Delirio y miseria
Historia. El acierto de la novela es poner de relieve y demostrar que mientras el féretro de José Antonio viajaba hacia su destino, en España se seguía produciendo una represión brutal
Enrique García Fuentes
Viernes, 16 de mayo 2025, 22:20
El problema de escribir –y leer luego– sobre esa guerra civil que no necesita de ningún gentilicio para que sepamos de cuál se está hablando ... es que las heridas no han terminado de cicatrizar, por lo que desgraciadamente seguimos viendo en nuestros días. Sin embargo, en 'Presentes', más que hablar de la guerra, se habla de la posguerra; sobre todo de un hecho tan extraordinario, tan exuberante, tan desmesurado como fue el traslado de los restos de José Antonio Primo de Rivera desde el cementerio de Alicante, donde yacía tras ser fusilado a comienzos de la guerra, hasta el monasterio del Escorial, donde sería enterrado (en primer término, luego sus restos se llevaron en 1959 al Valle de los Caídos y de ahí vuelto a exhumar), llevado a hombros por miembros de su partido. Fueron once días con sus diez noches; 467 kilómetros con breves paradas en las que se celebraban misas, se cantaba y rezaba y la gente de los pueblos les recibía con el brazo en alto. Algo tan absolutamente desaforado, tan propio de esa estética fascista tan desproporcionada, ya fue relatado en su momento desde el parcialísimo punto de vista de dos escritores correligionarios del fallecido, Samuel Ros y Antonio Bouthelier, en el libro 'A hombros de la Falange', en 1940.
Ahora Paco Cerdá (Genovés, Valencia) lo retoma en una excelente novela que recrea no sólo episodios y anécdotas de tan desmesurado empeño (de los que se ha documentado concienzudamente como consta al final del volumen) sino también un importante racimo de historias que, por conjunción u oposición, logran conformar un fresco increíble de lo que fue la inmediata posguerra española del momento. La afortunada frase (pero sólo por su acierto en la desdicha) de Fernando Fernán-Gómez en 'Las bicicletas son para el verano', de que el conflicto no acababa con la paz sino con la victoria está ampliamente sustentada aquí: por un lado, por medio del regodeo casi inmarcesible del culto a un líder que, sin embargo, fue pronto silenciado por los capitostes de la España gobernante y por otro, constituyéndose en el extraordinario acierto de este texto, la contraposición que suponen esos vítores, esa parafernalia triunfadora, aunque sea en el entierro de un líder tan carismático, con la auténtica realidad paralela de los vencidos, de la que se detallan represiones, encarcelamientos, fusilamientos y todo tipo de vejaciones sufridas que constituyen un curioso y vibrante contraste con el tema central de la novela.
Presentes
PACO CERDÁ
Editorial: Alfaguara.
328 páginas.
19,90, euros.
Para la narración del traslado y el paso por los diferentes pueblos, Cerdà se apoya en las crónicas que fueron apareciendo en los diferentes periódicos del momento, firmadas, entre otros, por lo más granado de la prosa falangista –excelentes escritores, por lo demás, todos ellos– y allí se menciona, entre otros, a Álvaro Cunqueiro, Agustín de Foxá, Dionisio Ridruejo, el inefable 'Gécé' (Ernesto Giménez Caballero) y bastantes más, que construyen un relato chorreante de épica tan artificiosa como delirante. Lo curioso es que –los entendidos lo apreciarán mejor– el cortejó atravesó por la zona que más fiel se mantuvo a la República hasta el final y sufre ahora, como se cuenta aquí, la humillación de, para no levantar sospechas, recibir entusiásticamente el cadáver del fallecido líder. Con todo, al ir pasando por cada pueblo se da noticia también de la represión que en su momento (se tratase del bando que se tratase) fueron sufriendo cada uno de ellos durante y después de la guerra.
Pero el acierto de la novela, como dijimos, es poner de relieve, y demostrar con toda clase de ejemplos, que mientras el féretro de José Antonio viajaba hacia su destino, en España se seguía, esos mismos días, produciendo una represión brutal. Como colofón de cada día de marcha, se inserta una o varias historias referidas a los represaliados, con lo que se completa la realidad española del momento dando voz a los ocultados, los muertos y los encarcelados frente al impostado mito que el régimen estaba encargándose de crear y mantener. Desde personas que estaban en campos de concentración a escritoras como Elena Fortún o miembros del Batallón de Trabajos Forzados, desde el último amor de Antonio Machado, Pilar de Valderrama («Guiomar») a la orden del traslado de prisión del poeta Miguel Hernández; o cómo, 47 republicanos eran fusilados frente a un muro de Paterna; o la paliza que «marica y por rojo» sufre el cantante Miguel de Molina; o la trágica peripecia de la extremeña Matilde Landa, o las reticencias y sospechas del embajador estadounidense, Alexander W. Weddell sobre las depuraciones de orden cultural que el gobierno vencedor estaba llevando a cabo; o la mención y desarrollo de cómo se gestó, por los refugiados republicanos en la embajada chilena en Madrid, la creación de la primera revista cultural del exilio, Luna. También se refieren incidentes y circunstancias de los ganadores o afines (el escritor G. Bernanos, o un requeté, o un Caballero Mutilado) que no disfrutan –o no pueden hacerlo– de esa victoria que lograron.
Es evidente que el autor sitúa claramente su compromiso político y ético con los perdedores, pero honestamente creo que hay que leer 'Presentes' no ya por un denodado intento de cerrar viejas heridas –que yo no sé si eso será alguna vez posible– sino porque se trata de un importante alimento para quienes no conocieron esa historia, porque todo está tratado con manifiesto respeto. Y, sobre todo, por una razón fundamental: porque, como antiguamente se decía cuando no sabíamos explicar muy bien por qué nos llegaba una novela que habíamos leído, nos podemos reducir a ese viejo axioma que usábamos: está soberbiamente escrita, que es, al final, de lo que se trata.
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