Emoción en el regreso de Posada con todos los novilleros a hombros
La torería que desprende Ginés Marín, la intención de Pablo Aguado y el arrojo de Juan Carlos Carballo conjugaron perfectamente con un buen encierro de El Juli
Pepe Orantos
Domingo, 8 de marzo 2015, 11:18
A la hora del brunch, cuando el cuerpo le pedía a más de uno media de tomate con jamón, hacían el paseíllo en la plaza de toros de Olivenza cuatro novilleros dispuestos a convertirse en toreros por encima de todo. Cada uno de ellos tiene un punto de cocción distinto y a cada uno de ellos habrá que aliñarlo al modo y manera preciso, pero todos ellos demostraron ayer que quieren ser, antes que tarde, matadores de toros.
A ninguno de los presentes en la plaza se le escapaba que la mañana tenía, a priori, un protagonista especial. Juan Luis Ambel Barrancos 'Posada de Maravillas' volvía a comparecer en público, ocho meses después del terrible percance que a punto estuvo de acabar con su incipiente carrera en los sanfermines del año pasado.
El público, consciente del trance, le pidió que saliera al tercio para tributarle una ovación de reconocimiento que él, generosamente, compartió con sus compañeros de cartel. Ya con el toro en la plaza, el destino quiso que fuera la mano derecha, la de su grave lesión, la que ofreciera los mejores muletazos de la mañana, hasta el punto de poner en pie a gran parte de los tendidos. Llegada la hora de la verdad, al reproducir la escena que le dejó tantos meses convaleciente, Posada cobró una magnífica estocada que le valió las dos orejas que le abrieron la puerta grande.
En su segundo novillo, el quinto de la tarde, la película fue radicalmente distinta. Tan solo cabe recordar el quite por delantales administrado a 'Cotorro', después de que éste tuviera un invisible encuentro con el caballo de picar. Quizás por ir poco picado, o quizás porque venía así de fábrica, las opciones de faena se quedaron ahí, hasta el punto de que fue pitado en el arrastre.
El caso de Ginés Marín es para estudiar. Aún no tiene dieciocho años y ya tiene hechuras de matador de toros. Seguro que le queda mucho trecho de formación y tendrá que quemar muchas fases en su carrera antes de doctorarse, pero hechuras no le van a faltar. El repertorio de su toreo a la capa en el segundo de la mañana encandiló a sus paisanos, que se quedaron prendados con su faena hasta que la cerró con una serie de manoletinas que pedían una estocada para convertirse en dos orejas. Espadazo en todo lo alto y vuelta al ruedo con las dos manos ocupadas.
En el sexto enterneció a los tendidos cuando se dirigió a su padre, a la sazón picador de su cuadrilla, con un «vale, vale, papá» al pedirle que no castigara demasiado a su enemigo. Muy quieto con la izquierda, arrancó naturales de mucho valor que, sumados a media estocada recibiendo, le granjearon la tercera oreja para su esportón.
De Pablo Aguado muchos solo recordaban que fue aquel sevillano que arrebató el certamen de novilleros de la Maestranza a Carballo el verano pasado. Algunos, los más entendidos, hablaban y no paraban de él y en su debut con caballos demostraron que no mentían. A pesar de las escasas condiciones de su primero, se fajó con él con raza y le arrancó naturales trazados con mucho temple. Una buena estocada le valió para recibir una cariñosa ovación del público oliventino.
En su segundo, con un pitón derecho más que aceptable, el sevillano, muy despacito, cobró sus mejores lances con la muleta hasta poner al público en pie. Media estocada bastó para que el novillo rodase y viajara al desolladero sin orejas.
Juan Carlos Carballo, el menos placeado de los cuatro, demostró que, ni su corta estatura ni la falta de contratos le van a hacer perder su ilusión por ser torero. Carballo estuvo en novillero toda la mañana, derrochó valor y mostró al público oliventino todo lo que ha aprendido estos años en la Escuela Taurina de Badajoz, a cuyos responsables brindó la muerte de su debut con caballos. Una estocada tendida y el fervor de su entregada hinchada lograron que el presidente le concediera las dos orejas del cuarto de la mañana.
En el que cerraba plaza, con menos fuerzas pero más nobleza que el anterior, Carballo instrumentó una variada faena que, tras dos pinchazos y una estocada, le sirvió para cortar otra oreja.