Una oreja de peso para Talavante en su reaparición en Las Ventas
Notable corrida de Jandilla en un mano a mano sin la menor rivalidad
BARQUERITO
Madrid
Viernes, 13 de mayo 2022, 22:41
La reaparición de Talavante en Madrid casi cuatro años después de su fantasmal retirada; el regreso de Juan Ortega a las Ventas con cartel de ... torero mayor tras el paréntesis de la pandemia; y, capítulo aparte, aunque fuera en letra pequeña, la vuelta también de Álvaro de la Calle, sobresaliente en la corrida del Domingo de Ramos aquí mismo -Emilio de Justo, único espada, gravemente lesionado por un bravo toro de Pallarés, primero de la tarde- y capaz entonces de despachar sin apuros ni arrugarse cinco de los seis toros de aquella baza.
Para los tres tronaron las palmas al romperse filas luego del paseo. Hubo que descifrar el sentido de los truenos. Talavante, en su papel de hijo pródigo y predilecto de Madrid, salió a recogerlas a solas, pero, cuando se metió entre barreras, las palmas arreciaron. Nadie se daba por aludido. Juan Ortega se resistió a salir, pero al fin lo empujaron. Al retirarse de escena, siguió el clamor, y entonces Talavante entendió que a quien se estaba reclamando era a Álvaro de la Calle, que asomó tímidamente por la boca del burladero, agradeció el gesto más a Talavante que la gente.
Saciada la sed de reconocimientos, echó a andar la corrida, que, sin rivalidad previa ni posible, era, a plaza abarrotada, un postizo mano a mano. Tanto que no hubo quites en toro que no fueran el propio, salvo una desafortunada salida en falso de Talavante en el cuarto toro. Ni en los propios tampoco. Y si hubiera habido guerra, que no, habría sido de cada uno por su cuenta. El cartel, gran sorpresa al anunciarse la feria, tuvo gancho sobrado. La euforia estaba desatada antes de empezar.
Ficha del festejo:
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Ganadería: Cinco toros de Jandilla (Borja Domecq Noguera) y uno -3º- de Vegahermosa, segundo hierro de Jandilla.
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Toreros: Mano a mano. Alejandro Talavante, ovación, oreja tras aviso y silencio. Juan Ortega, silencio, silencio y pitos. Álvaro de la Calle, sobresaliente, no fue invitado a intervenir.
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Plaza: Las Ventas. 6ª de abono. Primaveral. 23.800 almas. No hay billetes. Dos horas de función.
Y duró todavía un buen rato. Un toro. El primero de los seis de una corrida cinqueña de Jandilla de serias hechuras, cuajada, rematada, muy astifina, con plaza y en tipo. Elegida para la ocasión. En su turno, Ortega hizo un amago de salir a quitar, pero se arrepentiría o tendría efecto disuasorio la aparición del Fini Díaz, el banderillero de Talavante a cargo de la brega. Blando en varas, el toro se vino arriba en banderillas y Talavante abrió faena castigando por abajo para amarrar. Plantado en el tercio en la segunda tanda, y en los medios en la tercera, vertical, se puso encima del toro, que respondió con viveza, y lo vació en muletazos muy cortos, más seguidos que ligados. Hubo pequeños enganchones, algún tirón de más y, por la mano izquierda, pendiente de verse, no se tomó Talavante la menor confianza. Acortó distancias y se puso al hilo del pitón. Una estocada atravesada y dos descabellos. Lo sacaron a saludar de nuevo. Pero ya no fue el ruido de la partida.
Los dos toros mejor hechos del sexteto de jandillas fueron un segundo hondo y acapachado y un tercero del hierro de Vegahermosa enmorrillado, engatillado y tan hondo como el recién arrastrado. Este tercero mugió bastante, pero arreó de verdad. Fue particularmente codicioso y el de más entrega de todos. El segundo, menguado de fuerzas, fue uno de esos toros que hay que «ir haciendo», como dicen los profesionales. Abundan. Indeciso y sorprendido cada vez que el toro se revolvió, Juan Ortega, la muleta retrasada, ni un toque para ganar la baza, anduvo navegando e insistiendo sin fe. Tumbó al toro sin puntilla al primer viaje.
A Talavante le costó un mundo acoplarse con el gran tercero. Abrió de largo con la izquierda y sin prueba previa, pero desplazando al toro tanto que lo descomponía. Muletazos de abajo arriba, acelerados, y señal de una confusa faena eléctrica porque el toro no paró de atacar. Con la cosa en el alambre, a Talavante le llegó la inspiración a última hora. Dos tandas completas, golpes de muñeca poderosos, un molinete, dos pases de pecho a pies juntos. Con eso y una estocada que precisó de protestadas ruedas de peones bastó para que el regreso se saldara con una oreja. En la vuelta al ruedo le tiraron un gallo de hermoso pelaje mestizo.
Ya no hubo más. Ortega no hizo más que perderles pasos al cuarto, que se puso pegajoso en cuanto aprendió. Y tuvo el torero que agarrarse al lomo para defenderse. O hacerlo con un muletazo por delante cambiado tan bello como ligero. A Talavante no se le ocurrió con un quinto descarado, el más armado de los seis, que se le atragantó y que en vano trató de echar al suelo buscando seguramente la devolución. El sexto, muy serio de cara, desarmó a Ortega casi a las primeras de cambio. El desarme le comió la moral, que estaría entonces en mínimos. La mayoría dio por buena la tarde. Probablemente por lo mucho que se movió la corrida de Jandilla.
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