El edificio de San Fernando luce sin huellas de la explosión un año después
La detonación dejó 16 heridos y un fallecido y dejó inhabitables algunas viviendas de la calle Hernando de Soto
Carlota Cordero busca en el bolsillo las llaves de su casa, vive en el número 1 de la calle Hernando de Soto, en el barrio ... pacense de San Fernando.
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Le acompaña su padre, juntos vuelven de comprar el pan, una tarea que también hacían hace justo un año cuando subieron a su casa sin saber que horas más tarde tendrían que salir a la calle corriendo y sin llaves como consecuencia de la detonación de gas que se produjo en el 2ºC.
«Habíamos terminado de comer, nos habíamos sentado en el sofá y estábamos viendo la tele. Mi hijo iba a salir a la calle, menos mal que no lo hizo porque le hubiese caído todo encima», comenta el padre de la joven.
Faltaban pocos minutos para las tres de la tarde cuando un escape de gas intencionado, y cuatro bombonas de butano repartidas en las diferentes estancias de este piso provocaron una explosión que hizo saltar por los aires cristales, rejas y parte de la fachada del edificio.
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«De la tranquilidad se pasó al caos», recuerda Toni Díaz, que vio todo desde su casa. Pese a que esta vecina vive en la calle Torres Naharro, que es perpendicular a Hernando de Soto, su vivienda también se vio dañada por los restos de hierro que alcanzaron sus ventanas.
365 días después Díaz camina con calma por la acera, que tras la explosión estuvo cortada a los peatones hasta que un arquitecto determinó que no existía riesgo de derrumbe en el edificio.
Al igual que el resto de vecinos, Toni intenta olvidar lo ocurrido. Pero a día de hoy le parece imposible borrar las imágenes de aquella tarde de su cabeza. «Lo vi todo. Desde el sofá de mi casa justo se ve este edificio, vi como salió una bola de fuego por uno de los balcones y acto seguido todo salió volando», recuerda esta vecina que pese a no vivir en el bloque tuvo que ser atendida por dos policías porque sufrió un ataque de pánico.
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El rastro de la explosión quedó borrado de la fachada del edificio hace unos meses, cuando finalizaron los trabajos de reparación de la fachada.
Este fue colofón a meses de trabajo en el interior del edificio, donde hubo que reparar el recibidor de la primera planta, el ascensor y los cuadros eléctricos.
«Lo más duro no fue solo la tarde de la explosión, todo lo que vino después también fue difícil. La propietaria de la vivienda es mi madre, que es mayor, y lo peor para ella fue estar tantos días fuera de casa», destaca Ana Antúnez, que no volvió hasta que se reparó el ascensor.
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Como ella, algunos de los 41 propietarios estuvieron meses fuera de su casa. Otros como Cordero y sus padres regresaron al día siguiente por el temor a posibles robos o que ocupasen la vivienda, ya que muchos de ellos encontraron las cerraduras forzadas. Los primeros seis meses tras el suceso la normalidad fue llegando de nuevo al edificio, que un año después tiene todo reparado a excepción del piso donde se produjo el suceso.
Tras la nueva fachada blanca de su balcón aún se almacenan los escombros de aquella tarde del 1 de junio de 2023 que todos desearían olvidar. «No es algo que nos guste recordar, ni siquiera estamos todo el día pensando en esto, aunque es imposible no tenerlo presente. Es un milagro que estemos aquí», subrayaba Ana.
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Unos recuerdos que aún arrasan los ojos del padre de José Antonio Guerrero, propietario de la churrería El Poleo, que está justo debajo del edificio. «Fue una tarde horrible, cuando nos avisaron vinimos a ver que había pasado en el local y a los vecinos», recuerda.
El Poleo estuvo cerrado tres días hasta que el perito dijo que era seguro. En la barra de su cafetería los vecinos aún hablan de aquella tarde. «Hubo personas que lo pasaron muy mal. En el edificio viven personas mayores y muchos de ellos viven atemorizados a cualquier ruido», relata Guerrero.
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Entre escombros y mucho humo los servicios de emergencias pusieron a salvo a todos los inquilinos, que recuerdan cómo en la urgencia de salvar sus vidas no importaba nada material.
«Bajamos a la calle con lo puesto, sin móvil, sin abrigos y eso que estuvo lloviendo, y sin nada de valor», cuenta Antúnez, que recuerda emocionada la eficacia del dispositivo que les salvó a todos, y que hoy les permite disfrutar de otras cosas, como el cumpleaños de sus nietas.
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