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Un bombero del Sepei apaga el fuego en una casa de Hoyos.:: DAVID PALMA

El fuego remite tras devorar cerca de 8.000 hectáreas de monte

El fuego empezó a remitir ayer tras devorar cerca de 8.000 hectáreas de monte

Claudio Mateos

Lunes, 10 de agosto 2015, 08:21

Son casi las dos de la tarde del domingo y la gente toma el aperitivo en El Rincón de Nacho, en Acebo, el epicentro de la catástrofe de la Sierra de Gata. El dueño, Nacho Jacinto Iglesias, de 48 años, recorre bandeja en mano las mesas de la terraza intentando levantar los ánimos: «¡Nos tenemos que venir arriba, somos extremeños y hemos salido de cosas peores, vamos a seguir luchando!». Los clientes le sonríen y le dicen que sí, que vale, pero sus miradas están fijas en el monte, que hasta el pasado jueves era uno de los entornos naturales más bellos de España, y ahora es una enorme masa ennegrecida desde la que aún se elevan aquí y allá pequeñas columnas de humo.

Las noticias que llegaban ayer eran buenas. Desde primera hora de la mañana se sabía que durante la noche del sábado no hubo viento, lo que permitió a los servicios de extinción estabilizar el incendio antes de que alcanzase las poblaciones de Cilleros y Trevejo, hacia las que estaban avanzando las llamas tras haber quemado ya cerca de 8.000 hectáreas.

Todos los evacuados volvieron a casa. Aun así durante la jornada de ayer se mantuvo el nivel 2 de alerta, de modo que continuaron trabajando en la zona casi todos los efectivos desplegados, procedentes de varios lugares de España y Portugal. En total, cerca de 600 personas, la mitad de ellas militares, además de 18 helicópteros, seis hidroaviones y decenas de vehículos terrestres.

Pero en Acebo nadie estaba contento. Han perdido demasiado. Ayer el cielo era otra vez azul porque ya no hay fuego cerca, pero todo huele a humo y el agua del grifo no se puede beber porque baja contaminada de ceniza. En el zaguán del ayuntamiento se acumulan las cajas vacías de las botellas donadas por benefactores de Moraleja, que se reparten a los vecinos a lo largo de la mañana a la espera de que llegue el camión cisterna de la Junta de Extremadura con agua potable. Está pendiente de organizar el reparto Javier Jacinto Alonso, empleado municipal que fue uno de la veintena de habitantes de Acebo que se quedaron en el pueblo en la madrugada del viernes tras la orden de desajolo para ayudar a que el fuego no alcanzase las casas.

Unos metros más abajo de El Rincón de Nacho, en la plaza del pueblo, la actividad es frenética. Es el punto de encuentro de los voluntarios de las asociaciones protectoras de animales. Varios jóvenes refrescan con agua a Rocky, un perro que sobrevivió al incendio y que llevaba dos días malherido en el monte, solo. Presenta graves quemaduras en la cara y parte del cuerpo, y en unos minutos será trasladado a una clínica de Salamanca junto a otros animales afectados por las llamas y el humo. «Hemos encontrado perros, burros, caballos, ovejas... muchos de ellos en mal estado, con las patas quemadas e intoxicados», explica Rocío Dos Santos, de la Asociación Protectora de Animales de Moraleja. También hay voluntarios de Cáceres, Plasencia, Madrid y otros lugares, que han organizado batidas por las zonas quemadas en busca de los animales que hayan podido salvarse de las llamas.

El panorama en los alrededores de Acebo es negro y triste. En el pueblo dicen que el 90% del término municipal, un paraíso de pinares, robles y castaños que atrae a turistas de toda Europa, ha quedado carbonizado. Los otros dos municipios más afectados por el desastre han sido Hoyos y Perales del Puerto. Todos sus habitantes han podido regresar ya a sus casas tras el desalojo. También quedaron abiertas definitivamente todas las carreteras que se habían cortado al tráfico en las jornadas anteriores.

En una de ellas, a las afueras de Perales del Puerto, operarios de Movistar se afanan por devolver a la comarca el servicio telefónico, caído desde el jueves al quedar destruida la línea que entra en la Sierra de Gata desde la central de Coria. «Se han quemado como cinco kilómetros de cable y estamos colocando uno terrestre provisional, por lo menos para intentar que a primera hora de la tarde pueda haber servicio», explica el encargado, Ángel Luis Fernández. La compañía telefónica ha desplazado además dos camiones para dar vía satélite cobertura de móvil, que también se había perdido.

En Perales, una columna de humo en el límite del casco urbano se eleva desde la casa que se quemó en la madrugada del viernes al sábado, cuando se produjo el desalojo de la localidad. El fuego en el interior se había reavivado y los bomberos tratan de apagarlo. Entre los testigos, Miguel Ángel Sendín, constructor de 50 años, a quien todavía le dura la indignación por lo vivido en la madrugada del viernes. «La familia que vive ahí ya se había marchado a Moraleja cuando la casa empezó arder. Yo vivo al lado y me quedé para echar agua porque los tejados de las casas de alrededor también son de madera. Pues resulta que llegaron varios miembros de retenes con camiones con agua y se negaron a apagar el fuego porque decían que ellos no pueden intervenir en el casco urbano, que eso tienen que ser los bomberos. Así que la casa se quemó».

Esta crítica, y sobre todo las que hablan de descoordinación entre los servicios de incendios y la falta de interés en escuchar a los lugareños, se repetían ayer por todos los pueblos afectados, algo por otra parte habitual cada vez que se produce un incendio de gran magnitud.

Miguel Ángel Martín, albañil de 55 años, fue también de los que aguantaron en Hoyos por la noche hasta que el incendió le sacó de su pequeña finca casi a golpe de llamaradas. Se había pasado las horas previas remojando el perímetro con una manguera doméstica en un intento desesperado de minimizar los daños cuando llegara el fuego, que finalmente tan solo le quemó algunos castaños y, eso sí, le secó un pozo al que nunca había faltado agua. «Mi hija me avisó de que las llamas estaban ya muy cerca. A ella le dio un ataque de ansiedad, así que cogimos el coche y salimos a todo meter hacia Moraleja. La verdad es que hubo un rato en que pasé miedo porque casi no se podía ni respirar. No se veía nada en la carretera y nos vimos fatal para llegar al pueblo. Nadie pasó por allí ni antes para decirnos que nos fuéramos ni después para ayudarnos».

Las tareas de extinción siguen y, si todo sigue igual, la recuperación de la Sierra de Gata empieza hoy.

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