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Los vascos se apellidan García… como los extremeños

Los vascos se apellidan García… como los extremeños

...y González, Fernández, Rodríguez. Son también los más comunes en el resto del país. Entre los nombres hay mayoría de Antonio y María del Carmen. Pero ceden terreno: los padres más modernos se inspiran en las series de televisión para llamar a sus hijos

José Ahumada

Domingo, 27 de abril 2014, 00:52

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Gabilondo Urdangarin Zubizarreta Arguiñano Igartiburu Erentxun Otegi Clemente. El pobre Rafa podría haberse ahorrado el sofoco en esa escena memorable de Ocho apellidos vascos en la que rebusca en su memoria para inventarse una filiación cien por cien euskaldún. Si sus ancestros hubiesen sido García González Fernández Rodríguez Pérez López Martínez Sánchez, habría acertado con menos sufrimiento: no solo se trata de los ocho apellidos más comunes por este orden entre los residentes del País Vasco, sino que además tienen allí su origen. Lo que no puede decirse es que resulten exclusivos: son, también, los más frecuentes en toda España.

Pero que nadie se imagine que durante la Edad Media un puñado de bravos vascos se dedicó a repoblar el país. «Los mismos apellidos han ido naciendo en diferentes sitios», explica Antonio Alfaro de Prado, presidente de la Asociación de Genealogía Hispana. «Los apellidos eran una manera de identificar a alguien cuando el nombre coincidía, y entonces se decía que era hijo de alguien Sánchez quiere decir hijo de Sancho; González, hijo de Gonzalo, etc, a qué se dedicaba su padre Herrero, por ejemplo, o de qué población venía. Lo que ocurría es que esos apellidos cambiaban cada generación». Hubo que esperar hasta 1870, cuando se creó el Registro Civil español, para que se reglamentase definitivamente el uso y carácter hereditario de los apellidos paterno y materno.

Los apellidos vascos tienen dos particularidades. «Por un lado, no hay apellidos de oficio; por otro, hay muchísima variedad porque casi todos tienen su origen en nombres de caseríos», indica Mikel Gorrotxategi, secretario de la comisión de onomástica de Euskaltzaindia, la Real Academia de la Lengua Vasca, que ha elaborado un índice de apellidos autóctonos para que los interesados comprueben si los suyos tienen tal origen y cuál es su grafía. La lista no es exhaustiva y sigue creciendo, aunque no a base de apaños, como se hacía hasta 2007 en Cataluña, donde las directrices de política lingüística animaban al personal del Registro a traducir sin miramientos al catalán convirtiendo al señor Piedra (o Stone) en Pedra. Claro que en Euskaltzaindia está tan mal visto inflar el catálogo como permitir que se pierdan apellidos. «La ley recoge la posibilidad de que se cambien de orden cuando están en trance de desaparición», apunta Gorrotxategi, y recuerda algunos de los que corren peligro, como Zuazubizkar, Andetxaga o Barinagarementeria. «No es solo por la pérdida cultural que supone: en Dinamarca se hicieron campañas para que se cambiasen porque la mayor parte de población comparte media docena de apellidos y suponía un problema incluso para el funcionamiento administrativo».

Lacerda y Mier Daza

En contadas ocasiones, los apellidos han recibido un empujoncito. «En 1849 la Administración española de Filipinas creó un catálogo alfabético que mandó a los registros para poner apellidos a los filipinos, que no tenían. En las últimas páginas están Zurbano, Zuñiga, Zubeldia, Zumarraga, así que puedes ir a un pueblo de Filipinas donde tocó la zeta y encontrarte con que tienen apellidos vascos».

En España hace ya tiempo que una pareja, de común acuerdo, puede decidir en qué orden heredarán sus hijos los apellidos. Pero, ¿qué pasa si no se entienden? Hasta el próximo mes de julio, cuando entre en vigor la nueva ley del Registro Civil, el padre ganará la pelea; a partir de entonces deberá ser el juez encargado del Registro quien decida «atendiendo al interés superior del menor», después de desechar la idea de recurrir al orden alfabético Amaya siempre ganaría a Zubelzu o de jugárselo a cara o cruz, como se hace en Alemania.

«Hay poca gente que invierta los apellidos», reconocen en el Registro Civil de Santander, y lo normal es que la criatura lleve en primer lugar el del padre. «Si ya tiene hermanos, los apellidos tienen que ser los mismos. Más tarde, con la mayoría de edad, podrán alterar el orden si quieren». Para un Cassius Clay sería difícil transformarse en Muhammad Ali, pero hay muchos otros cambios posibles, como el de fabricarse un apellido compuesto con los dos primeros, modificar los que resulten «contrarios al decoro» que les pregunten a Carolina Lacerda o a Luis Mier Daza por las juergas en su clase al pasar lista, o incluso crear una nueva identidad para el clásico testigo protegido. «Todo ese trámite es gratuito y lo hacemos rápido y muy bien», aseguran con buen humor.

En cualquier caso, modificar los apellidos supone cierto esfuerzo para un margen de movimiento bastante limitado, todo lo contrario de lo que sucede con los nombres. Según el Instituto Nacional de Estadística, Antonio es el más frecuente en España, seguido por José, Manuel, Francisco, Juan, David, José Antonio y José Luis, por citar los ocho primeros. Entre ellas hay abundancia de María del Carmen, María, Carmen, Josefa, Isabel, Ana María, María Dolores y María Pilar. Nadie diría que estos nombres corren peligro de desaparecer, pero la verdad es que, salvo alguna excepción María, ya no forman parte del top ten de los preferidos. En 2012, los que más resonaron en las pilas bautismales nacionales fueron Daniel, Hugo, Alejandro, Pablo, Álvaro, Adrián, David y Diego, entre ellos, y Lucía, María, Paula, Daniela, Sara, Carla, Martina y Sofía entre ellas.

«Los padres eligen los nombres de sus hijos, pero sobre ellos pesa mucho, sin que se den cuenta, la influencia social reflexiona Juan Carlos Zubieta, del Taller de Sociología de la Universidad de Cantabria. Hace unas pocas décadas, esta influencia se limitaba a la tradición familiar, la tradición regional y la tradición cultural. Las Vírgenes de cada localidad o región daban nombre a las mujeres de cada zona: en Canarias hay muchas Candelarias; en Zaragoza, Pilares, y en las localidades costeras, Cármenes. En la época de la República los niños se llamaban Libertad o Lenin. El nacional-catolicismo hizo que desapareciera ese tipo de nombres y fueran sustituidos por los del santoral».

Mohamed en Gerona

No cabe duda de que los padres se han ido tomando la revancha con el paso de las décadas: en Gipuzkoa, por ejemplo, no queda rastro de aquellos nombres entre quienes nacieron a partir de 2010. Hoy ocupan su puesto legiones de Jon, Oier, Unai, Iker, Markel, Unax, Ander, Julen y, por el lado femenino, Ane, Nora, June, Nahia, Irati, Maddi, Sara y Uxue. Es un fenómeno más acusado en regiones con lengua propia: el equivalente en la provincia de Gerona serían los Marc, Pau, Martí, Arnau, Pol, Jan o, atención, Mohamed.

De momento, las excentricidades están controladas con una normativa que prohíbe nombres humillantes, que hagan confusa la identificación, induzcan a error sobre el sexo o que sean iguales a los de un hermano vivo, aunque cada vez se toman más riesgos, y parece que la tendencia es mundial. Según un estudio realizado por Robert Goldstone, psicólogo de la Universidad de Indiana (EE UU), hasta mediados del siglo XX los padres preferían nombres corrientes ante el peligro de que uno más llamativo acabara pasándose de moda. Ahora no se asustan ante nada, y muchos nombres permiten conocer el entorno social en el momento del nacimiento. Que se lo digan a las 146 Khaleesi que se registraron en 2012 en Estados Unidos, inspiradas por la serie Juego de tronos, o a todos los niños y niñas que acabaron llamándose como los personajes de La guerra de las galaxias, Sensación de vivir o El señor de los anillos. Efectivamente, todo eso demuestra que los tiempos han cambiado: antes se consultaba el santoral y, ahora, la televisión.

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