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Varios de los alumnos de 'El Almendro' en la escuela taurina de Camas se ejercitan con la mano derecha en el redondel. / ROCÍO RUZ
Niños en la arena
TOROS

Niños en la arena

El debut hoy en Perú como novillero de un pequeño de 11 años hace volver los ojos sobre estos críos que persiguen la gloria en los cosos

JULIÁN MÉNDEZ

Domingo, 8 de noviembre 2009, 14:43

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Si el tiempo y la autoridad competente no lo impiden, esta tarde Michelito Lagravere, un niño mexicano de 11 años, mofletudo, bracicorto y regordete, pisará la arena de la plaza limeña de Acho, en Perú, enfundado en un traje de luces chiquito.

Allí armará sus trastos y adquirirá la condición de novillero, un grado taurino que sólo se alcanza tras la lidia de erales (novillos de entre dos y tres años). Eso al menos anunciarán los carteles.

Porque, según los entendidos, Michelito se las verá, como hasta ahora, con terneritos mugientes, carentes de peso, casta y peligro. Pero da lo mismo. ¡Faltaría más! El niño torero Lagravere cortará orejas y rabos para sumar a las decenas que ha acumulado tras 'lidiar' becerros y más becerros en festejos mexicanos.

Michel Lagravere, representante, además de padre, de esta promesa taurina, le lleva y le trae por las placitas americanas donde el chamaco alborota al respetable. Ésa de los padres-padrones, como se verá, viene a ser una constante en este universo de los niños torero.

Al otro lado del charco, en la sevillana localidad de Camas, otros treinta chavales -el más pequeño, Alfonso Ramírez, apenas levanta tres cuartas del suelo y tiene sólo ocho años- se afanan cada tarde en aprender los rudimentos del arte en la Escuela Taurina que dirige Fernando Rodríguez 'El Almendro', antiguo matador de toros, hombre cabal y una enciclopedia con botos y zahones.

Capotes cortos

En Andalucía los niños sueñan con ser toreros como en otros sitios anhelan ser futbolistas o astronautas.

En la comunidad hay 22 escuelas taurinas. La de Amate, la de Sevilla (donde los críos torean en un descampado bajo el puente de El Alamillo), la de Osuna, la de Écija, la de Espartinas... en ésta oficia de maestro el padre de Espartaco, otro que fue torero precoz.

'El Almendro' pasea su vista por los 32 metros de redondel que tiene el coso de la escuela de Camas, por los tres fundones de espadas, por las muletas, el carro de torear hecho con dura pita y los capotes chicos, como de juguete. «Hay una familia que nos hace favores. Les recortan la esclavina y la tela de un pico a otro pico para que los chicos no arrastren estos capotes de tres kilos por el suelo», explica.

-¿Qué se les enseña aquí?

-Lo primero (responde muy ufano 'El Almendro'), a ser personas. Eso es lo más importante en la vida.

Y 'El Almendro' se pone a hablar de la suya, de la suerte que tuvo de conocer a Paco Camino y de criarse al lado de su hermano Joaquín, al que mató el toro 'Curioso' en Barcelona, y de su madre, doña Petra, con 93 años ya...

-Paco era un hombre raro, serio, disciplinado, un figurón máximo del toreo. De él aprendí a ser agradecido con los ganaderos, a no subirme a las tapias a mirar el ganao, a no entrar en los salones para ver las cabezas de toro sin permiso...

Tal como la explica 'El Almendro', la tauromaquia es un noviciado, una disciplina hecha de tradición, devoción y respeto que debe ser inculcada de muy niño. «Antes se quería ser torero para tener un cortijo y un Mercedes. Hoy, para ser torero, hace falta tener un cortijo y un Mercedes», resume el maestro.

Ahí entra la figura del padre-de-torero, del progenitor taurino que quiere volcar en el hijo todo lo que no fue, que quiere dar muletazos y verónicas por el brazo interpuesto del chaval. Pura sublimación, que diría Woody Allen.

-Yo no me caso con los padres. Con ninguno. Nunca he visto en un colegio a un padre sentado en una banca decirle al hijo cuántas son dos más dos. En la plaza, sí. El padre, cuanto más lejos esté del torero, mucho mejor... No hacen más que asustar y amanerar a los chicos.

'El Almendro' es tajante.

Cada tarde este maestro de pelo cano hace formar a sus chavales frente a la escuela, «con chándal y botines», y les hace subir a la carrera hasta el cerro de Santa Brígida -«donde hay una ermita 'antigüísima»- .

Luego, cuando recuperan el resuello, 20 minutos de abdominales y, ya, de cabeza al toreo de salón.

La otra pata de las enseñanzas son las suertes, los lances, los sitios. También, el hablar de antiguas faenas y quites, el soñar con la gloria y los cortijos, y calcar posturas de maestros sabios. «Pero la mayoría están 'amorantaos'», protesta 'El Almendro'. «De los antiguos saben más bien poco. Yo les digo '¿por qué no ven ustedes películas de El Viti o Paco Camino?'». Cuando 'El Almendro' deja esa pregunta en el aire, y lo hace a menudo, los chavales callan las más de las veces.

-¿A qué edad se puede ser torero?

-El toro no le pide el carné de identidad a nadie. Con 10 años hay niños cantantes, motoristas y modelos. Pero en España no pueden tomar la alternativa hasta que cumplen los 16. Eso no está bien. No, señor.

Este preparador de toreros chicos rumia en voz alta su oposición a unas normas que siente injustas. «Yo tengo aquí chavales que están más espabilados que ese de México; eso sí, con la cara aniñá, pero con los pies más grandes del mundo, un 46...», se carcajea.

Tras este paseo por Camas, la gran pregunta es ¿qué buscan los aficionados en los niños torero?

-«Frescura, naturalidad, intuición, verdad», responde un taurino.

Humo. Volvamos a poner los pies en la arena.

La ausencia de un reglamento común hace que cada comunidad autónoma posea competencias para regular la fiesta. Y eso provoca grandes diferencias.

En Andalucía, por ejemplo, un chaval de 14 años puede torear novilladas sin picadores. En cambio, en el País Vasco deberá esperar hasta haber cumplido los 14 para inscribirse en una escuela taurina o a los 16 si pretende torear ganado vivo y participar en festejos. Claro que siempre hay atajos. Jairo Miguel, el torero más joven del mundo, cogió uno de ellos.

Jairo (Malpartida de Cáceres, 1993) tomó la alternativa el 3 de mayo de 2008 en la plaza mexicana de Aguascalientes, con Eloy Cavazos de padrino y Zotoluco de testigo. No había cumplido los 15.

Pero para entonces, Jairo Miguel llevaba ya cuatro años en Colombia haciendo las Américas del toro. Jairo Miguel es un chico pinturero, muy alto, elegante y delgado. En la mano derecha lleva una pulsera fina: un flexible estoque de plata sin filo.

El chico es el prototipo de niño torero. Hijo también de un matador de toros, Antonio Sánchez. El padre no quería que el crío viera los morlacos ni en pintura, pero... con tres años le regaló su primera muleta y su primer estoque.

La cornada en el alma

Con cinco, el crío cogía un palo de escoba y hacía de picador subido en los sofás de la finca familiar en las afueras de Cáceres. «Imaginaba que estaba en las mejores plazas del mundo. Aún no he estado de verdad en ninguna, pero de crío, he pasado por todas y he salido a hombros hasta por la Puerta del Príncipe...», recuerda.

Aprendió a llamar a las cosas del toreo por su nombre (revolera, larga cordobesa), repitió «50.000 verónicas» y se especializó en estatuarios. «Con 6 años empecé a tentar», dice. Luego, vino la escuela, el campo, las tientas, las primeras vacas y el viaje a Colombia. «Me anunciaban como el niño torero; pero ya medía casi 1,80 y tenía un bigotillo que parecía Cantinflas», se ríe. Aquello fue el delirio.

El padre se encargaba de pagar las multas (3.000 euros) que le imponían por torear sin tener la edad.

En 2005 debuta con picadores en La Escala, ya cargado con su capillita gigante de matador al uso, de tipo maduro que gusta hasta de «hacer la silla» (preparar el traje de luces en el hotel) para tenerlo todo bien controlado.

Fue en la feria de San Marcos, en Aguascalientes (México). El año, 2007. Jairo Miguel tenía 14 cumplidos. Aquella tarde fue distinta desde el principio.

El niño torero, raro, comió sin apetito, con una mordaza en el paladar y el aire lleno de malos presagios... «El día antes había ido a los corrales, a ver los toros... Faltaba uno. Lo busqué y no lo ví. Resulta que lo tenía debajo de mí. Era el toro más bonito del mundo, bajito, gordito, castañito. Pensé 'ójala me toque ése a mí'».

Le tocó. «Aquel día sentí frío, quise quedarme solo, me daban escalofríos por nada. Un sexto sentido me avisaba de que algo iba a pasar».

Y pasó.

-Lo ví claro, me eché de rodillas cuando salió de toriles, pero se torció el toro, no me respondió al toque el capote y...

El cuerno le entró por el vientre y se quedó a centímetro y medio del corazón.

-¡¡¡A uno, a uno!!! A nada. Se quedó a nada... De poco no lo contamos.

Las imágenes de la cogida dieron la vuelta al mundo. Los taurinos no olvidarán jamás la voz del niño Jairo Miguel, grave como un trueno, escapándose por el pulmón roto. El novillo se llamaba 'Hidrocálido'. 450 kilos. «Ése es el camino del aprendizaje. Lo que no me mata, me hace más fuerte». Ay.

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