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La Virgen del Carmen tiene su capilla en el convento. :: C. Moreno

La Capilla Sixtina de Badajoz

El templo de la calle Arco Agüero es la joya del barroco más desconocida de la ciudad Trescientas personas descubrieron ayer la iglesia de las Carmelitas

MIRIAM F. RÚA

BADAJOZ.

Domingo, 8 de diciembre 2019

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Entre la calle Arco Agüero y López Prudencio, protegida por los austeros muros del convento carmelita de Nuestra Señora de los Ángeles, se esconde la Capilla Sixtina de Badajoz. Trescientas personas la descubrieron ayer de la mano de Amigos de Badajoz, que organizó una visita a su iglesia, la joya del barroco de la ciudad.

La nave es sorprendente por la profusión de frescos y capillas que inundan el espacio, siendo un claro ejemplo del llamado 'horror vacui' de un tiempo donde las imágenes y la pintura eran la mejor catequesis.

Dentro viven doce monjas de clausura, tres españolas que son las de más edad y nueve colombianas que vinieron aquí a formarse para evitar que la falta de vocaciones echara el cierre a un convento que lleva en la ciudad trescientos años.

Su historia la contó el historiador Álvaro Meléndez. Cuando los oficios dominaban los nombres del callejero del Casco Antiguo, en la conocida como calle Ollerías existían unas casas a mediados del XVII donde se recogían mujeres para orar. Se las llamaba 'las arrepentidas de San Antonio'. A ellas les pidió el obispo Marín de Rodezno que sostuvieran el torno, es decir, que recogiesen a los recién nacidos abandonados.

A inicios del siglo siguiente, esas casas se convierten en el beaterio de San Antonio y poco después el obispo Malaguilla -cuyo escudo junto al carmelita presiden su entrada- le da las reglas del convento para su fundación, que se hace oficial en 1743. Poco antes, se levanta la iglesia gracias entre otros a benefactores como Alonso de Escobar, que después se ampliaría con la adquisición de quince casas.

De la iglesia destacan el altar mayor, presidido por la talla de Nuestra Señora de los Ángeles, y los frescos donde los motivos flores se intercalan con las pinturas que recrean la vida de Santa Teresa, obra de Francisco Javier Mures. Existen además hornacinas con imágenes de los santos del carmelo y en un lateral se abre una pequeña capilla, decorada de suelo a techo, dedicada a San Juan Nepomuceno, el patrón del secreto de confesión.

Desde la iglesia se ve el coro alto, muy modesto, y el bajo, que sobresale por su sillería realizada con madera de barcos de la indiana, que se ofrecían bien por los triunfos logrados en América o por haberse librado de alguna tormenta durante su travesía por mar.

Con la visita de ayer, Amigos de Badajoz pretendía hacer una contribución, vía donaciones, para el mantenimiento de un convento desconocido para muchos, más allá de su torno donde tradicionalmente se compraban los recortes del pan de ángel.

Hoy siguen vendiendo galletas y las formas para la eucaristía, pero no las hacen las monjas sino que las compran al convento de Talavera. Lo único que producen ellas son los escapularios que hacen en serie durante las dos horas al día dedicados a los que llaman 'recreación', explica la hermana Mariana de la Madre de Dios (este apellido lo adoptó cuando tomó el hábito, en su DNI mantiene sus apellidos civiles).

De la recaudación del torno y de las donaciones (algunas en dinero y otras en especie) viven estas monjas, que dedican su vida a rezar desde que empiezan a las 7 de la mañana con los 'laudes' hasta que terminan a las 20.30 horas con las 'completas'. «No oramos, somos oración. En los tiempos de oficio, comidas o recreación también estamos rezando», explica la hermana más joven de la congregación.

En su iglesia se ofrece misa diaria a las ocho y media de la mañana, esa es la única oportunidad para ver uno de los mayores tesoros del patrimonio religioso de la ciudad.

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