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OPINIÓN

Mi hijo

EN el mismo momento en que te conviertes en padre lo serás toda la vida; no existe posibilidad de amnistía ni de presentar dimisión ninuguna

PPLL

Domingo, 8 de agosto 2010, 12:12

Desde hace algunos años, hay momentos en los que me sorprendo a mi mismo pensando en mi hijo. Ese hijo que aún no tengo y que ni siquiera ha sido concebido, pues no me decido todavía a traer una criatura al mundo. Sus recuerdos afloran de vez en cuando en mi cabeza, el único lugar donde se hallan resquicios de su paso por mi vida. Aunque ya soy mayorcito me sigue pareciendo muy pronto para afrontar la paternidad, y creo que aún no soy lo suficientemente maduro como para asumir tantas responsabilidades. Casi no sé cuidar de mí mismo, y no me veo responsable como para cuidar de una personita que requiere tantísima atención. Yo mismo no dejo de recurrir a mi novia, a mis padres, familiares o amigos cada vez que tengo problemas. Las circunstancias actuales de la sociedad nos obligan a ser padres tardíos y muy mayores, y a pensarnos mucho el enorme paso que supone asumir la paternidad. No creo que sea una cuestión de egoísmo, ni de pérdida de libertad. Sólo se trata de ser consecuente con uno mismo. Un niño no es un juguete y dar un paso tan grande no permite una marcha atrás ni una retirada. En el mismo momento en que te conviertes en padre serás padre toda la vida, no existe posibilidad de amnistía ni de presentar dimisión alguna. No quiere decir esto que no me haga ilusión tener un hijo algún día, ni que no piense en ello de vez en cuando. Tal vez algún día esté preparado.

Ya les digo que ese hijo del que les hablo sólo vive en mi imaginación, y me veo constantemente durmiéndolo entre mis brazos, porque aunque es muy nervioso curiosamente sólo se tranquiliza en los brazos de su padre. Es igual de guapo que su madre, pero ha sacado mi pequeña nariz, mi pelo negro y mis ojos tan oscuros, y también se le pone sola la raya al medio como a su papá. Le gusta dormir boca abajo como a mí. Escuchar sus primeros balbuceos, ese tatatá que silabean todos los niños chicos es una delicia, y me derrito en el momento que pronuncia papá por primera vez. No dejo de verlo en mi cabeza, tiempo después, cuando tras un irregular gateo consigue dar sus primeros pasos y viene contento a recibirme cuando llego a casa del trabajo y se echa a mis brazos. Hay veces que lo veo aprendiendo a montar en bicicleta o dando las primeras patadas a un balón y no puedo mentirles, se me cae la baba. Van pasando los años y lo observo tirado en el sofá leyendo los cómics de Tintín y de Astérix que le voy regalando, pues los míos han sido consumidos por el paso del tiempo. Después por la noche nos reímos comentando las anécdotas del Capitán Haddock, Tornasol, los Fernández, Obélix y compañía. Lo contemplo en alguna ocasión a través de la puerta de su cuarto algo más mayor, casi adolescente, escuchando música, con dos palos en las manos, tocando la batería sobre botes de detergente igual que hacía yo de pequeño, y años más tarde, desenvolviendo el enorme papel de regalo de su primera batería de verdad, regalada por su padre, aunque me cuesta una bronca con mi mujer y con el resto de la comunidad.

Se parece tanto a mí que no deja de hablar, no se calla ni debajo el agua y pregunta constantemente por todo. Tiene el mismo problema que su padre, la timidez, o la falta de ella más bien. Habla con todo el mundo y siempre tiene una sonrisa en los labios para los demás. Aunque pasan los años, y los tiempos cambian y hay cosas en las que no coincidimos, nuestra relación es genial, y siempre tiene tiempo para sus padres, sus hermanos y sus amigos.

Mi hijo no se ha convertido en el hombre que yo aspiraba a ser algún día, ni tampoco he visto cumplidos todos mis sueños a través de sus ojos. Echando la vista atrás, es posible que quizás me hubiera gustado que estudiara otra cosa, que se dedicara a cualquier otro trabajo, que escuchara un determinado estilo de música o que hubiera practicado éste u aquel tipo de deporte. Pero mi hijo, en mi cabeza y en mis recuerdos es una persona feliz, que también ha hecho dichosos a sus padres y de la que siempre podré sentirme orgulloso porque ha conseguido lo más difícil y lo más importante en la vida. Ser, ante todo, una buena persona. Es esto lo más esencial de los seres humanos y lo que siempre quise para mi hijo, por eso, desde la perspectiva que nos dan los años su madre y yo estamos muy orgullosos de él.

Hijo mío, estés donde estés, vengas cuando vengas, procura no bajar la guardia. Recopila todas las fuerzas posibles, y no tardes mucho en llegar, pues no es poco lo que espero de ti.

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