Milagro rociero
Novela. La narración de Ramírez Lozano no está exenta de floreteos verbales, tenebrosos episodios equinos, robos, reyertas… Todo adobado con el empleo de un lenguaje, a ratos, saturado de poesía
Enrique García Fuentes
Viernes, 27 de junio 2025, 23:03
Espero que me disculpen si como inicio de estas palabras (como suele ser habitual en las reseñas) esquivo dar a conocer la obra previa publicada ... por José Antonio Ramírez Lozano; la razón fundamental es que ocuparía esta página entera y probablemente parte de la siguiente: una labor ingente, esparcida por docenas de poemarios, libros de literatura infantil y juvenil y novelas, agavillados todos en un estilo único y que, cual vasos comunicantes, impregna cada uno de los géneros que ha tocado, tanto en lo formal (fundamentalmente) como también muchas veces en lo temático. Nos llegó ahora, dentro de la valiente iniciativa de la colección 'La luna del norte' de la editorial De la luna libros, esta de 'La mancha de la mora', una novela cuyo comentario postergué –no tengo por qué ocultarlo– debido a la decepción que me provocó su primera lectura, convencido como estaba de que la aleación del talento esperpéntico y faltón del de Nogales con el indescriptible mundo del Rocío iba a producir una alucinante bestia tan surrealista como desopilante donde el pasmo y la carcajada se sucediesen sin solución de continuidad. No fue así, pero los años me han enseñado que hay cosas que necesitan de segundas oportunidades. Uno yerra el tiro porque, a veces, no sabe a dónde apunta; cuando lo asume, da en el blanco y aparecen claras y meridianas aquellas cosas que en su momento la maleza del prejuicio no dejaba ver.
Y el caso es que el comienzo no podía ser más prometedor: a Félix Buero, al año de su esperanzadora jubilación, se le manifiesta de manera pertinaz una evidente disfunción eréctil que, vaya, poco menos que le quita la gana de vivir. Reticente a escuchar las aseveraciones de su esposa para que vaya al urólogo, solo lo hará tras fallar los métodos que la sufrida le propone y con la condición de que el médico resida fuera de Sevilla, donde viven. A Sanlúcar de Barrameda («hija del aluvión sevillano») se encaminan a visitar al doctor Del Cazzo –ya se enterarán de qué significa el apellido del mismo en italiano– que como solución le propone ¡que recorra el camino del Rocío!, convencido de que el contacto con la naturaleza es la mejor medicina para recuperar su malbaratada hombría. Su mujer se niega a acompañarle, pero él, provisto de los necesarios arreos y tras apuntarse a una hermandad, allá se encamina, con todas sus dudas a flor de piel, pero con una fe (confianza, dice él) tan segura como impaciente. Obtenido el ingreso y, tras ser bien recibido por sus miembros, nuestro héroe une a la procesión que durante tres días recorrerá los campos hasta llegar a la ermita y celebrar el día de Pentecostés la fiesta de todos conocida.
Contra lo que yo esperaba Ramírez Lozano opta por una narración no exenta, antes al contrario, de poesía. No extraña: la mayor parte de sus lectores define mejor al de Nogales como poeta que como novelista; la aleación de los dos lenguajes tal vez sea la razón de que me atreva a considerarla su más afortunada entrega narrativa de los últimos años. Repertorio de sus más alquitaradas imágenes, unimos para su concreción y fortuna un atractivo elenco de personajes que acompaña al protagonista durante la romería. Entre ellos destaca la torrencial Amparo Mora, que, además, da medida y calibre del título de la novela; malcasada con el inquietante y avieso Choclán, pronto se convierte en objeto del interés del crecido Buero, que termina viendo en ella mucho más que una posible cura de su impotencia, pese al secreto que ella oculta. Unamos también al abacial y algo alcahuetillo Vargueño, orondo y retaco, cuyo apellido debiera ser escrito con b, dada su fisionomía, o a la malvada mariconaza (¿a estas alturas pensaban ustedes que Ramírez Lozano se corta de algo?) Zapico y por ahí a algún episódico más pululando. Y no crean que la narración está exenta de lances novelescos: floreteos verbales, tenebrosos episodios equinos, robos, reyertas… Todo adobado con el habitual empleo de un lenguaje, a ratos, saturado de poesía, que, salvo en alguna ocasión esporádica, no atasca la llaneza de los diálogos, y las dosis bien esparcidas de ironía, humor (uno hubiera preferido más cantidad, pero, en fin). Aportaciones propias de este relato lo son ciertas disquisiciones y controversias religiosas –bien insertas, por lo demás, dado el entorno donde la acción transcurre– y, sobre todo, un curioso juego metaliterario que vertebra toda la novela y la conduce, feliz, a su conclusión: durante el periplo, Buero ha ido escribiendo la historia que se nos va contando (lo que dará pie a una serie casi continua de reflexiones sobre el hecho mismo de escribir y cuestiones adláteres) en unos cuadernos que, luego desaparecen, con lo que se nos crea una muy cervantina estructura que nos permitirá por un lado el distanciamiento frente a lo que se cuenta y leemos pero, por otro, insertarnos en una dinámica entre realidad y literatura en la que esta termina por convertirse en vencedora de la lid y en auténtica medicina sanadora del conflicto que nos sumió en esta entretenida peripecia marca de la casa. Ya ven que había más de lo que esperaba; me alegro de haberlo visto a tiempo.
La mancha de la mora
José Antonio Ramírez Lozano. Editorial De la luna libros. Mérida. 2025. 146 páginas. 18 euros.
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