Otra faena soberbia de Perera
El torero de la Puebla del Prior repite éxito en San Isidro con tanta rotundidad como la tarde de su consagración pero con el mérito añadido de hacerlo con aire de privilegiado
barquerito
Martes, 3 de junio 2014, 18:24
La historia de la corrida de Adolfo Martín fue la historia del último toro. El mayor de los seis, el mejor rematado, el más ofensivo. Habían ido saltando toros de distintas hechuras y, en apariencia, de distintas reatas también, No solo por eso fue corrida desigual. Por otras muchas cosas más.
FICHA DE LA CORRIDA
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Ganadería.
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Seis toros de Adolfo Martín. Corrida de muy desiguales hechuras y diversa condición. Se apagaron o aplomaron segundo, tercero y cuarto. Correoso el primero; muy noble el quinto. El sexto, con recámara de bravo, fue con diferencia el toro de la corrida.
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Toreros.
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Antonio Ferrera, silencio en los dos. Diego Urdiales, silencio y palmas tras un aviso. Miguel Ángel Perera, saludos y dos orejas, salió a hombros.
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Plaza. Madrid. 26ª de San Isidro. Casi lleno. Casi veraniego, algo de viento.
Un primero correoso y peleón, revoltoso y mirón, que no regaló ni un solo viaje; un segundo cornipaso y descarado que se apagó no tan de repente y tuvo muerte encastada y resistida, y por eso muy celebrada; un tercero gazapón, pero, además, agarrado al piso como se gasta decir entre taurinos mexicanos, algo incierto y, sin embargo, fijo, y de muy poquita voluntad; un cuarto de muy ilustre reata -de los memorables Barateros- que parecía que sí pero fue que no, porque se empezó abriendo demasiado y se acabó perdiendo; y un quinto de más cuajo que armónica lámina, que barbeó las tablas con ánimo de fugarse al salto pero sacó en la muleta un fondo de nobleza inesperado, solo que mucha más nobleza que entrega o poder.
Capaz, Ferrera estuvo brillante y atrevido con el toro correoso, que se le habría atragantado a casi el escalafón entero, pero no a él, tan listo para entenderse con esa clase de toros que se defienden más de los que parece. Y más entregado que acertado con el cuarto, por el que apostó sin reservas casi desde que lo vio asomar. Dos brillantes quites genuinos, a la antigua manera, de los de sacar del caballo al toro toreando. El segundo quite fue un precioso farol cobrado a puro huevo, sobre el viaje de rescate del toro. Uno de los lances mejores de todo San Isidro. Tres pares de banderillas de los andar casi jugando y entonces empezó el toro a cantar la gallina. Y un afán que al toro le interesó bastante poco. Se le iba la cara a las nubes.
Urdiales, fino de verdad en un quite por mandiles al cuarto en el mismo platillo, cumplió con el segundo, que se resistió, le hizo dos o tres regates muy feos y se vino andando demasiadas veces. Al quinto le pegó muletazos extraordinarios con la mano izquierda, a pulso, despacio, de poner la mulera como un caramelo para tirar del toro, que no repetía ni lo pretendió, y traérselo para dentro muy toreado. Firmó, además, muletazos de frente espléndidos. No fue faena de más a menos, pero sí parsimoniosa y a la vez pródiga, ni tuvo remate con la espada. No se sabe por qué la gente se enfrió de golpe y porrazo, sonó un aviso tras la primera de las dos medias que iba a cobrar Diego y no es que no sacaran siquiera a saludar al torero de Arnedo, sino que unos pocos pero muy ruidosos llegaron a castigarlo con pitos mientras se aplaudía en el arrastre a un toro lucido solo gracias al temple de una muleta muy templada. A eso lo llaman los toreros «las cosas de Madrid».
Y luego explotó la gran bomba. Una hermosura el toro Revoltoso, enlotado con un tercero cortito, y todo y solo raspas, y sus dos puntas. Perera le había buscado y encontrado a ese tercero el cómo y el cuándo, le consintió y estuvo muy firme con él, le sacó con la zurda cuatro cinco muletazos de escándalo pero sueltos, y le pegó un estoconazo.
Bravo de partida, el sexto se enceló en el caballo, se dolió en banderillas y tomó el capote de brega de Joselito Gutiérrez descolgado y humillando. Perera lo vería antes y mejor que nadie. Brindó al público. La ovación ya entonces fue cerradísima. Estaba la gente con él. Y más que lo fue estando porque después del brindis vino una faena de paciencia, engarce, encaje y autoridad fantásticos. Perera se sacó al toro al tercio toreando por delante. Se resistió un poco el toro, que no llegó a pasar entonces ni llegó a hacerlo del todo hasta que Perera se empeñó. En la primera tanda en redondo punteó el toro al rematar viaje. En la segunda impuso su ley Perera con pulso privilegiado. A los diez viajes ya tenía Perera en la mano el toro. No importó que se le acostara de cuando en cuando, porque le pesaba un poco mover los cuartos traseros. Quiso revolverse, supo burlarlo Perera.
Faena rota ya entonces en son mayor, pero de son creciente porque su segunda mitad fue un prodigio: la mano izquierda de Perera, el toro enganchado suavemente por el hocico mismo, la mano baja, el pulso de los toreros grandes, a cámara lenta, sin ceder un centímetro, uno de pecho en dos tiempos que fue sorpresa, cuatro tandas ligadas de verdad y pasándose el toro por donde casi nadie se atreve. Una estocada extraordinaria. Sin puntilla el toro. Una obra maestra. Deliraba la gente. Dos orejas, a hombros. De número uno.