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Los mil y un museos

Alicia Giménez Bartlett

Viernes, 4 de julio 2025, 22:06

Leo en los periódicos que la baronesa Carmen Thyssen está negociando la implantación de uno de sus museos en Abu Dhabi. Por parte del gobierno ... de los Emiratos Árabes la iniciativa forma parte de un empeño ampliamente desarrollado: convertir la gran ciudad en un referente cultural a escala mundial. Los museos ya establecidos tienen estructuras arquitectónicas absolutamente espectaculares. Dentro de la lista ya figuran las ‘filiales’ del Louvre y del Guggenheim. Si las negociaciones llegan a buen puerto habrá un Thyssen que, sin duda, será también fabuloso. La noticia no es pues novedosa en sí misma, pero nos da muchas pistas sobre la aportación que tienen los grandes museos a la cultura real. La mayor parte de reciente creación obedecen más a deseos no demasiado puristas con la cultura. Hay en ellos una intención urbanística: es sabido que un macro museo genera cambios en el lugar donde se ubica. El ejemplo más cercano es Bilbao. La ciudad fue renovándose paulatinamente desde la implantación del magnífico Guggenheim hasta llegar a un punto en el que podríamos hablar de un antes y un después. La segunda motivación extra cultural es la promoción turística. El reclamo para los visitantes no hay que explicarlo. Y no sólo me refiero a los colosos, sino a los que se inauguran en pequeñas ciudades e incluso minúsculos pueblos. Si algún artista notable ha nacido en la localidad, el Ayuntamiento no tardará mucho en abrirle un museo, aunque no cuente con ninguna obra suya. Se exhibirán fotografías, objetos personales o cualquier cosa que sea significativa. En las recomendaciones de los recorridos turísticos el centro figurará y dará lustre y posibles visitantes a la villa. En la misma estela contamos con museos del vino, del cava, de los aperos de labranza, elaboraciones artesanales etc. ¿Estoy afirmando que un nuevo museo no ayuda a elevar la cultura de las gentes? No me apetece morir apaleada. Simplemente, me cuestiono que sean esas gentes y su nivel cultural el acicate que mueva a tanto despliegue público y privado. Alguna pedrada sí puedo ganarme cuando diga que la contemplación masiva de las obras de arte es la menos auténtica de las manifestaciones culturales. Sólo hay que observar la velocidad que alcanzan los turistas hasta llegar a la Gioconda después de haber pasado por delante de cuadros fascinantes. Cuando han alcanzado el objetivo, hacen una foto desde la tercera fila de contempladores y siguen trotando.

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