Más productividad sostenible
ANÁLISIS AGRARIO ·
JUAN QUINTANA
Lunes, 21 de noviembre 2022, 08:17
Cuando uno se entretiene viendo la hemeroteca agropolítica, se da cuenta que ya viene de largo el muchas veces contradictorio debate entre los defensores de una agricultura sostenible y una agricultura productiva. El tiempo está constatando que sólo la combinación de ambas es viable; es decir, una agricultura sostenible altamente productiva. Pero el nudo gordiano está en el concepto de sostenibilidad, que se maneja de muy diferentes formas. Están los defensores de que una agricultura sostenible significa volver a modelos de producción de hace décadas, incluso siglos, algo que parece incompatible con la obtención suficiente de alimentos seguros, diversos y de calidad, que es lo que todos entendemos que nos debe proporcionar un agro moderno. Por otro lado, los productivistas netos, que hasta las últimas décadas del siglo pasado todavía reinaban sin dar la adecuada relevancia al impacto medioambiental que tiene la agricultura, en particular la intensiva. Un impacto que no es monopolio del sector primario, sino de todos los sectores productivos, siempre consumidores de recursos. La cuestión es reducir esta demanda y, sobre todo, que en parte se pueda compensar con otros retornos medioambientales.
Pero entre medias de estos extremos están las zonas grises, sin ser esto peyorativo, que es donde se debe desarrollar la moderna agricultura y ganadería. Lo que sucede es que este espacio es muy amplio y no es sencillo buscar un lugar de equilibrio. Probablemente porque este punto no es estable y se va recolocando en función de cómo van variando las fuerzas económicas, sociales y medioambientales.
Esto se puede ver en la evolución de la Política Agraria Común (PAC), que ahora aspira a conseguir que buena parte de nuestros campos se cultiven en ecológico, en concreto el 25% para el año 2030. Esto supondrá una pérdida de productividad que deberá ser compensada con el incremento de precios o con la importación de alimentos de países terceros, obtenidos sin el mismo control medioambiental aplicado a nuestro territorio y a nuestros productores. Una posición no exenta de cierta hipocresía, ya que promovemos la explotación de recursos naturales fuera de nuestras fronteras, de una manera que en nuestro territorio consideramos inapropiada; es decir, barremos nuestro jardín, pero echamos las hojas al del vecino. Trasladamos a otro lugar un hipotético problema medioambiental, que de serlo, es global, no local, por lo que al final, el viento nos vuelve a traer las hojas.
En todo caso es un debate que genera contradicciones entre los propios organismos públicos. Por ejemplo, frente a la mencionada PAC que ha apostado por un agro cada vez más ecológico. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) afirma que la productividad de la agricultura mundial debe aumentar un 28 % solo en esta década. Su objetivo es reducir el hambre en el mundo, pero también la emisión de gases de efecto invernadero, para así poder paliar el impacto del cambio climático. Su receta, o al menos los ingredientes de la misma, son aumentar las inversiones, dar incentivos a los agricultores para que disminuyan las emisiones de gases de efecto invernadero, disminuir el desperdicio de alimentos y promover un consumo más responsable. Son solo algunos ingredientes, pero la receta será muy diferente en cada zona, en donde, además, se podrán incorporar otros nuevos ingredientes.
La realidad es que solo la tecnología puede conseguir producir más en el mismo espacio, y reducir el desgaste medioambiental que ello supone. El problema es que en la Unión Europea existe un freno ideológico y emocional, no basado en el conocimiento, que cierra las puertas a muchas tecnologías o complica en exceso la aplicación de otras. Y como muestra algunos botones, como el la transgénesis, la tecnología CRISPR o el mismo desarrollo de un mayor espectro de productos fitosanitarios, entre otros.