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¿Qué ha pasado este viernes, 5 de diciembre, en Extremadura?

Tiene narices

PLAZA ALTA ·

Viernes, 30 de octubre 2020, 07:59

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Como uno no se levanta con el mismo ánimo todas las mañanas, alegra, qué duda cabe, que al empezar a darle a la tecla y al ratón para cuadrar las líneas y cajas que sazonan este diario, la compañera Morcillo, vía telefónica, se despida, tras pedir un imposible, con un «gracias, chato». Y a mí, que soy admirador de las narices vulgares y de las naricillas –preferiblemente respingonas–, pues llevo pegada a la cara este hocico infinito, digno de Cyrano de Bergerac –libro y película que me cautivaron de joven, mientras soportaba como podía los insultos de «pájaro carpintero», «martillo pilón», o el simple a la par que soez «narizón»–, se me ilumina la mañana y me despreocupo lo suficiente de la digestión que en los últimos meses me suele pesar en el alma y también en el estómago.

He aprendido a convivir con mi nariz. Y no ha sido fácil. He pasado por la fase de querer operarme y tentar al estropicio de dejar de ser yo –ay, Renée Zellweger, quién eres ahora–. Luego, la fase de dejarme el pelo largo para cubrirme toda la cara como aquel troglodita de los dibujos animados de la tele, el Capitán Cavernícola, que tenía un hijo que lo quería, por cierto, a pesar de ser un inútil total, y que escondía, sospecho, un apéndice considerable. Afortunadamente, llevo muchos años instalado en la fase de «mi nariz es mía y viene conmigo a todas partes», así que hasta sonreí cuando un desconocido, a la puerta de un garito de la calle Zurbarán, me soltó: «Canijo, con esa napia robas una óptica y te las llevas puestas». También he aceptado que hay hasta quien, incomprensiblemente, encuentra atractivos a los seres humanos de narices grandes, magníficas, fuera de temporada.

Saliendo hace unos días de una tienda de Menacho con el deber cumplido de no comprar nada, me tropecé con una señora de nariz superlativa –que se adivinaba tras la mascarilla–, a la que de inmediato sentí como a una igual. Supongo que sentirán parecido quienes van con la nariz levantada, como oliendo a rancio o a pobre, tanto da, desde que salen por la puerta de casa, dispuestos a ser los ofendiditos de turno. Y es que cada nariz se acepta o se engaña como puede.

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