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ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Sábado, 26 de febrero 2022, 16:47
Si han visto ya el nombre del autor al que van a referirse estas palabras, les supongo arrellanados cómodamente y con cierto aire de suficiencia, ... como intuyendo claramente ya que lo que van a leer será rotundamente positivo. Y tienen razón, por supuesto, porque Julian Barnes (ya saben, uno de esos miembros del llamado «dream team» de la narrativa inglesa que, junto con Ian McEwan, Martin Amis, Kazuo Ishiguro y algunos más, revolucionaron la novela contemporánea a base de contar historias estupendas con un lenguaje sólido y renovador) acierta siempre con lo que escribe y es uno de mis escritores preferidos. Y da igual que se trate de novelas o, como en este caso, un ensayo biográfico novelado que se lee con la gracia y el interés que ponemos, por ejemplo (y no nos atrevamos a negarlo) cuando se nos cuentan, con pelos y señales, historias más o menos frívolas que, empapadas de un barniz intelectual como el que aquí se nos ofrece, nos enganchan de manera irremisible; es lo mismo: con Barnes viajamos siempre seguros.
Ya les adelanto que, como a mí me ocurrió, tal vez no hayan oído hablar en su vida de un personaje como Samuel Jean Pozzi al que se dedica esta atractiva narración; y no conozcan tampoco, o si lo conocían tal vez no fueran capaces de identificarlo, que se trata del varón retratado en el ciertamente magnífico cuadro que sirve de detonante para este apasionante y entretenido trabajo que, desde la misma cuidada portada (y dentro una bellísima edición, magníficamente adornada con atrayentes fotos y dibujos, pero, ¡ay!, con una letra excesivamente reducida), capta rápidamente nuestra atención. Efectivamente es este Pozzi, un prestigioso médico especializado en ginecología, el elegante personaje que, vestido con una impactante bata de color rojo, retrata el hoy revalorizado pintor americano John Singer Sargent (también descubrimos en el relato, los que no lo sabíamos, que fue el padre de Catherine Pozzi, la iconoclasta autora de 'Agnes', que aquí nos rescató Periférica). El viaje que Jean Pozzi con otros dos caballeros nobles franceses (él era plebeyo), el príncipe Polignac y el conde Montesquiou, realiza desde Francia a Londres en 1885, le sirve a Barnes como punto de arranque para ofrecernos un vibrante fresco del mundo de lo que se conoció como Belle Époque, en la que, como iremos descubriendo, nuestro personaje principal gozó de un protagonismo más efervescente de lo que hubiéramos sospechado.
Con los años los lectores vamos disfrutando cada vez más de esos géneros híbridos que arrancan, como aquí, de una anécdota histórica y derivan luego hacia una recreación, tan entusiasta como documentada, tanto de hechos como de personajes que existieron en realidad. Si además cuentan con una narración acertada y chispeante, terminan por enganchar como la mejor novela al uso. Intuyo que todavía les aumentarán más las ansias de acercarse a este texto si les informo de la aparición, en algunos casos muy repetida e intensa, de personajes tan atractivos como Oscar Wilde, Sara Bernhardt o el inefable Jean Lorrain (estos dos últimos de especial relieve, dadas las intensas relaciones que tuvieron con los personajes principales de nuestra historia); y, además, de toda una pléyade de escritores, intelectuales, artistas (músicos, cantantes y actrices, pintores, sobre todo), políticos, periodistas y más elementos con los que los tres protagonistas –Pozzi más que los otros porque él es el objeto central del interés de Barnes– tuvieron relación.
En eso consiste el acierto principal de nuestro novelista: no estamos ante un repertorio de anécdotas escogidas al azar con el que hacernos una idea del ambiente del momento, estamos ante un trabajoso rastreo (aunque cuando lo leemos parece que surge de la manera más natural y elocuente posible) que pasa siempre por la relación que los aludidos tuvieron directa o indirectamente con los artistas y personajes mencionados. No se recata que la condición homosexual de Polignac y Montesquiou, no del todo confesa en el caso del primero, pero asumida y conocida por todos, unida a la fama constatable de Pozzi como seductor heterosexual inveterado, abren las puertas de par en par al sugerente mundo libertino de una época que, entre luces y sombras, hizo del universo de los apetitos sexuales una cuestión primordial, carne de chismes y alimento nutritivo de curiosos y desocupados. Una galaxia en la que hipocresías mantenidas por mor del estatus social se combinan con secretos a voces y lances de honor con los que tratan de enjugarse; un fascinante mundo –reservado exclusivamente a las clases altas a las que el plebeyo Pozzi logra ascender no solo por sus excelentes aptitudes laborales, sino, sobre todo, por las magníficas relaciones sociales a las que por su variada trayectoria accede– que supo enhebrar como nadie la abyección y bajeza de muchos con los elevados ideales y vidas ejemplares de otros.
Narrado como si de un reportaje se tratase (ya aludí arriba a la exquisitez de las ilustraciones seleccionadas), con un estilo tan ameno como arrebatador, producto de la inmarcesible sorna de Barnes sabiamente conjugada con lo imprevisible y hasta inaudito de algunos hechos referidos (no se pierdan esos comentarios sobre la difícil legitimidad de determinadas sentencias judiciales francesas) y, lo que me parece más sustancioso de todo, sabiendo extrapolar muy lógicamente muchos de los fragmentos escogidos hacia situaciones de vivencias corrientes en la actualidad –asombrosa la pericia de sustentarse en lo contado como severo correctivo contra la intempestiva votación que condujo al «brexit»– 'El hombre de la bata roja', sobre un encomiable y distraído viaje hacia un tiempo periclitado –¡a cañonazos!– desde la Primera Guerra Mundial, termina por ser una lectura tan provechosa como regocijante que ningún lector debiera perderse.
Julián Barnes
Editorial: Anagrama
Barcelona, 2021
336 páginas
Precio: 21,90 euros
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