Ferrera sufre un poquito
En sus manos estuvieron los dos toros más bravos de una desigual corrida de Torrestrella
BARQUERITO
BILBAO.
Lunes, 21 de agosto 2017, 08:47
La corrida de Torrestrella tuvo cuajo y cara. No fue bella. Toros cargadísimos de culata como el cuarto y el sexto. O demasiado abiertos de cuerna, como el primero. Un quinto despapado y casi degollado, largo y corto de manos. Dos buenos mozos, que hicieron segundo y tercero. Dos castaños y cuatro negros, el segundo de la tarde chorreado en morcillo, que, salvo en las sangres Núñez, es ahora capa rara de ver.
Con su desigualdad de pintas, estampa y remate, la corrida tuvo plaza. Una corrida de Bilbao. No solo por el cuajo. También por la conducta de todos sin excepción. Solo que fue en ese punto una corrida abanico. Los seis se emplearan en el caballo. El segundo lo hizo muy en serio en una larga primera vara de meter los riñones y encajarse al sentir el hierro. El primero fue el de más pobre nota en la prueba del caballo, pero hasta ese se vino arriba en banderillas. Como todos los demás. Era, por lo demás y antes que nada, una corrida de matadores banderilleros. Como si estuvieran advertidos, los seis toros fueron prontos y sacaron pies en el segundo tercio. Y apretaron.
FICHA DEL FESTEJO
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Toros Seis toros de Torrestrella (Herederos de Álvaro Domecq y Díez).
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Toreros Juan José Padilla, silencio y silencio tras aviso. Antonio Ferrera, saludos tras aviso y una oreja tras aviso. El Fandi, silencio en los dos.
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Plaza Bilbao. 2ª de las Corridas Generales. Estival. 5.000 almas. Dos horas y media de función. Las banderas, a media asta, en señal de duelo por los atentados de Cataluña. Picó muy bien al sexto José Manuel González.
En las tres primeras bazas, se intercambiaron palos los tres espadas y se cumplió el protocolo de que el matador de turno cierre tercio. Los tres toros de las cesiones sacaron distinto estilo. El tercero fue el más difícil. Hizo hilo con Padilla, que no llegó a saltar entera la barrera sino a dejarse media pierna fuera, y lo sacó del callejón casi a pulso hasta volver a montarlo en las tablas. No pasó más que eso, pero pudo pasar más. El toro no dejó a Ferrera prender sino un palo. Y El Fandi, que abrochaba, optó por la cómoda solución del llamado par a violín.
Cuando trató de correrlo por delante, se vio sorprendido por la velocidad del toro en raudal y tocaron retirada. De los nueve pares de la ceremonia el más comprometido fue uno de Ferrera por los adentros con cambio de marcha antes de la reunión. Padilla cuarteó y, antes de vérselas con el revolucionado tercero, El Fandi también. Los tres espadas se trajeron de casa las banderillas propias. Solo cuando Ferrera desistió de parear al quinto -sacó palos forrados con los colores de la bandera española, sonaron algunas protestas y dejó la cosa en manos de la cuadrilla- , asomaron las lujosas y célebres banderillas de la plaza de Bilbao. Forradas con los colores de la divisa del día, los de Bilbao y los de la ikurriña. Por pastueño, el cuarto fue el más sencillo de parear. Padilla cubrió el expediente. El par de la tarde, en fin, fue el último de todos y no tanto por la reunión o el riesgo -un violín saliendo de tablas a rayas- como por la majeza con que El Fandi salió de la suerte.
Incierto primero
Padilla no lo vio claro con el incierto primero, que se le coló y desarmó dos veces, y tuvo que salir por pies del segundo desarme, pero tampoco se entendió con el noble cuarto, el más templado de los seis, el más de fiar. Voces de las galerías altas reclamaron música para esa segunda faena, porfiona pero deshilvanada, pero el palco se plantó y nones. Entonces Padilla se empeñó en seguir y seguir por ver si le ganaba el pulso al palco. Total: faena agotadora, interminable. Un metisaca, una estocada corta, cuatro descabellos y una segunda estocada. Estuvo a punto de sonar el segundo aviso.
Ferrera no pareció sentirse cómodo en la corrida ni en el cartel. Displicente en el papel de banderillero, no se dejó apenas sentir en los tercios compartidos. En sus manos cayeron los dos toros de más carbón, movilidad y picante de una corrida tan variada como esta. Los dos toros de la corrida. No fue sencillo ninguno de los dos. El segundo, el del primer puyazo tan de bravo, atacó de pronto con todo, pero fue toro de solo una mano, la diestra. Por ella vino en cuanto Ferrera, en el momento más feliz de la tarde, pareció tenerlo ya gobernado en la primera tanda descarada. Tres tandas en distancia, de caro asiento, ligadas y, sobre todo, bien rematadas.
Por la izquierda el toro punteó y se revolvió, y, sin dejar de atacar, echó la cara arriba. Y entonces la faena fue más de trágala -ajuste en la media altura- que de dominio. Ferrera se sirvió de dos soberbios desplantes como suerte de recurso, pero el toro no se entregaba por su mano aviesa. Terco, Ferrera pretendió sin éxito llegar a someterlo por bajo. Al prolongarse, la emoción de la faena bajó de grados. Se rompió el ritmo. Un aviso tras un pinchazo. Una estocada.
El quinto pareció menos toro que el segundo, solo que fue de tantos pies y de tal codicia que acabó siendo protagonista. Tal vez le faltara un segundo puyazo en serio. No ayudó el tercio de banderillas de la cuadrilla porque no se midió el verdadero son del toro, que fue casi de vértigo. Ferrera estuvo sereno pero le costó un mundo sofocar el fuego. Se aceleró, y eso fue mal remedio, porque el toro no paraba. Intentos de ligar con la izquierda, pero sufriendo. Solo en la tanda postrera y última -más corta esta segunda faena, pero más laboriosa, y castigada con un aviso- dio Ferrera con la fórmula. Fue la tanda mejor de la tarde. Una estocada.
Llamó la atención la disposición de El Fandi de principio a fin. Con el toro más agresivo y listo de los seis, el tercero, que no paró de buscarle, y con un sexto encogido y rebrincado, el único que no quiso pelea y no duró ni doce viajes. Los doce se los cobró El Fandi, que toreó a suerte cargada por alto. A los dos toros los lidió más que bien. Largas de invención propia. Y a los dos los mató como suele. Sin despeinarse.