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Herta Müller, la voz de los desposeídos
SOCIEDAD

Herta Müller, la voz de los desposeídos

La Academia sueca sorprende al dar el Nobel a una autora rumana sin relieve fuera de su ámbito

CÉSAR COCA

Viernes, 9 de octubre 2009, 10:51

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La Academia sueca volvió a dejar descolocados a todos los especialistas y concedió ayer el premio Nobel de Literatura a la escritora rumana afincada en Alemania Herta Müller, de quien destaca su «capacidad para describir el paisaje de los desposeídos». Eludiendo de nuevo a los favoritos de todos los años, pese a los intensos rumores que apuntaban que en esta ocasión el galardonado sería un escritor de gran prestigio internacional, el jurado ha distinguido la obra de una escritora que sufrió en sus propias carnes el ambiente opresivo y la miseria moral del régimen de Ceaucescu.

Ese ambiente, retratado de una forma que combina los detalles más nimios con un notable de surrealismo, aparece en todas sus obras, dotadas de una carga autobiográfica que la autora ni siquiera se ha molestado en disimular. Müller, que nació en 1953 en una aldea de mayoría alemana próxima a la ciudad de Timisoara, vivió en su hogar la sangrienta historia europea: su padre, que era granjero, se alistó en las SS durante la Segunda Guerra Mundial. Su madre fue deportada a la URSS y pasó cinco años en un campo de trabajo. A ella la alcanzaron las garras del totalitarismo cuando tras estudiar Literatura encontró un empleo como traductora en una ingeniería. Allí recibió una propuesta que no parecía poder rechazar: ser confidente de la Securitate, la policía secreta de Ceaucescu. Pero hizo lo que nadie esperaba, negarse a cooperar con el régimen, y perdió su trabajo. Durante unos años, se ganó la vida dando clases y alimentó su rabia participando en las reuniones de un círculo de jóvenes escritores en lengua alemana que reclamaban libertad de expresión.

Antes de verse obligada a abandonar su empleo como traductora, Müller había terminado un libro de relatos titulado 'En tierras bajas'. Su negativa a transformarse en una delatora hizo que la editorial estatal olvidara el texto en un cajón durante cuatro años y cuando lo publicó con una modesta tirada había sido masacrado por la censura. Esas historias guiadas por la mirada ingenua de una niña que lo mismo describe el color de las heces de sus padres y abuelos que la ruina económica y moral que la rodea no habían gustado demasiado al Gobierno. Pero aún le gustó menos que el libro viera la luz íntegro en Alemania, dos años después.

Marcha a Alemania

La vida se hizo tan insoportable para Herta Müller que a la primera oportunidad dejó Rumanía y se instaló en Berlín junto a su marido, el también escritor Richard Wagner. Desde entonces, poco a poco ha ido construyendo una obra reconocible por los temas y el ambiente onírico que se respira -y que ha hecho que algún crítico la compare con Rulfo- y por su estilo, detallista y a veces naïf, construido a base de frases muy cortas.

Müller vive ahora las ventajas de la libertad, pero no todo lo que ve le gusta. La decisión de unificar las asociaciones del Pen Club de la Alemania Oriental y la Occidental la llevó a abandonar la organización, de la que era una activa integrante. La creación en Rumanía de un centro cultural alemán en el que trabajan antiguos confidentes de la Securitate hizo que publicara una carta en la que criticaba al responsable de la institución. Ahora, el Nobel amplificará su voz y le dará fuerza para construir el retrato completo de los desposeídos en un país que durante décadas fue admirado por no pocos intelectuales de Occidente y al que acudieron en peregrinación líderes políticos de una izquierda que aún no había comprendido el verdadero sentido de la palabra democracia.

Otro asunto es que su obra consiga alcanzar notoriedad e influencia fuera del ámbito germánico. En España, sólo cuatro de sus libros están traducidos, y dos de ellos ('La bestia del corazón' y 'La piel del zorro') han sido descatalogados.

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