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OPINIÓN

Caligrafía

Una frase de mi padre se me quedó grabada: «Hijo mío, te iteran que cuides tu letra, y con razón. La letra es comparable al aliño de una persona, y una persona desaliñada repele. Haz caso a tu profesora y practica la caligrafía»Una frase de mi padre se me quedó grabada: «Hijo mío, te iteran que cuides tu letra, y con razón. La letra es comparable al aliño de una persona, y una persona desaliñada repele. Haz caso a tu profesora y practica la caligrafía»

ENRIQUE FALCÓ

Domingo, 22 de agosto 2010, 02:05

EL domingo pasado les abrí mi corazón hablándoles con toda sinceridad y sin pelos en la lengua de una de mis más miserables bajezas humanas, el rencor. Hoy me gustaría continuar esta especie de purga confesional y mostrarles sin tapujos otra de mis mayores vergüenzas, que no es sino mi pésima caligrafía. Hecho este sin duda menos grave que el anteriormente citado, pero no por ello menos bochornoso para su seguro servidor, que lleva arrastrando tal lacra desde el primer día que en párvulos sostuvo un lápiz entre sus minúsculos dedos para disponerse a trazar la primera letra que aprendería en su aún cortísima vida, la letra O.

Sí amigos, de la misma manera que puedo presumir de una correcta ortografía, sintaxis, o incluso, y permítanme la falta de modestia, cierta facilidad narrativa, sufro en silencio el rubor de poseer una pésima caligrafía, que hace que me avergüence ante la sola idea de garabatear cualquier frase en un pedazo de papel. ¡Mi caligrafía es horrorosa! se los garantizo. Y aún a día de hoy no acierto a averiguar por qué. Está claro que no puede ser obra de los genes, pues mi madre tiene una letra estupenda, clara, limpia y firme. La de mi padre es sencillamente impresionante, bonita y original. La de mis hermanas también es bastante aceptable. Está claro que a mí me encontraron debajo de un puente porque si no es que no me lo explico.

Aún recuerdo la pesadilla de los viejos cuadernos de caligrafía 'Rubio' en los primeros años de la EGB. Cuando la mayoría de mis compañeros ya iban por el número 5 yo me veía obligado a repetir de nuevo el número dos. ¡Era una condena! Fui probablemente el último de la clase en dar el importante paso del lápiz al bolígrafo. Ahora a ustedes les parecerá una estupidez, pero para un niño tal paso significaba mucho, y ser el último en conseguirlo creaba algo de complejo. Aún en el instituto y en la universidad he llegado a suplicar al altísimo (siendo Ateo) que por favor no me sacaran a la pizarra cuando había que escribir. Si era para hablar o cualquier otra cosa no me importaba, pero el simple hecho de pensar que todo el mundo iba a contemplar mi letra de niño chico me ponía enfermo.

Recuerdo a los 11 o 12 años, cuando era con diferencia uno de los mejores estudiantes de lengua y literatura de mi colegio, como mi brillantez se desvanecía al ver mi nota menguada por mi pésima rúbrica. Antiguamente era habitual que los exámenes a los que nos sometían fueran devueltos firmados por alguno de nuestros padres, sobre todo supongo, para que el profesor de turno se asegurara que estos conocían la nota que había sacado su vástago. Como mi padre volvía tarde de trabajar, yo le dejaba el examen sobre la mesa para que lo firmara y lo recogía al día siguiente por la mañana antes de irme al colegio. En cierta ocasión, cuando mi letra era tan ilegible que mi pobre profesora tuvo que quedar sin evaluar una pregunta porque no entendía nada, me encontré junto a la firma de mi progenitor una frase que aún no he olvidado ni olvidaré mientras viva. Dicha frase rezaba de esta guisa: «Hijo mío, te iteran que cuides tu letra, y con razón. La letra es comparable al aliño de una persona, y una persona desaliñada repele. Haz caso a tu profesora y practica la caligrafía». Esta frase se que me quedó grabada en el cerebro y traté, sin éxito alguno, de poner fin a tan penoso problema, pero lamentablemente poco pudo hacer quien suscribe, pues tan irregular trazo se ha ido torciendo y ensuciando más al cabo de los años, convirtiendo mi caligrafía en una serie de garabatos sucios, feos e intraducibles que ningún mortal sobre la tierra acierta a comprender.

Disimular las acometidas de la vergüenza es signo inequívoco de buena cuna. Por lo tanto y aprovechando la llegada de las nuevas tecnologías, fui de los primeros que se sumó al 'boom' de la informática y dio la bienvenida a los ordenadores a la hora de presentar trabajos en clase o escribir cartas.

Es muy probable que si hubiera nacido 20 o 30 años antes mi problema me hubiera cerrado muchas puertas en la vida. Pero siempre he sido un tipo con suerte. Hoy en día con los ordenadores e Internet apenas hay que sujetar un bolígrafo si no es para alguna acción muy concreta. La primera vez que gané un concurso literario, en séptimo de EGB, presenté mi cuento mecanografiado. No era obligatorio, pero a pesar de mi corta edad sabía que había que atenerse a las consecuencias y aceptar la evidencia de las cosas cuanto antes mejor. Si lo hubiera presentado a mano, ni siquiera habría conseguido una mención especial. También es probable que nunca me hubiera animado a mandar mis artículos al periódico y ustedes no hubieran podido disfrutar del dudoso honor de pasar un buen rato de domingo leyendo las tonterías que les cuento. Sea como sea en mi caso el progreso llegó a tiempo. Ni siquiera recuerdo cuando fue la última vez que escribí una carta a mano, y entre nosotros, no creo que vuelva a hacerlo en la vida. Hoy en día es señal de buena educación recurrir a la escritura manual para enfatizar aún más una felicitación o cualquier misiva de índole personal. Quienes me conozcan, y una vez expuesto públicamente mi embarazoso problema, sabrán perdonarme.

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