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Juego de Tronos 8x06: Así fue el gran final

Juego de Tronos 8x06: Así fue el gran final

Último capítulo de la octava temporada ·

La serie más célebre de este siglo emitió un desenlace en el que todos sus protagonistas encontraron su destino

Mikel labastida

Lunes, 20 de mayo 2019, 08:50

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No leas este artículo si no estás al día de 'Juego de Tronos': contiene espoilers de la temporada final.

Ni Daenerys ni Jon. 'Juego de Tronos' optó para su final por tirar por la vía de en medio. Habría sido difícil escoger entre uno de sus grandes protagonistas, así que decidió acabar con ambos e . Como argumento no se le puede poner pegas, otra cosa es el modo en que se llevó a cabo. Le faltó emoción a este último episodio, no terminó de llegar a un climax en que al espectador se le cortase el aliento. Y eso nos desconcertó a más de uno. No fue lo único.

El final de 'Juego de Tronos' nos deja un sabor agridulce como no podía ser de otra manera. Era complicado que cualquier desenlace complaciera a los muchos seguidores que después de ocho años lo aguardaban. El gran giro ya se produjo en el episodio anterior cuando Daenerys, presa de la ira y movida por el deseo de ocupar el Trono, arrasó sin piedad Desembarco del Rey. En el capítulo final teníamos que ver cómo reaccionaban el resto de personajes a este suceso. Y lo vimos.

El primero en reaccionar fue Tyrion que le afeó su conducta a la reina delante del ejército de soldados al que ella había arengado para que continuasen en la lucha. La Khaleesi, lejos de apiadarse de él, mandó que se lo llevaran preso. Después nos encontramos a Arya, junto a Jon, que observa horrorizada a una reina que no siente como suya. Cuando su hermano trata de corregirla, la joven le recuerda que él representa una amenaza que ella no tardará en eliminar. Primera advertencia. La segunda llega con Tyrion, cuando Jon va a visitarle y ambos charlan de lo sucedido en la última batalla. Y de lo que pasará.

Y así llegamos al encuentro más esperado, el de los dos Targaryen que siguen vivos, el de los amantes peleados por el poder. Ella se encuentra en una sala del Trono derruida en la que, sin embargo, el Trono se mantiene de pie. La muchacha lo llega a acariciar -al fin se encuentra ante él- pero no llega a sentarse. Jon entra con la intención de entender por qué se ha comportado así, por qué ha acabado con tanta gente inocente. Busca un arrepentimiento que no halla. Daenerys lo tiene claro: para conseguir su fin -un buen fin, según ella- arrasará a quien sea y lo que sea, nadie le detendrá ni le hará cambiar de opinión, el mundo será como ella quiera o no será. Jon comprende que no la va a hacer cambiar de opinión. Suponemos que en ese momento toma la decisión. La pareja se funde en un beso y él aprovecha para clavarle una daga y matarla.

Lo hace como lo ha hecho todo Jon en esta serie, con poca sangre, con poca energía, con la pena con la que mueve cada gesto de su cara. Pero lo hace. Jon mata a Daenerys, cumple por última vez con su deber. Si la muerte de Cersei nos pareció sosa, la de la madre de los dragones (aunque más inesperada) no lo ha sido menos.

Drogon, el dragón, no tarda en detectar que algo no va bien y acude al encuentro de su madre. Y la encuentra muerta. Fuera de sí la venga. ¿Matando a Jon? No. Acabando con aquello que si no es de Daenerys no será de nadie, con el objeto que ha provocado las mayores disputas a lo largo de los siglos, con el símbolo por el que Khaleesi lo terminó perdiendo todo. Drogón arrasa el Trono de Hierro, que queda absolutamente destruido.

Y esto es lo más interesante que nos deja el último capítulo. Con la destrucción real del Trono se destruye una forma de gobernar, de elegir reyes, de dirigir el destino en los Siete Reinos. Eso lo vamos a saber más adelante, en una segunda parte del episodio en la que la épica se deja de lado y en la que asistimos a una resolución que nos deja fríos. Ya da igual. El Trono ya no existe, y sus dos mayores pretendientes han caído, porque una vez se descubre que Jon ha asesinado a su reina los inmaculados lo apresan. Eso no lo vemos, en realidad.

En la siguiente secuencia (se supone que han pasado unos meses) tras la muerte nos encontramos con el resto de protagonistas reunidos junto a otros tantos personajes de los que ni nos acordábamos ni falta que hacía. Están las hermanas Stark, Bran, su tío Edmure (que no habíamos extrañado en ningún momento), Robert Arryn (ya crecido), Sam, Yara Greyjoy, sir Davos, Gendry Baratheon, Brienne y otros cuantos que no nos molestamos en identificar. Ahí podían haberse jugado a los dados quién va a gobernar, pero al final prefieren fiarse de lo que dice Tyrion. Sam propone instaurar la democracia, pero no han avanzado los tiempos lo suficiente como para llegar a ese punto.

Así que Tyrion propone que sea Bran el que se encargue de dirigir los Siete Reinos. ¿Por qué? Nadie lo sabe. A falta de mejor mérito se saca de la manga un poco de literatura. «No hay nada más poderoso que una buena historia», dice. Y, al parecer, el joven Stark es el que tiene la mejor historia. Bueno, bien, aceptamos Bran como animal de compañía. Ya da igual. Todo suena a transición. La serie nos quiere decir que se cierra una etapa, que acaba una forma de mandar, que el mundo será un poco más libre a partir de ahora. El muchacho no puede tener hijos por lo que para elegir un sucesor habrán de ponerse de acuerdo de nuevo varios señores.

Vamos recogiendo que esto se acaba y no da más de sí. Sansa se independiza, dice que el Norte irá por su cuenta y el deseo es concedido. Arya decide marchar a descubrir mundo, cual Cristóbal Colón, más allá del oeste. Y a Jon lo confinan de nuevo al muro, allá donde perdió y recuperó la vida. Y allí se va a iniciar otra vida más...

Queda poco más de enjundia que contar. Tyrion vuelve a ser mano del rey y convoca a un consejo del nuevo rey formado por retales (Davos, Brienne, Bronn y Sam, que se ha vuelto a escritor y ha firmado 'Canción de hielo y fuego -toma ya-).

Y suena la música. A falta de buenos diálogos este año hemos tenido una banda sonora excelente que ha sido la que ha conseguido emocionar en muchos momentos, como en esos instantes finales del capítulo en el que vemos a Sansa coronarse, Arya partir y Jon salir del muro y adentrarse en un bosque en el que se supone que ya no hay peligros.

¿Cómo se ha reconstruido el muro? Nadie la sabe. Suponemos que lo han encargado a la misma empresa de albañiles que han levantado Desembarco del Rey en unos días y la han dejado tal cual estaba. Son algunas de las muchas preguntas que quedan sin respuesta. ¿Quién se acuerda de la lista de Arya? ¿De qué sirvió que Varys enviase cuervos con la verdadera identidad de Jon? ¿A dónde se va Drogon y quién cuidará de él? Qué más da. El Trono se ha destruido y eso es lo importante. El resto es secundario.

Y esto se acaba aquí. Dentro de unos años nos preguntaremos aquello de qué hacías tú cuando Bran Stark se convirtió en el rey de los Siete Reinos, de los Seis, perdón. Porque el final de 'Juego de Tronos' se ha convertido en todo un acontecimiento que traspasa lo meramente audiovisual, de esos que merecen ser recordados.

Que no nos nuble si el cierre nos ha gustado más o menos. Pocos eventos han desatado tantas discusiones, tantos debates, tantos análisis desde puntos de vista bien diferentes. Nunca una historia de fantasía se vivió de un modo tan intenso. Hemos vivido 'Juego de Tronos' de la manera más apasionada que hemos podido y estamos orgullosos de ello.

Aunque ahora parezca mentira lo de 'Juego de Tronos' se cocinó a fuego lento. Primero con los libros, más tarde con una adaptación que en un principio atrajo a un puñado de espectadores y a la que nos fuimos sumando muchos más según pasaban los episodios. Aquellos dragones, caminantes blancos y gigantes, que podían habernos echado atrás, terminaron convenciéndonos para entrar en ese mundo. Han sido ocho años en los que hemos sufrido, vibrado y alucinado. Trate de pensar en cuántas cosas han sido capaces en los últimos años de generales todas esas sensaciones. Pocas. Eso es lo que cuenta.

Tardaremos en olvidar este mes y medio en el que todas las semanas giraban alrededor de un episodio, daba igual que más sucediese en la vida real que todo se supeditaba a lo que ocurría o dejaba de ocurrir en Poniente. Aquí nos quedamos esperando a que llegue el próximo acontecimiento que nos haga vibrar así. Tardará en llegar, pero ojalá llegue. Qué bien haber vivido este, más allá de su desenlace. Lo importante, como siempre, ha sido el camino.

Y ahora sí, mi guardia terminó.

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