Viento de cara, caídas y triunfo de Merlier
Sin atisbo de lucha en toda la etapa, la carrera se decidió en un ajustado sprint al que no pudo llegar Philipsen, que abandonó tras irse al suelo
Jon Rivas
Lunes, 7 de julio 2025, 20:36
Dunkerque fue escenario de disputas feudales, guerras fronterizas y hazañas bélicas durante la II Guerra Mundial. De ida y vuelta; primero la retirada ordenada de ... los británicos, después la reconquista. También de fugas sonadas, como la de Bahamontes en el Tour de 1960, y no sobre la bicicleta precisamente. Una fotografía le retrató el 28 de junio. Vestido con traje gris de solapas anchas un tanto arrugadas, corbata con puntitos, camisa blanca, calcetines claros y zapatos de vestir algo gastados por las punteras. El Águila se limaba las uñas sentado sobre la maleta con el número '1' en el costado, con el reloj de la estación detrás, que marcaba las diez y ocho minutos, y el cartel con el nombre de Dunkerque. A punto de tomar el tren de vuelta. El día anterior se bajó de la bicicleta después de dos averías. Nadie le convenció; ni Julián Berrendero, su director, ni José Herrero, su gregario, al que empujó con malos modos, ni Carmelo Morales, que le gritaba enfadado.
No tenía ganas de correr Bahamontes aquel día, un año después de ganar el Tour y, genio y figura, abandonó. Tampoco partieron este lunes con muchos ánimos los ciclistas que tomaron la salida de Valenciennes con destino hacia Dunkerque, viento en contra todo el camino, fuerte a veces, que quita las ansias de cualquier pelea. Como el día anterior, los chubasqueros acompañan en los primeros kilómetros, pero dejó de llover enseguida y vuelven todos a su ser y al viento en contra, pero ya tenían el cuerpo como Bahamontes aquel día de junio de 1960. Sin demasiadas ganas de marcha tras dos jornadas intensas y nerviosas en las que los pájaros disparaban a las escopetas y aparecían en el escenario las estrellas en el horario de los teloneros. La bajada de tensión fue radical, el gran apagón en el Tour, que rodaba a velocidad de cicloturista porque ni las estrellas, ni los teloneros, ni los aventureros habituales aparecieron durante toda la etapa.
Solo las caídas, que dejaron fuera de combate a Philipsen en el sprint intermedio, alteraron el pulso débil de la carrera, que en ese momento se aceleró para los puntos del jersey verde. Cocquard quiso pasar por donde no podía, salió rebotado y arrolló al belga, que quedó en el suelo, magullado, con el maillot destrozado, la espalda abrasada y la clavícula rota. «Lo pasamos fatal», confesaba Biniam Germay, que vio de cerca el accidente. «Estoy contento de haber terminado la etapa sano y salvo. Cada vez que oía choques a mi alrededor el corazón me latía a mil. No fue nada agradable, sobre todo a esa velocidad». Coquard, el involuntario detonante, se explicaba después: «Siento que Milan está acelerando. Quizá mi rueda delantera roza su desviador o quizá es Rex quien me está desequilibrando, la verdad es que no lo sé. Y, obviamente, no era mi intención provocar una caída, no quería correr ningún riesgo. Perdí el equilibrio claramente, casi pierdo la zapatilla, no es agradable».
Si la marcha ya era lenta antes del suceso que marcó la etapa, se ralentizó todavía más desde ese momento. Como si a los ciclistas les hubiera dado un ataque de precaución vial. Ocuparon entonces todo el ancho de la calzada, y además seguía a soplando el viento.
Escapada del día
Daban a entender que sería así hasta la meta, lo que después obligó a los organizadores a montar la ceremonia de entrega del premio al más combativo de la jornada sin ciclistas. Había trofeo, había ramo de flores, había patrocinadores, pero ningún corredor, porque la única escapada del día, la de Tim Wellens, fue una maniobra organizada por su equipo. Con permiso de los demás y el beneplácito de Remco Evenepoel, hoy por ti, mañana por mí, que entregó el salvoconducto sin rechistar, para evitar a Tadej Pogacar la rutina de subir al podio por el jersey de la montaña. Wellens se marchó un ratito, puntuó en el alto de cuarta categoría, se colocó primero en la clasificación y esperó al pelotón. «Tadej es muy generoso», explicó después. Tanto como previsores sus directores para que su líder descanse un ratito más. Los dos protagonistas, Wellens y Pogacar, lo comentaban entre risas después, cuando el nuevo jersey a puntos volvió al redil.
Mientras la Gendarmería hacía su trabajo y encontraba las once bicicletas robadas al Cofidis el día anterior, circulaba el pelotón con despistes y caídas en la parte trasera, y solo aceleró cuando atravesaba Bergues, ese pueblo que se hizo famoso por la película 'Bienvenidos al norte'. Quedaban ya solo nueve kilómetros y, aunque fuera por vergüenza, los equipos que optaban a la victoria empezaron a organizarse. Solo entonces aumentó la velocidad, pero siguieron los despistes. A Evenepoel le afectaron a tres kilómetros de la meta. Se raspó las manos en una caída -corre sin guantes- mientras los más rápidos aceleraban, esquivaban otra caída más en la última curva, y se jugaban el triunfo al sprint en el que Tim Merlier, por fin, tuvo su momento para ganar la etapa.
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