Concentración e intensificación agrarias

La publicación del Censo Agrario por el Instituto Nacional de Estadística (INE) nos permite la comparativa de muy interesantes indicadores, a pesar de que se publica con datos ya algo desactualizados y solo cada diez años. No obstante, nos proporciona información de gran valor sobre la salud y evolución del sector. Este año se ha hecho público el censo correspondiente a 2020, y nos muestra, entre otras conclusiones, que continúa aumentando la agricultura intensiva y desapareciendo las pequeñas explotaciones. Una tendencia que puede ser preocupante por el papel vertebrador que este micro y meso tejido agrario genera en nuestros espacios rurales y en su entorno, pero que por otro lado fortalece algo tan estratégico como la producción y la suficiencia alimentaria. Además, el envejecimiento de este sector conlleva que de forma natural desaparezcan las pequeñas explotaciones que, o bien se integran en otras de mayor dimensión, lo que aumenta la competitividad de las mismas, o se abandonan, que es lo menos deseable. Lo que es poco viable es que sirvan para promover el relevo generacional y la incorporación de jóvenes agricultores, que antes de meterse en estas aventuras hacen sus números.

En 2020 había 24 millones de hectáreas destinadas a la agricultura, lo que supone un ligero incremento con respecto a una década anterior, pero inferior a las de hace veinte años. Un buen dato que muestra que a pesar de la enorme complejidad de esta actividad y de la intensa limitación de márgenes, todavía se mantiene la base productiva. Lo más destacable es que el número de explotaciones se ha reducido a la mitad, lo que confirma lo mencionado en el apartado anterior y muestra como el agro español avanza hacia el modelo de nuestros vecinos del norte, donde la dimensión de las explotaciones es netamente más alta que la nuestra. Solo en una década la superficie media por explotación ha crecido un 7% hasta situarse en algo más de 26 hectáreas.

Extremadura es la tercera región por tamaño de explotaciones con 43,73 hectáreas de media y un crecimiento del 6,9%. Solo Castilla y León y Aragón se sitúan por encima.

Sobre la última cuestión arriba mencionada, la intensificación, la concentración de superficie se ha producido sobre todo en los invernaderos, frutales y olivar, en un 42%, 24% y 14% respectivamente. No debe preocupar este dato, en primer lugar porque los cultivos leñosos, los cultivos permanentes, no dejan de ser grandes superficies forestales con mínimos riesgos de incendio, que por tanto aumentan el pulmón verde de nuestro país. Y los invernaderos, tan injustamente estigmatizados, son un modelo de producción altamente eficiente en el uso de recursos y en la gestión de la aplicación de productos de síntesis química.

Respecto a la actividad ganadera, también ha caído el número de explotaciones y ha aumentado el número de animales. En 2020 existían 90.557 explotaciones ganaderas, un 19% menos que en 2009. Por otro lado, la cabaña la componían en ese mismo año casi 270 millones de cabezas, un 7,1% más que en 2020. Los motivos, similares a los agrícolas, los márgenes son cada vez menores, por lo que es necesario producir más para mantener los ingresos. Por cabañas, la que más ha crecido es la porcina, que repuntó un 22% hasta alcanzar los 30 millones de cabezas.

Más allá del número de explotaciones, otro dato estructural que es interesante destacar es la diversidad de género en la gestión. Según el último Censo Agrario, el número de mujeres que dirigen una explotación ha aumentado de forma sustancial, un 22%. Sin embargo, todavía hay una alta masculinización de esta función, al representar el 28,6% del total.