconómica que la actividad cinegética tiene para la localidad, destaca otras dos: la medioambiental y la cultural.
«La sociedad local de cazadores, con la que tenemos muy buena relación, arregló el año pasado 14 caminos del término municipal, un trabajo que nosotros como ayuntamiento no podríamos hacer porque no tenemos dinero para ello», detalla Sonia Cid (PP). «Y organizaron una tirada benéfica –continúa– que les permitió comprar una cuba de agua con motor para el pueblo». Una cosa y la otra, destaca la regidora, ayudan a prevenir incendios forestales, una amenaza latente para el paisaje de dehesa que rodea Carrascalejo.
«Sin las monterías, yo no tendría ni el bar ni la tienda»
Mariana Ioana
Bar y 'Multitienda' Ioana
La otra variable que subraya la regidora es la cultural y tiene que ver con el mantenimiento de las tradiciones. «En los días de montería se puede ver en el pueblo a los jóvenes cantando rondeñas en torno a una guitarra y una caja, una costumbre que se ha perdido en casi toda esta zona y que nosotros mantenemos en gran parte gracias a la caza».
Y pasa igual con los chozos turísticos, municipales pero de gestión privada. «La mayoría de los clientes son cazadores y sus acompañantes», apunta la alcaldesa de Carrascalejo, que según el INE, tenía al acabar el año pasado 14 habitantes más que cuatro años antes. Y eso, en esta esquina de España y en estos tiempos, es casi un milagro.
«Las sociedades locales de cazadores evitan el abandono de muchas fincas»
«Las sociedad locales de cazadores tienen un papel fundamental en la caza tanto del siglo XX como de nuestros días, porque son claves para la gran fortaleza de la caza, que es su carácter social, el hecho de que la puede disfrutar cualquiera al que le guste independientemente de su capacidad económica». La reflexión es de José María Gallardo, presidente de la Federación Extremeña de Caza, que destaca el hecho de que estas sociedades «dan la oportunidad de cazar a todo el que le gusta, independientemente de su condición social». «Esto hace de la caza una actividad muy social, muy ligada a los pueblos», enfatiza el dirigente federativo. «Por otro lado -continúa-, estas sociedades suelen constituirse en torno a pequeños terrenos de la gente de los pueblos, a minifundios que son difíciles de gestionar de forma privada, por los altos costes, y al agruparlos en las sociedades locales de cazadores, se consigue tener un terreno bien gestionado y cuidado en lugar de abandonado, que es como estarían muchas fincas de no existir las sociedades locales de cazadores».
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