Alaire, un sueño educativo en una antigua finca ganadera
La naturaleza y un modelo alternativo de enseñanza define el primer proyecto de escuela libre en Cáceres, que recauda fondos con una campaña
Cuando Sonia Osma, Rocío Alvarado y Leticia Campón encontraron la finca en la que ahora se ubica la escuela libre Alaire sintieron que acariciaban un ... sueño buscado durante muchos años. Rodeada de campo aunque muy cerca de la ciudad, en zona de ribera, cerca de la depuradora, Alaire es un proyecto educativo basado en pedagogías no convencionales. La llave se la dieron en verano y trabajaron hasta la extenuación -literalmente se tiraron y se mancharon de barro-, para poder iniciar su actividad en septiembre.
Se trata de un servicio educativo enmarcado en Actyva, una cooperativa de servicios, consumo y bienestar social. Alaire surge de A su ritmo, la primera escuela libre de la ciudad, integrada por familias y que no llegó a cuajar. Una de las integrantes de ese proyecto junto a Sonia inició Alaire, al que se unió al poco tiempo Leticia. Eso sucedió hace nueve años, un periodo lleno de idas y venidas y de dificultades.
El nuevo local se ubica en una casa en la que había ganado y cuadras, con un espacio natural propio. Están en trámite de adquisición, lo que supone una apuesta muy firme por su continuidad.
El proceso no es fácil, pero les mueven unos principios muy firmes. «Consideramos que las escuelas no son especialmente respetuosas, que funcionan a base de condicionamientos, de premios y castigos y es lo que desde pequeños intentamos evitar aquí», señala Leticia. «Buscamos un entorno donde las criaturas se sientan a gusto, donde sean respetadas, donde se respeten y se acompañen sus ritmos y sus emociones, donde sean el centro del aprendizaje y no el maestro el guía de la clase», abunda esta educadora infantil. Sonia, educadora social, que lleva a cabo labores de coordinación pedagógica y Rocío, licenciada en publicidad que desempeña tareas como madre voluntaria explican a este diario las claves de su proyecto.
«Buscamos un entorno en el que las criaturas sean respetadas, se acompañen sus ritmos y se sientan a gusto»
¿En qué se diferencia de una escuela convencional? Ponen un ejemplo significativo. «Si un niño se tiene que atar los cordones de las zapatillas le esperamos hasta que lo hace». La terminología ya parece toda una declaración de intenciones. Se refieren en todo momento a las niñas y niños con el término neutro, 'criaturas' y no hay maestros o docentes, sino acompañantes. «Acompañamos sus procesos, sus emociones, a nivel físico, los aprendizajes...tratamos de que el juego libre les vaya dando sus aprendizajes, pero también ponemos límites», remarca Rocío.
Son normas consensuadas, democráticas, pero en donde se da mucha importancia a lo colectivo, como antídoto al individualismo de nuestros días. Como elemento que pivota todo está el crear una sensación de familia, que se cree un vínculo sano para que todo fluya. «Si se sienten seguros van a aprender de forma natural». Organizan también una escuela de madres y padres, en la idea de que hay que ir a una. Pero están muy claros los roles. «La estructura del Alaire es horizontal, hacemos asambleas con las familias, pero las decisiones las toma el equipo pedagógico». Acogen a estudiantes de la Universidad que llevan a cabo prácticas o personas que se están formando para ser monitores de ocio y tiempo libre.
En este proyecto, que tiene a la escuela libre Paideia de Mérida como referente, se utilizan recursos y materiales de pedagogías como Waldorf y Montessori. «Pero no somos puristas de ninguna».
La naturaleza «accesible» es una de las bazas de este proyecto. «Tenemos huertito, compostera, estamos reforestando la zona, árboles autoctónos en toda la ribera...», cuentan.
Hay un total de 16 pequeños de entre dos y seis años. El criterio para entrar es que tengan autonomía motriz, que puedan andar. Se trata un periodo en el que no es necesaria la escolarización, aunque lo habitual es que a partir de los tres años la mayoría de los niños vayan al colegio. Cocina, lugares para la creación y el trabajo, disfraces y juguetes pueblan las estancias de Alaire. Fuera hay columpios y árboles y un paisaje bucólico.
Alaire se afana estos días en explicar pormenorizadamente su proyecto. Han lanzado a través de Goteo.org un crowdfunding (una campaña de recaudación) para captar fondos. Intentan sobre todo poder cubrir los gastos generados por la adecuación del espacio este verano.
Mantener económicamente el proyecto es una de las cuestiones más complejas . «Depender solo de las familias es insostenible, pero la idea es que haya otros proyectos que puedan apuntalar este modelo de escuela». La puesta en marcha de un Erasmus +, la realización de campamentos en verano o la creación de una escuela-taller tratan de hacer viable económicamente Alaire. Actualmente las familias pagan 300 euros mensuales por cada uno de los niños, con el desayuno incluido y un horario de 9 a 2 de la tarde.
Su sueño es que que su modelo pueda generalizarse, que no sea una excepción, sino una opción válida cada vez para más familias.
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