Emilio Tuñón: «Me hace mucha ilusión cuando veo Atrio o el Helga llenos de gente»
El autor de emblemáticos edificios de Cáceres recibirá el Premio Nacional de Arquitectura el próximo 23 de febrero en el Auditorio San Francisco
Emilio Tuñón Álvarez (Madrid, 1959) responde con modestia a la pregunta de si se considera el arquitecto del Cáceres contemporáneo. «Hay muchos arquitectos y muy ... buenos en Cáceres y en Extremadura, hay que sentirse orgullosos», sale con elegancia del lance. Lo cierto es que el próximo jueves recibirá el Premio Nacional de Arquitectura y lo hará aquí, en la ciudad en la que firma varios edificios icónicos y a la que ha ayudado a poner en el mapa de la arquitectura de autor: el Museo Helga de Alvear, el hotel Atrio y Casa Paredes y, menos conocido, un domicilio particular en la Sierrilla.
Sus verticalidad, su querencia a los tonos níveos y la geometría definen el sello de Tuñón, autor, entre otros, del diseño de edificios como el MUSAC de León, el Museo de Zamora o del Museo de las Colecciones Reales de Madrid, que se inaugurará este año 2023. El niño al que con ocho años su padre le llevó a ver la Mezquita de Córdoba y quedó en shock («tomé conciencia por primera vez del espacio como algo que podía ser edificado») ese joven que, aunque inclinado por la ingeniería se dejó guiar por su madre para ser arquitecto recibirá una recompensa a un trabajo de décadas. «Es realmente a mis padres a quien les debo ser arquitecto», reconoce en una entrevista con HOY.
–Recibe este premio en Cáceres, algo que muestra la importancia de su firma en la ciudad.
–Sí, para mí es una alegría poderlo recibir en Cáceres porque es donde más hemos estado trabajando últimamente, más que en Madrid y con más gusto, con más ilusión.
–¿Cómo empezó su relación con Cáceres?
–Empezó ya hace 20 años con José María Viñuela que nos presentó a Toño Pérez y José Polo, de Atrio, para ver si podíamos hacer la reforma y luego salió el concurso de Helga de Alvear, luego la casita de la Sierrilla, la segunda fase del Helga...Cáceres es una ciudad maravillosa y estamos muy contentos de trabajar allí. Tiene ese punto de escala patrimonial que a nosotros nos interesa, pero es una ciudad que mira hacia el futuro.
–¿Cómo define su aportación a la arquitectura de la ciudad?
–Hacemos una arquitectura en la que nos interesa mucho establecer vínculos con la historia y con la tradición, no es una arquitectura de vanguardia, es del momento, contemporánea. Todas las intervenciones que hemos hecho hablan un poco de la interpretación de la ciudad histórica y su relación con la parte nueva. Todo esto parte del plan de revitalización del casco histórico de Cáceres ,que no habla de rehabilitación ni de restauración sino de dar nueva vida. Las piezas que hemos ido insertando en el casco histórico y sus límites consiguen eso.
Polémica
–20 años desde que llegó a Cáceres y no ha sido un camino de rosas. ¿Cómo vivió todo el proceso con Atrio, ese rechazo al primer proyecto?
–En la vida las cosas se disfrutan a veces y a veces se sufren, si no hay sufrimiento no hay sensación de estar viviendo. Yo muchas veces explico el caso de Atrio como un ejemplo de participación ciudadana, quizás con un tono subido, pero interesante. Nosotros hicimos una propuesta un poco más discreta al principio y hablando con personas en Cáceres nos dijeron que tenía que ser una cosa un poquito más implicada, que hablara más de la arquitectura contemporánea. Hicimos una segunda propuesta que fue para la que se pidió licencia, que no se le dio y se produjo esa contestación ciudadana. Nosotros escuchamos tanto al Ayuntamiento, a la Comisión de Patrimonio, como a la sociedad, e hicimos un esfuerzo para tratar de entender qué era lo que producía ese rechazo. Pero es muy bueno que las personas de la ciudad opinen sobre las obras de arquitectura, es un éxito.
–Atrio casi tira la toalla.
–José y Toño son unas personas grandes que quieren hacer cosas grandes para la ciudad. Paramos un año y al cabo de ese tiempo lo retomamos y volvimos a hacer otra propuesta que aunque siguió generando rechazos al final se entendió como una intervención que siendo respetuosa con el entorno plantea una solución contemporánea.
–En el caso de Helga de Alvear también fue diferente a cómo se proyectó, más pequeño.
–Era un proyecto de 15.000 metros cuadrados que se fue reduciendo cuando llegó la crisis y se quedó en 5.000. Yo creo que 5.000 es estupendo, y que al final las cosas necesitan su tiempo, este proyecto de Helga de Alvear es muchísimo mejor que el que ganamos con el concurso. Prueba de que es mejor es que está hecha. Nosotros pensamos que la buena arquitectura tiene que ser usada. La alegría es cuando entran las personas, no cuando tienes el edificio vacío. Lo bonito de Helga de Alvear es que con sus 5.000 metros está dando un gran servicio a la ciudad y a España que es maravilloso.
«En la vida hay cosas que si no se sufren no se disfrutan, como Atrio, que ha sido un éxito»
«Hemos trabajado en Cáceres con más gusto y con más ilusión que en Madrid»
–Entiendo que el objetivo final de un arquitecto es que el edificio se viva.
–Claro, en Cáceres me hace mucha ilusión cuando voy al Helga de Alvear o a Atrio y veo que están llenos de gente, es una satisfacción, una alegría tremenda.
–¿Cómo ve el urbanismo y la arquitectura de Cáceres más allá de su zona más bella?
–Lo bonito de Cáceres es que defienden su casco histórico con las armas si es necesario y que sus edificios, a los que se les quitó la cal, están enseñando sus cicatrices. La ciudad, como todas las de España, ha crecido extensivamente, con los ensanches, es interesante. La parte extramuros es preciosa, con la Plaza Mayor y el gran jardín de Cánovas estructura ese centro paralelo de la ciudad. Esa idea del centro urbano como jardín es muy interesante, me encanta la vida que tiene, es emocionante, es un lugar increíble. La arquitectura del casco nuevo es menos intensa, ensanches que se hicieron con más voluntad que dinero, para acoger gente. Pero es una ciudad bonita.
–Trabajó con Rafael Moneo. ¿Qué huella le dejó?
–Estuve 10 años con Moneo, junto a Luis Moreno Mansilla (su socio, fallecido en 2010). Moneo es el maestro de la arquitectura española, es un profesor increíble, es un arquitecto magnífico y un escritor o crítico de la arquitectura muy serio. Trabajar con él fue un lujo, lo aprendimos todo. Lo que nos dio fue una especie de lenguaje común y a entender la arquitectura como una conversación con el mundo que tienes con tu socio, con los clientes, con los constructores, con la normativa, con la gente de la ciudad. Esa idea conversacional de la arquitectura es muy interesante.
–La pérdida de Luis Moreno Mansilla, su socio hasta su fallecimiento, ha sido uno de los momentos más duros de su carrera.
–Llevaba 20 años trabajando con él y estábamos completamente coordinados y hermanados. Para mí hubo un antes y un después. Con Luis hicimos 12 obras y ahora con Carlos Martínez Albornoz, mi nuevo socio, que llevo diez años, hemos hecho seis. La pérdida de Luis fue tremenda y también la de José María Viñuela porque fue un gran amigo, también arquitecto, al que conocíamos desde la época de Moneo. Toda mi vida ha estado presente. Tengo la sensación de que en ese viaje que hemos hecho a Cáceres he perdido dos personas fundamentales para mi vida.
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