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ZONA DE PASO

«Lo que me conmueve es que suene el teléfono del despacho y alguien me pida el número de Jennifer López»

Miguel Murillo Dramaturgo y director del 'López de Ayala'. Con una de las trayectorias teatrales más prestigiosas, dice que jamás se dedicará a la política porque «sería nefasto»

JUAN DOMINGO FERNÁNDEZ

Sábado, 31 de julio 2010, 03:47

Medalla de Extremadura en 2009, recibió el Premio Lope de Vega 2002 por su obra 'Armengol'. Espontáneo, natural, cuesta imaginárselo enfadado. A él se deben piezas tan destacadas como 'Las maestras', 'Yo soy aquel negrito' o 'Solo Hamlet solo'. Miguel Murillo es, desde hace décadas, sinónimo de teatro.

-Muchos no saben que algunos antepasados familiares suyos tenían título nobiliario ¿no?

-Sí, alguno hay. Yo vengo de una familia que tiene, primero una tradición en Extremadura muy profunda, una tradición liberal-ilustrada también muy interesante, porque estoy vinculado con el Conde de Torrefresno, que como mucha gente conoce, fue impulsor (uno de ellos, porque hubo muchos condes) de varios movimientos de índole cultural e incluso popular. Ahí donde está el Cine Pacense, el Centro Obrero, que lo hizo el conde; o el Club Deportivo Badajoz y el campo del Vivero, un terreno que lo dedicó para que se hiciera deporte en Badajoz... Sí, había títulos y había algún blasón, que la familia mantiene.

-Hace dos años declaraba a HOY: «Soy un autor de teatro que trabaja en un teatro, así que, realmente, no trabajo». Suena raro en estos tiempos.

-Es verdad. Yo tengo mala conciencia a veces de mi trabajo, porque realmente no me cuesta ningún esfuerzo ni me da pereza venir aquí. Tampoco me da pereza irme de aquí. Y mi trabajo se mezcla con lo que yo intento hacer. Es como si alguien se ganara la vida con su hobby, con la afición que más le gusta. Pero va más allá todavía. El trabajo en el teatro realimenta mi forma de hacer teatro.

-Nació 14 años después de acabada la guerra civil, en 1953, pero en su teatro habla mucho de la guerra y sobre todo de la postguerra, está muy presente en sus obras.

-Yo creo que ha estado. Creo que poco a poco, con los años, voy saldando la cuenta que uno tiene con los fantasmas personales, o con las historias que quería desentrañar, o con los conflictos. A mí me hacía escribir teatro sobre la guerra civil lo que tenía de conflicto esa historia, y posiblemente lo hacía porque era más fácil buscar un conflicto que ya existe que inventarte uno. Luego me di cuenta que era muy torpe, porque los conflictos no hay que inventárselos. ¿Quién inventa conflictos en la sociedad que no existan? Y ahora pues lo que procuro es ver, analizar el mundo que me rodea e intentar llevarlo desde la óptica de autor al escenario. De hecho, si yo analizaba la guerra civil era por lo que tenía de conflicto en la sociedad en la que vivía.

-Más como telón de fondo que como personaje ¿no?

-Efectivamente. Ha habido un momento en que, quizás con todo esto que está ocurriendo con la Ley de la Memoria Histórica, uno comprende que el teatro no está para protagonizar grandes epopeyas ni salvar nada. Este es un pecado de juventud. Cuando sales, el teatro transgresor, etcétera. Y llega un momento en que te das cuenta que no, que no es la misión del autor del teatro (si es que tiene alguna misión). Porque, claro, yo tengo amigos que son pintores y si les pregunto ¿cuál es tu misión en el mundo? se tiran de la risa y me dicen: «Yo misión no tengo ninguna. Yo pinto lo que veo». Y creo que en el fondo, dentro del mundo de la creación, vale para los novelistas y para todos.

-¿Por cierto, para qué sirve el teatro en la era del cine, de la televisión, de los videojuegos...?

-Yo me empiezo a hacer esa pregunta. Hombre, en la época de la Transición, los grupos independientes dedicábamos la mayor parte del tiempo a hacer teatro, y un tanto por ciento muy pequeño se preocupaban más por la forma de moverlo o de sacar cuartos. Pero hoy día sospecho que la mayor parte del tiempo la empleamos en hacer negocio y una mínima parte en hacer teatro.

-¿El teatro ha pasado entonces de ser más un instrumento de concienciación a puro espectáculo?

-El teatro ha pasado a usar un término, el de 'rentabilidad', que es terrible. Ya no se llaman compañías, se llaman empresas teatrales. Quién lo diría, cuando hace treinta años nos reuníamos con Ibarra en la finca La Orden para poner en pie el artefacto que fue el teatro profesional extremeño. Hombre, lo de profesional creo que fue un argumento que utilizábamos para ver de qué forma -y lo hizo Juan Carlos-, iba a procurar un medio de vida y de desarrollo económico a personas que tomaban esto muy en serio. Hoy se habla de empresas, de industrias culturales. Yo recuerdo una reunión en la Consejería, con la Mesa del Teatro, en la que empecé a escuchar unos términos que no había oído nunca: «industrias culturales»... Y yo, que estaba allí como autor, pregunté a los que estaban y les dije: bueno, si vosotros sois industrias culturales, ¿nosotros qué somos? ¿Somos yacimientos? Claro, si lo que brota para que tú trabajes, y tú eres una industria...

-...materia prima...

-Claro, yo soy una mina, un yacimiento, un pozo petrolífero... Quiero decir con esto que los conceptos han cambiado mucho y entonces ahora los términos económicos son así. Si es que yo ahora, para escribir una obra de teatro me hacen unos encargos y me dicen: «Miguel, pero que sean pocos personajes». Y yo les digo: «Pero, hijo mío, si te voy a escribir sobre Alí Babá y los cuarenta ladrones, por lo menos habrá cuarenta ladrones...»

-[Risas].

-...¿O ya tenemos a Alí Babá y un ladrón representa a los cuarenta? Ahora es el monólogo, el 'solólogo', como yo digo. Un día se abrirá un telón, no saldrá nadie, el público llegará y dirá: acojonante, y nos iremos para casa porque no hay presupuesto.

-Pero no se plantea el viejo debate sobre su supervivencia ¿no?

-El teatro es crisis. Es como si hablas de la crisis de la crisis. Yo creo que la traducción de la palabra teatro es crisis.

-Son palabras sinónimas.

-Sí, 'sinagogas', como decía aquél. Son iguales. Teatro y crisis es lo mismo. Es más, la esencia del teatro es la crisis del ser humano, entendiendo por crisis todo aquello que te hace plantearte preguntas y dudas ante la vida.

-Usted es muy popular en Badajoz, incluso su barrio le ha concedido un premio.

-Sí, 'Vecino del Año'. Ya no lo soy porque solo es un año. [Risas].

-¿Aceptaría si le ofrecieran ir, por ejemplo, como candidato a la Alcaldía?

-[Responde rápido, sin dudar]. No. Porque no soy político. Lo tengo muy claro. Uno puede ser muy popular y saber realmente para lo que está en este mundo. Y yo, sinceramente, no serviría para dedicarme a la política. Podía haberlo hecho hace tiempo. No es la primera vez que me han dicho... Pero yo, rotundamente, no. Pienso que la política para hacerla bien necesita una entrega que es la que le doy al teatro. Sinceramente, lo haría muy mal como político, sería nefasto.

-¿Cree que Badajoz es una ciudad mayoritariamente conservadora?

-Yo creo que sí, pero socialmente, por reflejo social.

-¿Políticamente también?

-Políticamente tengo mis dudas. Yo digo socialmente. Fíjate, hay una serie de costumbres en esta ciudad... Badajoz es una ciudad a la que le gusta conservar las cosas, otra cosa es que no pueda. Nosotros vivimos siempre con el deseo, con el anhelo... En Badajoz, recordar una historia, una esquina, un rincón o un personaje, es un ejercicio en el que todos los ciudadanos de Badajoz entran al trapo y se lo pasan muy bien. Yo hago ese experimento, me encuentro con cualquiera, hablas de temas actuales, pero en el momento que le tocas algo que ocurrió en un parque o tal, el ciudadano se explaya. Posiblemente sea porque es el síndrome del que no tiene bien conservado lo que merecía la pena o porque perdió muchas cosas. Esta ciudad ha perdido muchas de sus raíces y de hecho, las que tiene, cómo las tiene. En ese sentido es una ciudad conservadora. Conservadora en sus gustos, en sus costumbres, etcétera. Ahora bien, en política, también es una ciudad con una población alta en edad: es una ciudad de funcionarios, de jubilados, una ciudad que tiene la Universidad de Mayores pujante, llena de gente, y la mayoría son de aquí... Y todos sabemos que el ser humano nace con la pierna izquierda y se mete en el sepulcro con la pierna derecha. Pero bueno, yo creo que políticamente, Badajoz es una ciudad práctica, y sobre todo tiene una memoria que vaya tela... Hay cosas que Badajoz, a la hora de votar, todavía lleva sin perdonar a algún partido político. No le ha perdonado una cosa que ocurrió hace un montón de años. No sé... pienso que sí, que es una ciudad conservadora.

-¿Qué le resulta más conmovedor, una película como 'Amarcord' o 'Canciones para después de una guerra'?

-Si me pones a elegir, 'Amarcord' siempre. 'Canciones para después de una guerra' está muy bien, nos llega más de cerca, pero hay que saber diferenciar lo que es una obra maestra de una buena obra. A mí lo que más me conmueve es que suene el teléfono de este despacho y alguien me pida el número de Jennifer López. Me ha pasado. Eso ya me conmueve profundamente.

-[Risas].

-...sí, sí. Y cuando contestas que no lo tienes te dicen: «¡Joder, y el director del 'López de Ayala' que no tenga el teléfono de Jennifer López...?». Me ha pasado. Y no era una persona de la calle, era alguien con determinada categoría que necesitaba el teléfono, no sé para qué. Y claro, no lo tengo, tengo el de Sharon Stone, como le dije.

-En el viejo dilema entre justicia y libertad, ¿cuál sería su prioridad?

-Yo elijo la libertad. Creo que sin libertad no puede haber justicia. Sin duda.

-Ha tenido ofertas para irse a Madrid como guionista de televisión y las ha rechazado. ¿Por qué?

-No, hubo una que no rechacé, lo que pasa es que no salió. Se la cargó el Gran Hermano. Y a lo mejor para mí fue una suerte. (...) A lo mejor, quién sabe, el haber estado en Madrid como guionista me hubiera impedido haber avanzado... De la televisión no se regresa al teatro. Yo tengo tres amigos, que conoce todo el mundo: Rodolf Sirera, el de 'Amar en tiempos revueltos; Benet i Jornet y Antonio Onetti, que son tres pedazos de autores de teatro, y uno de ellos me comentaba un día: «Miguel, no te metas». Realmente es bien sencillo meterte como dramaturgo de una serie. Y me decía no te metas, porque después necesitas una cura psicológica para volver a escribir teatro. La televisión da mucho dinero, pero la televisión te cambia los chips de escritor.

-¿A los nombres de Manuel Martínez Mediero, Jorge Márquez y el suyo propio, qué otros añadiría como autores destacados del teatro extremeño?

-Las famosas tres 'M' ¿no? Si hay algo en la literatura extremeña que no se conoce, es el teatro. Hay otras cosas, pero el teatro es el gran desconocido porque fue muy cómodo: los tres nombres, Mediero, Márquez, Murillo, y las tres emes. Pero a esos nombres hay que añadir Juan Copete, por ejemplo, un grandísimo autor de teatro, un dramaturgo con unas condiciones extraordinarias, con el que he trabajado mucho y seguiré trabajando. Por ejemplo, José Antonio Lucia, un actor que está presentando ya apuestas de dramaturgia en los escenarios extremeños; Concha Rodríguez, Julio César Quesada, Esther Gala, Carlos Silveira, Miguel Ángel Encabo... Es decir, hay una lista muy interesante de nuevos dramaturgos. Y Fulgen Valares, un hombre que ya tiene varios premios y es muy joven. Es que toda esta gente es mucho más joven que nosotros... Hay una lista muy grande que además tiene la Consejería de Cultura para un proyecto editorial. Hemos llegado a contar 20 dramaturgos que pueden publicar obras.

-¿Qué está escribiendo ahora?

-Estoy metido en una versión de Macbeth para una compañía de Burgos, la gente de Morfeo Teatro, y estoy trabajando en un texto de 'Antígona' por enésima vez (creo que no hay ningún autor teatral que haya hecho más versiones de 'Antígona' que yo). Estoy muy ilusionado. Se va a llamar 'La Antígona de Mérida' o 'La noche de Antígona'. Y tiene mucho que ver con la historia de Mérida. Es un proyecto muy bonito con el que me voy a meter a fondo este verano.

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