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Leopoldo Prieto (Mérida, 1937), en la cafetería del Psiquiátrico de Mérida, hace unos días.|CEDIDA
La nueva vida de Leopoldo
CACERES

La nueva vida de Leopoldo

El popular personaje al que Cáceres le perdió la pista hace unos años está en el Hospital Psiquiátrico de Mérida, se ha afeitado la barba y no tiene bici

ANTONIO JOSÉ ARMERO

Miércoles, 13 de febrero 2008, 13:24

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LEOPOLDO el de la bici ya no tiene bici. Ni gasta esa barba que le hacía inconfundible. Ni duerme al raso. Ni necesita benefactores que le procuren un desayuno caliente o un bocadillo con una cerveza sin alcohol para cenar. Leopoldo el de la bici luce un afeitado perfecto, y viste una sudadera de Nike, la marca americana preferida por los adolescentes. Eso sí, sigue siendo hombre de pocas palabras, como cuando se le veía por el paseo de Cánovas, en la plaza de América o en la Avenida de Alemania, lugares habituales de su vida solitaria en Cáceres.

Durante años, Leopoldo el de la bici formó parte del paisaje animado de la ciudad. Siempre pegado a su pequeña bicicleta, y casi siempre con una barba de varios meses. Pero en el año 2005, se le perdió la pista durante más tiempo del normal. Muchos pensaron que estaría en Mérida o en Badajoz, donde iba con cierta asiduidad, y que antes o después, regresaría, como siempre. Pero no fue el caso. Pasaron los meses y no se vio a Leopoldo. La pregunta ciudadana se quedó en eso, en comentarios de barra de bar, excepto en un caso: el de Pepe Ordiales, que no cesó de investigar hasta que encontró a Leopoldo. «Está estupendo, muy bien, da gusto verle», anticipa Ordiales con transparente alegría.

Casi irreconocible

Y a la vista de las fotos que él mismo ha tomado con su cámara digital, no parece mentir. El aspecto de Leopoldo es tan diferente al que presentaba cuando deambulaba solitario por Cáceres, que muchos no lo conocerán. «Agradezco al Hospital Psiquiátrico de Mérida el trato que le están dando, se lo merece», dice Ordiales, uno de los pocos que mantenían cierto contacto con Leopoldo en sus años cacereños. Solía regalarle tabaco. «Ya no fuma, sólo toma café», apunta Ordiales, que le define como «un hombre dócil y cariñoso, que se deja duchar a diario y que ha recuperado su aspecto normal». «Estuve en la cafetería tomando café con él -relata-, y el bueno de Leopoldo asentía con la cabeza a los comentarios que le hacía, visiblemente emocionado».

Ordiales, que reitera su agradecimiento al personal y la dirección del Hospital Psiquiátrico de Mérida, recuerda las rutinas del hombre de la bici. Algunas de ellas ya las recogió en el año 2002 el pintor, fotógrafo y escultor Andrés Talavero. Durante un mes, se convirtió en su sombra, anotó sus movimientos y los plasmó en un diario.

La inquietante existencia de Leopoldo el de la bici ha llamado la atención de otros artistas, como los pintores Martínez Moreno y Alonso Alonso Alonso. Y también del periodismo. Quien más luz aportó a la sombría rutina del nómada de la bicicleta fue Amelia Tornero, de la Cadena Cope. Habló con unos y otros y elaboró un reportaje titulado 'Un Quijote sobre ruedas', que fue reconocido con el premio de periodismo Dionisio Acedo.

Leopoldo Prieto Martínez (calle del Calvario, 14, Mérida, 1937) solía dormir en la entrada al garaje del número 6 de la céntrica avenida Virgen de Guadalupe. Se despertaba temprano, al amanecer, e iba andando con su bicicleta hasta la fuente del paseo de Cánovas. Bebía allí y esperaba a que abriera el bar Rafa, al principio de la avenida Ruta de la Plata. Daba los buenos días y se sentaba a desayunar, siempre lo mismo: café con leche y bollos o un donut. Si alguien le preguntaba algo, contestaba con una letanía: «Esta mañana hemos abierto muy temprano. En el bar de mi primo Serafín, en Mérida. Hemos despachado 290 cafés y 310 copas. Me voy al bar de mi primo Serafín».

Siempre bien abrigado, incluso en verano, y habitualmente con la cabeza cubierta por un sombrero, pasaba la mañana en la zona de la plaza de América, hasta que llegaba la hora de comer. Entonces llegaba al bar Venecia, en la calle Santa Joaquina de Vedruna. Hasta que lo cerraron, fue asiduo a Casa Severo, en Gómez Becerra. Y en otra época, también frecuentaba otro bar situado en la esquina entre las calles Gil Cordero y García Plata de Osma. Tras pasar la tarde en el paseo de Cánovas, acostumbraba a ir a cenar, sobre las nueve y media, al bar Lido, en la calle Gil Cordero, donde un benefactor le tenía pagado un bocadillo con una cerveza sin alcohol y un café. Las horas siguientes, nada especial hasta que volvía a la entrada al garaje al número seis de la avenida Virgen de Guadalupe.

Un día y otro, siempre la misma rutina, durante años. Hasta que algo cambió en la vida de Leopoldo, hoy un paciente más en el Hospital Psiquiátrico de Mérida. Limpio, bien vestido, sin barba, sin apenas palabras y sin una horquilla de bici infantil a la que agarrar la mano antes de echarse a dormir a cielo abierto cada noche.

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