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¿Qué ha pasado este viernes, 5 de diciembre, en Extremadura?
Ferrera con el primero de su lote. :: efe

Una severa y dispar corrida del Puerto

Capaz y valiente Ferrera con uno de los toros más difíciles de la feria. Abellán, conformista con el mejor de la tarde. Luque, pinturero, no se entiende con un tercero querencioso

BARQUERITO

Miércoles, 27 de mayo 2015, 07:56

El caro gusto de Lorenzo Fraile por echar en Madrid y no solo en Madrid corridas más o menos grandes pero siempre parejas se tomó un respiro. Las tradiciones están para romperse. ¿Sí o no? Seis toros de hechuras y remate llamativamente distintos. A cada uno de estos tipos diferentes vino a corresponder un particular estilo. No llegó a contar un sexto de 600 kilos que perdió las manos más de lo debido y fue por eso devuelto.

FICHA DE LA CORRIDA

  • uToros.

  • Cinco toros de Puerto de San Lorenzo (Lorenzo Fraile) y un sobrero -6º bis- de José Luis Pereda.

  • uToreros.

  • Antonio Ferrera, silencio en los dos. Miguel Abellán, división al saludar y silencio. Daniel Luque, silencio tras un aviso y vuelta tras un aviso.

  • uPlaza.

  • Madrid. 19ª de San Isidro. Más de tres cuartos de plaza. Dos horas y cuarto de función. Primaveral, templado.

Los perfiles de los otros cinco se repartieron entre reatas, líneas y procedencias varias. Se jugaron de impares los tres cinqueños del envío, y cada uno fue de una manera. Muy en Lisardo el primero, un Gitanesco de la gloriosa reata del tabaco, de lindo tranco acompasado -el trantrán tan propio del toro bueno del Puerto-, mucha nobleza, pero bastante más nobleza que poder.

Fue un exceso el primero de los dos puyazos que tomó; después del segundo, no tan duro pero implacable, una salida flotante. Un fatigoso tercio de banderillas, tres pares de Ferrera, no pocos preparativos, los rehiletes despabilaron al toro. Con él se salió Ferrera fuera de las rayas. Tuvo trato el toro, sin golpe de riñón pero pronto, algún acostón, un par de casi sentadas. Ferrera optó por la distancia corta. No fue la mejor idea. Y antes por la mano derecha que por la otra, y tampoco esa idea. En los medios acabó el combate, en tanda de naturales descarados -los mejor ligados muletazos de tanda de toda la corrida, pero sin eco-, y enseguida, no tan por sorpresa, cantó el toro la gallina: a tablas sin disimulo. Después de la estocada, un sorprendente arreón entre fiero y dolido. Silencio. El toro se daba un aire a otros dos de El Puerto que en Valencia y en dos ferias sucesivas le pegaron a Ferrera dos graves cornadas. Hace unos cuantos años. Cornadas que dejaron cicatrices pero no hicieron mella.

El tercero, 540 kilos, rizadito, galope algo roto -echaba mal una mano-, fue el más corto de la corrida. Y el más caprichoso. A su aire, marcó querencia de toriles desde la primera toma, y a su aire se estuvo soltando una y otra vez. Se emperraron en picarlo en contraquerencia. De haberse atendido la voluntad del toro, el tercio de varas se habría resuelto sin tanta danza. Lidia muy morosa en varas y banderillas, huidas del toro cuya brújula no tuvo más norte que su querencia. Y en la querencia, como es natural, acabó queriendo mal que bien pero demasiado tarde y al cabo de mil rodeos. En ese terreno le ligó Luque cuatros muletazos de gran aire. Pero ahí mismo le pego también diez pinchazos y un descabello. Pitaron en el arrastre al toro, que no fue el peor de la corrida, sino el más raro.

El quinto, mole notable de 620 kilos, casi el zambombo -solo que estaba en tipo Atanasio-, un Langostero, reata fijada donde Dolores Aguirre, por ejemplo, fue toro corretón de salida, blando en varas, brioso en banderillas y vivo en la muleta. No lo vio claro Abellán. Era la pelea de David contra Goliat. Con engaño diminuto, y el toro empezó a orientarse y adelantar. Imposible. Una gran estocada.

Entre los tres cinqueños se jugaron dos con la edad recién cumplida. El segundo fue el más alegre de todos; el cuarto, el más peligroso, de aire incluso predador, genio reservón y revoltoso, el freno de mano echado, apalancado, agresivo, dos puntas tremendas por delante. Ferrera cuajó un casi temerario tercio de banderillas, dos pares soberbios de poder a poder, y ganó a los puntos una muy complicada porfía porque el toro no paró de medirlo ni de buscarlo. Abellán, desarmado con el capote, se tomó su tiempo para entenderse con el segundo, que se estiró bien y hasta arreó. Tandas cortas, no más de tres, y remates de cortar viaje -trincheras, pases del desdén- que fueron violencia para el toro. Faena larga, en un solo terreno toda ella. Un desarme convertido en un desplante. Una estocada. Cuando Abellán salió a saludar, pitó la gente exigente.

El sobrero de José Luis Pereda, tal vez de sangre Núñez -negro berrendo, muy levantado, astifino- fue otra historia. Una viveza que tuvo su ritmo pero no demasiada duración, y que se fue apagando a medida que Luque, tan de abundar en la pinturería ligera, iba cambiándole al toro el sentido de los viajes. Muletazos cruzados, al paso, cambios de mano, recortes. En cuanto enganchó tela dos veces, el toro protestó. Y una estocada por el hoyo de las agujas casi fulminante.

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