Qué vino beben los extremeños
Una cuestión de edad. Las preferencias de los consumidores enla región están marcadas por la generación a la que pertenecen
José Tomás Palacín
Viernes, 9 de junio 2023, 14:52
No existe un prototipo medio del consumidor extremeño de vino. No es un hombre de 44 años al que le gusta el tinto y que lo toma en reuniones familiares. O una mujer de 28 que prefiere el semidulce y solo lo bebe en restaurantes. La realidad es que, como el propio vino, que es un producto vivo y flexible, cada paladar tiene sus gustos, sus manías, sus momentos, sus ambientes. No hay una verdad absoluta.
Aún así, para tratar de vislumbrar quiénes son los extremeños que beben vino, cómo lo consumen, dónde y cuáles son sus preferidos, lo primero que cabe destacar es que la región ha cambiado mucho en los últimos 15 años. Hace tres lustros, sí que había un consumidor medio: varón de más de 50 años que gusta de beber un tinto «de los de toda la vida». Actualmente, esa tendencia ha cambiado y las razones son varias.
Las tres fuentes consultadas -Javier Barrero, gerente de Representaciones Barrero y La bodega de Santa Marina; David Benegas, propietario de Debenegas y distribuidor oficial de Bodegas Emilio Moro y Cepa21, y José Ramón Alonso de la Torre, escritor y mítico conductor de 'Entre vinos' y columnista en HOY- coinciden en lo mismo. En Extremadura hay tres perfíels bien diferenciados de consumidores.
Los jóvenes
«Un primer perfil estaría formado por jóvenes y adultos. Gente de en torno a los 25 años, quizá menos, hasta los treinta y largos, que son más innovadores, más arriesgados. En cierto modo, más divertidos», explica Barrero.
En este perfil, que Barrero asegura que es homogéneo en sus gustos sin necesidad de tener en cuenta el sexo, gusta sobre todo el vino extremeño, blanco a ser posible, semidulce y tintos jóvenes de Ribera del Duero y Rioja, en este orden. Algo en lo que Benegas y Alonso de la Torre están de acuerdo, si bien el primero apunta hacia otra dirección.
«Es cierto que lo primero es el de la tierra, aunque quizá sea por ser económico. Seamos claros: esto no significa que sean peores, va por gustos, y su orden sería Ribera del Duero, verdejos, Riojas y godellos. Son arriesgados, como es lo propio, son más valientes a la hora de pedir; sin embargo, también son inexpertos».
Benegas cuenta que él, a sus 25 años, no consumía vino en cenas. Ni sus amigos. Pero ahora ve mesas en taperías, bares, restaurantes y reuniones en las que siempre hay una caña de cerveza a medio terminar y la botella de vino, victoriosa, pasándose entre manos. «Algo ha cambiado y para bien».
Alonso de la Torre, por su parte, cree que esta atención de las nuevas generaciones –o, al menos, de este sector que indican– viene por varias cuestiones. La primera, el nuevo concepto de salud que se maneja en esta parte de la demografía extremeña. Lo sano, lo saludable, lo limpio es lo que más se lleva, y el vino forma parte de esa iconografía. «Y más allá de eso, lo interesante es que los jóvenes no tienen pisos y coches que pagar, porque no tienen dinero. Así, gastan mucho más en restaurantes y bares que las generaciones anteriores y se arriesgan a probar vinos. Ya no entienden cenar sin probar uno nuevo, aunque no sepan demasiado. La cerveza y los refrescos se han desterrado».
Este grupo también se atreve a tomar el vino como ocio: llena catas, casas de vinos y el turismo enológico está en auge. Para ellos, no es tanto un rito como un divertimento. Y el escritor subraya: «el blanco dulce es el que arrasa entre los jóvenes extremeños».
Los adultos
El segundo gran perfil del consumidor extremeño de vino sería el formado por adultos de entre 40 y 60 años que saben de vinos, que siguen arriesgándose aunque con un mayor conocimiento. Su experiencia les hace ser más osados a la hora de elegir.
«Este grupo es el consumidor extremeño que conoce, aunque decir que alguien sabe o no es algo tramposo. Insisto: esto va, sobre todo, por gustos», apunta Barrero. «Diría que este sector es el de los restaurantes. Los jóvenes van también, sí, pero más a taperías, bares o restaurantes de su talla económica, por lo que no tienen tanto sobre qué elegir. Este, en cambio, sabe los sitios, sabe las cartas y apuesta por su gusto sin dejar de buscar nuevos sabores».
Benegas apunta también que este sector es el que gasta, aunque no se vaya siempre a lo más caro. El experto diferencia tres conjuntos de precios: vinos de 5 a 15 euros, de 15 a 30 y de más de 30 euros. Mientras que el primer sector se va siempre a los precios baratos –a no ser que sea un regalo– el segundo sector compra indistintamente siempre y cuando sea acorde a sus gustos. «Hay vinos caros y vinos baratos, y hay vinos malos y vinos buenos. Todo depende del entorno, del ambiente, del restaurante, del ánimo. Pero estos adultos saben lo que quieren».
«Y además, lo hacen saber», apunta, por su parte, Alonso de la Torre. «En mi opinión, no son los que llenan los restaurantes, ya que la vida la dan los jóvenes. Pero el rito del vino, esa ceremonia, ese elemento cultural está en este grupo. Puede haber pose también, no digo que no, aunque siempre surge ese pequeño momento en el que alguien decide el vino, normalmente el que sabe. Y si no, el cuñado. Siguen existiendo los pedantes y siguen existiendo aquellos que disimulan que están oliendo para que no piensen de ellos que lo son».
A este sector le gustan los vinos «complejos» –ninguno de los tres expertos consultados quieren decir exactamente esa palabra, aunque los tres terminan usándola–. Y el rey aquí es el Ribera del Duero tinto, en cualquiera de sus formas.
Los mayores
El tercer perfil, formado por mayores de 60 años, lo integran consumidores que han comprado toda la vida el mismo producto y que, a estas alturas de la vida, no pretenden cambiar.
«Este grupo es curioso. Quizá tiene menos conocimiento general que los adultos del segundo sector. Sin embargo, saben lo que quieren y lo que les gusta. Es cierto que se dirigen siempre a las mismas marcas contrastadas de calidad que no van a fallar. Pero tienen ese conocimiento que les hace saber mucho de un grupo muy reducido de vinos», argumenta Barrero.
Según él, no solo es que sean más tradicionales –que también–, sino que han tenido una educación diferente. Consumen en casa, sobre todo, luego restaurantes y por último, en reuniones familiares donde eligen el vino ellos.
«Nunca se van a arriesgar –señala Benegas–, nunca van a innovar y es que encima no puedes convencerlos de lo contrario. Aunque en ellos late de algún modo ese gusto por el vino. También les gusta la cerveza, claro, pero son los más relación tienen con el producto. Tradición, costumbre… No lo sé. Pero sí sé que no es tozudez».
Para Alonso de la Torre, uno de los encantos que tiene esta nueva fascinación por los vinos de la gente joven es su contraste con este último grupo. Personas que compran sus vinos de toda la vida, de entre 20 y 30 euros, riberas y riojas poderosos frente a los jóvenes «rebeldes». «Son los que invitaban al médico a un Ribera del Duero cuando terminaban la consulta. Ahora no, ahora son los jóvenes los que gustan de extremeños, algo que antes era impensable. En 15 años, han cambiado muchas cosas».
Hombres y mujeres
La segmentación por sexo del consumidor extremeño de vino rompe el consenso enre los expertos consultados. Aunque coinciden en que las mujeres saben más de vino que los varones, Barrero afirma que «a mí no me gusta hacer una diferenciación, porque por edades, aunque pueda parecer que las mujeres tiran más hacia el blanco, yo veo una pasión por el tinto entre el segundo perfil y el tercero. Lo que sí está claro es que esa educación, ese olfato, está más desarrollado en mujeres que en hombres». Por otra parte, Benegas señala que en cualquier bar o restaurante es muy fácil ver a mujeres con un blanco o un semidulce coronando la mesa –nunca tintos, en su opinión–. Y que son menos engreídas: huelen menos, miran menos, pero saben más. No les hace falta, como citaba anteriormente Alonso de la Torre, la 'pose'. «Ves un grupo de cinco amigas y no necesitan hablar de este vino o de aquel. Es más sencillo que todo eso. Lo analizan rápido, lo captan rápido y saben pronto si les gusta o no». El escritor coincide con Benegas: tiran siempre por el semidulce. No regalan tanto como los hombres, pero los diferencian mejor. Y, si beben tinto, van a vinos afrutados y suaves que entren bien, menos pesados, menos intensos. «Por mi parte, empiezo a estar un poco harto de estos tintos fuertes. Estoy en esa parte de la población que prefiere los vinos curiosos, suaves, versátiles. La gente joven, no solo las mujeres, tira por ahí. Y son el futuro».