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Unos pocos barcos de cereal

Unos pocos barcos de cereal

ANÁLISIS AGRARIO ·

La coyuntura actual del mercado favorece a los países exportadores, como Estados Unidos o Brasil, que venden a precios elevados

JUAN QUINTANA

Lunes, 14 de noviembre 2022, 08:02

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Hace unos meses ya recordábamos en este mismo espacio que los acuerdos comerciales entre dos países en guerra son papel mojado, y que el desbloqueo de las exportaciones ucranianas duraría lo que Rusia decidiera. Ahora se ha visto claro cómo funciona esta frágil alianza, en la que Rusia hace y deshace más o menos a su antojo. Hace pocos días anunció el nuevo cierre a la salida de grano de Ucrania, y pocos días después decidió reabrirlo. Parece que a Rusia las cosas no le salen como habría querido en el plano militar, al menos por el momento, y para revertir la situación toma decisiones militares, pero también comerciales. Al margen de valorar cuestiones que no tienen cabida en este espacio agroalimentario, lo que sí es un hecho es que estas medidas tienen un impacto directo en el sector cerealista y, por tanto, en la cadena alimentaria. Y no tanto por el número de barcos cargados de cereal que zarpan de puertos ucranianos, que en la actualidad representan un volumen insignificante del comercio mundial de grano, a pesar de que aparezca la noticia en los informativos; sino por el mensaje que lanzan a los mercados. Indica si todo el grano disponible en sus silos va o no a poder entrar en el circuito comercial; y eso sí influye.

La realidad es que España es un país deficitario en cereal. Necesitamos entre 36 y 38 millones de toneladas de grano al año, y en los últimos años obteníamos de nuestros campos alrededor de 25 de ellas, salvo en la última campaña, que bajaron a 20 millones de toneladas. Además, en el caso del maíz, nuestro proveedor principal es Ucrania.

El comercio de cereal en un país deficitario como España es complicado, en particular en condiciones de volatilidad extrema. De acuerdo con datos de la Asociación de Comercio de Cereales y Oleaginosas de España (ACCOE), solo en una semana los precios subieron un 15% y al día siguiente se desplomaron el 20%. En este contexto, la planificación de los productores y los comercializadores es tremendamente compleja.

La coyuntura actual del mercado de cereales favorece a los países exportadores, como Estados Unidos o Brasil, entre otros, que venden a precios muy elevados, mientras que los importadores netos como España, nos vemos seriamente perjudicados. Hay que recordar que a principio de año se adoptaron medidas regulatorias que facilitaron la importación de cereal de estos dos países, aunque no impactaron tanto como para compensar el elevado coste del transporte, por distancia y por encarecimiento de los combustibles, así como la negativa evolución para las importaciones, de la paridad dólar-euro.

En todo caso, el efecto no ha sido tan negativo para los productores de cereal, cuyo precio al fin y al cabo lo marca el de entrada en puerto, al que se le añade el coste de transporte interno. Sobre todo está afectando al resto de la cadena alimentaria, vegetal y animal. En un modelo tan especulativo, el impacto en los productores y comercializadores ha variado en función de diferentes factores, pero en general los cerealistas han capeado aceptablemente el temporal, a pesar de las cortas producciones, ya que éstas se han compensado con altos precios.

Una solución que se han planteado algunos especialistas es incrementar la producción de cereal en España, al ser un país con grandes extensiones de cultivos que podrían adaptar sus rotaciones. Pero la realidad es que desde una perspectiva agronómica no hay espacio para aumentar la producción. Lo único que se puede es mejorar la productividad de las plantas aumentando su resistencia a la sequía, entre otras posibilidades. Algo en lo que se lleva trabajando años en el campo de la mejora vegetal, pero que lamentablemente se ve lastrada por el permanente bloqueo europeo a las modernas tecnologías de mejora genética. Unas herramientas tecnológicas que, desde hace décadas, están presentes de forma generalizada en la gran mayoría de los países productores de fuera de la Unión Europea, con los que nos vemos obligados a competir en desigualdad tecnológica.

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