De pequeños nada (I)
Poemario. El nuevo libro de Manuel Espinal es tan sencillo y tan fácil de que pudiera dar la inexacta impresión de ser una obra de poco fuste
Enrique garcía Fuentes
Viernes, 4 de julio 2025, 22:07
Ahora que De la luna libros parece más volcada a la novela (¡esa 'Lunas del Norte'!) y al teatro (aunque se hayan marcado esa pasada ... de edición de poemas selectos de Emily Dickinson en versión poética de Marino González y artística de José Paulette) me permito, transmutado en una suerte cercana de Federico García Lorca, nombrar a Chema Cumbreño 'Cónsul General de la edición poética en Extremadura'.
Lo mismo que el tiempo climatológico nos adormece y frustra con sequías prolongadas, al igual gozamos a intervalos de temporadas lluviosas que reverdecen y hasta anegan estos eriales. Está ocurriendo ahora: vivimos unas estación pluvial que, desde la melancolía y la asunción de lo vivido, está reverdeciendo a chorros el panorama poético cercano (o tan lejano) gracias a esta pertinaz iniciativa liliputiense que de pequeña solo tiene la evocación a la que su nombre nos conduce. Hace poco el maestro Pecellín ponía de relieve en estas páginas la grandeza del regreso del siempre injustamente olvidado como poeta Benito Estrella.
Yo solo puedo añadir a lo que se dijo que su Fragmentos de un espejo roto me parece uno de los más preclaros poemarios que hemos tenido la suerte de disfrutar en mucho tiempo. Pero lo mejor de todo es que, en poco tiempo se han juntado otros dos de los que creo merece la pena poner de relieve su enjundia y no hacen sino consolidar el sólido friso poético que el apátrida de San Borondón lleva ya años sosteniendo con sabiduría y buen hacer encomiables: uno es de aquí (y yo sin saberlo) y la otra perla viene de esos allendes donde se gesta –como vamos descubriendo cada vez más notoriamente- la permanente renovación de la poesía en lengua española. A esta nos referiremos, Dios mediante, la semana próxima.
Cuando, como es costumbre en Liliputienses, leemos en las páginas finales la noticia bibliográfica de quien ha escrito, descubrimos (en una curiosa nota inusualmente redactada en primera persona) que Manuel Espinal., (Don Benito, 1971) se llama en realidad Carlos Ramírez Villar y que el seudónimo se debe al deseo de conservar el apellido de su abuela (¡un abrazo, Walias!). Ha publicado antes dos novelas, Los dioses analfabetos y Un disparo de nieve, y en lo que se refiere a poesía ha aparecido hace poco Calcar los Mapas en RIL editores, sin duda la editorial foránea que más está apoyando la creación literaria en Extremadura. Su obra de hoy, Intempestivo, es un poemario que, de tan sencillo y fácil de leer, con un sentido lúdico y juguetón tan cercano, corre el riesgo de ser considerado una obra de poco fuste y ni mucho menos es así. Late, bajo esa apariencia de manejar con gusto una amplia panoplia de registros (que sin duda agradan y hasta divierten al lector, ¿por qué se proscribe tanto el humor en la lírica?), toda una indagación acerca de la escritura, en primer lugar casi como forma de conocerse: «he mentido tanto / queriendo decir la verdad / antes de ser al fin / quien no soy / que es la única manera que sé / de ser verdad al escribir». Y, como siempre, el evidente poder salvífico de la poesía: «la poesía / -o cualquier otra droga legal- / como algo que protege a la vida / de la vida / anterior y posterior / al número extraído // La poesía es la que sabe cuál es su tiempo».
Intempestivo
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Autor Manuel Espinal
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Perder el tiempo
Espinal, que según confiesa retadoramente, escribe para perder el tiempo, no se lo hace perder, sin embargo, a quien se acerca a su poemario. Dividido en tres partes de muy diversa longitud, 'Declaración de invenciones' –como el propio marbete sugiere casi una poética de iniciación que quizás conviniera leer como un poema único-, la central y más extensa 'Batallitas' y la de cierre, 'Pataletas'; ya deduce el lector que tras estos llamativos títulos se esconde un temperamento agridulce para enmarcar los eternos temas de la lírica tradicional (se evidencia el amplio bagaje de lecturas que el autor atesora) y que aquí aparecen pero teñidos de esa pátina de distanciamiento que nos da pie a pensar que el sujeto lírico no se toma en serio («Me canso de sacar los clásicos a que les dé el aire / Envidio y venero estos versos / pero sucede que a veces / me canso de / -por poner un ejemplo- / de cierzos y moncayos / y todo lo que ya se ha remachado / una y otra vez // Al olmo viejo que lo parta un rayo») pero que nos obliga a los lectores a penetrar con atención en ese espíritu lúdico que en realidad encierra una amarga reflexión sobre nuestra propia condición de seres humanos abocados a tiempos de desconcierto como vivimos. Hay que leer con atención, pues tras retruécanos y juegos de palabras hay toda una serie de declaraciones de intención: «Sobre aquello que hablamos / de fingir hablar de las cosas por hablar de uno / o fingir hablar de uno para hablar de las cosas / solo sé que lo verdadero es fingir.»
Poblado de un sinfín de imágenes ocurrentes («El sol de la vida / me ha dejado moreno de albañil»), pero siempre bien integradas en la intención latente del poema, utilizando multitud de referencias culturales que en seguida reconocerán los de la generación que vio cambiar el siglo, perpetrando en las mismas sinuosos juegos de palabras que permiten más de un sentido (no se pierdan el descacharrante poema que empieza «A ver / cosas que me acuerdo de la Biblia:») Espinal logra que leamos sin tapujos lo que puede que sea un deseo oculto mucho más allá de lo generacional, porque es eterno: «No quiero llegar nunca al mar // Yo no quiero ser mayor». Y hasta ofrece recetas y paliativos: «¿Te sientes solo? / Corre hacia todo lo que huye en tu dirección / y parecerá un reencuentro». En fin, que quien no se consuela…
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